Mi querido amigo:
Mucha paciencia te pido y que conserves quedas las manos y la lengua. Si no te sientes con fuerzas para hacerme esa concesión renuncia a leer estas lineas, r6mpelas y hazte la cuenta de que como tantas otras, he dejado sin respuesta la ultima tuya. Porque si tanto te ha mortificado mi anterior apreciación acerca de los orientales, tus compatriotas -y los míos, si el hecho de nacer y educarme en la pintoresca Montevideo determina tal afinidad, de lo cual no estoy muy convencido,- me imagino el efecto que las verdades de a puño que aquí pienso estampar, te producirán, y me asalta el temor de que me sueltes, a pedirme cuenta de mi osadía, a ese charrúa que tienes adentro, y que parece haberse parapetado en el espíritu de la mayoría de los orientales, desalojado de los breñales del terruño, para asestar a la Conquista sus últimos tiros de boleadoras.
Es cierto que fue bastante hiperbólico mi calificativo de suizos a los orientales, pero sujeta al indio, y óyeme.
Si me cantabas con gran alborozo que en el ejército conquistador de la China formaban varios orientales, que otros compatriotas peleaban heroicamente al lado de Krüger, y que hasta en la revolución colombiana un hijo de Montevideo mantenía bien alto el pabellón de las nueve listas, echando a vuelo las campanas de tu recocijo ante la inmensa honra que estos hechos reflejan sobre la pequeñita tierra uruguaya ¿cómo no apagar tus entusiasmos? ¿Cómo no llamarte al orden, poniendo las cosas en su lugar para hacerte comprender que la exportación de semejantes productos desacredita una plaza; que nada ganamos con que en Transvaal o en Colombia o en la China se sepa que los orientales, -si es que por tales y no por americanos como ha de suceder, distínguense esos aventureros,- son más o menos arrojados, y por último, que es triste, muy triste, que un pais quiera imponer a la consideración humana la más inútil, la mas despreciable, la más estúpida de las funciones orgánicas de sus habitantes?
¿He dicho un país? Y lo sostengo, puesto que no se me ha de negar que así como un pueblo vive orgulloso con la producción cerebral de sus hijos o la excelencia de sus manufacturas, la vanidad nacional uruguaya más que sobre otra cosa, se afirma en el desamor al pellejo de los descendientes de Artigas y Goyo Suárez.
Por aquí se dice: “Orientales y basta”, y ahí ustedes se llenan la boca con la frase “Orientales y basta!” Ya se sabe que a patriotas y a guapos, nadie les pisa el poncho. Sobre todo a guapos. Se les podrá negar cualquier otra condición, sin que se ofendan mayormente, pero al que se atreva a decir que tienen el cuero para negocio, si no le demuestran prácticamente lo contrario, a puñetazo limpio, para convencerlo de su crasísimo error, le paran un rodeo con los bravos 33, y los defensores de Paysandú, y los mártires de Quinteros, y los hermanos Valiente y cuantos Juanes, Pedros y Diegos han sido héroes y víctimas de los centenares de jornadas sangrientas que han saturado el espíritu nacional de tan belicosas gallardías.
El calificativo de flojo tiene mayor fuerza denigrativa entre los orientales que en cualquier parte del mundo. Es menos despreciable un ratero que un maula. Fulano podría ser inteligente, pero no ha peleado nunca, ni siquiera ha estado en una patriada. En cambio a Zutano el fragor del combate le vigorizó el cerebro, y el olor a sangre humana le despejó el espiritú. Lo recibió bruto y nos lo devolvió casi sabio la guerra.
Cierta vez dos escritores se trabaron en agria polémica por si el uno se había portado mejor que el otro en tal batalla. ¿Los recuerdas? Daniel Muñoz y Eugenkio Garzón. Pujaban por su reputación intelectual…
De los periodistas, Fulano es el mejor porque insulta y se queda en guardia blandiendo la hoja de su facón veterano. Zutano, que vierte ideas sobre el papel sin agresivos desplantes… Zutano, es un “poroto”. Y de los hombres públicos son líricos, si no desvergonzados y camanduleros, los que predican la fraternidad, y avezados estadistas, aquellos que pueden ostentar en sus cuerpos mayor número de melladuras y cicatrices ganadas en las cuchillas de la patria. Oh, las cuchillas de la patria!
Me atrevo a afirmar que hoy hemos menester bañar en esa maravillosa pila sacramental nuestras molleras catecúmenas para ser ungidos filósofos y sabios, artistas y poetas, financistas y hombres de estado, y hasta me sospecho que de sus vertientes ha de emanar una purificadora legía que limpie las roñas humanas, pues más de un caso conozco de truhanes que han vuelto de una patriada convertidos en honestos y beneméritos ciudadanos.
De modo, pues, que miramos al través del valor las condiciones buenas o malas de cada individuo, como a través de los cristales de un anteojo de teatro; aunque con la variante de que para observar las últimas, las malas, invertimos el aparato. Y de ahí que Fulano, aunque blanco, no sea tan mala persona si se ha fogueado en los campos de batalla, y el colorado Zutano merezca la consideración de sus contrarios si ha sido capaz de tamaña bizarría.
Unos a otros se miran con el anteojo vuelto.
¿Que se han quedado “épatés” los porteños con nuestras frecuentes asonadas? Ya lo creo. Como que en esta tierra no se hace otra cosa que alabar el coraje oriental. Tienen tanto – me decía uno de ellos – que cuando han comentado bastante los episodios heroicos de una revuelta, preparan otra para tener después de qué conversar. Y yo no protesté de la ironía, y te aseguro que escucharla después de recibir tu carta con la pregunta transcripta, alborozado le estrecho al hombre los cinco y le digo: Usted, usted sí que nos adivina! Métase en aquella tierra, observe un poco y póngase inmediatamente a escribir la mas entretenida de las apologías!
Porque como tú, piensan todos, casi todos los orientales. “Epater” a los mortales que no han tenido la dicha de nacer a la sombra de los talas de la patria chica, con su arrojo, con su altivez, con su amor al terruño y, por efecto de la terrible suficiencia determinada por tales cualidades, Y no siendo guapos ni patriotas, dejarán de ser políticos.
Serán entonces más humanos, más generosos; desceñirán de prejuicios el espíritu y no volverán a mirar hacia el Poniente.
Hasta pronto se despide tu amigo afectísimo,
Florencio Sánchez
P. D. – Dime. ¿Por qué Roxlo ataca a Garibaldi? Era tan peleador y tan guapo!
Florencio Sánchez nacido en Montevideo, el 17 de enero de 1875, este autor se yergue en la historia de nuestras letras como el gran renovador del teatro rioplatense de principios de siglo. Fue cronista en La Voz del Pueblo de Minas (1891) El Siglo y La Razón de Montevideo (1894), El Nacional (1897). En 1900, se vincula al ambiente intelectual bonaerense y hace crítica teatral en El País de Carlos Pellegrini. Tras varios viajes entre Montevideo y Buenos Aires, el 13 de agosto de 1903, la compañía de Jerónimo Podestá estrena, en el teatro de la Comedia de la capital argentina, “M’hijo el dotor”. Ese es su primer gran éxito. Ese mismo año, se casa con Catalina Raventos. En títulos sucesivos –“Cédulas de San Juan”, “La pobre gente”, “La gringa”, “Barranca abajo”, “Mano Santa”, “En Familia”, “Los muertos”- Sánchez va desarrollando su transformación del teatro rioplatense. “La originalidad del teatro de Sánchez, con respecto a la anterior producción teatral en el Río de la Plata, consiste, fundamentalmente, en su realismo”, anota Zum Felde. En éste influyó en gran medida la capacidad personal del autor para reproducir, en escena, dichos y situaciones de la vida real. Pero, además, gravitó en toda su obra la particular evolución de su postura ideológica.De orígenes familiares blancos, Sánchez luchó en 1897 junto a las fuerzas revolucionarias de Aparicio Saravia. De allí surgirá su desencanto de las posturas políticas tradicionales y su alineamiento junto a las corrientes anarquistas que circulaban entonces, por el Plata, en torno a los grupos de inmigrantes europeos. Literariamente, esa transformación se expresa en las “Cartas de un flojo” y “El caudillaje criminal en América Latina”, discutible -y discutido- ensayo sobre la realidad política de nuestros países a comienzos de siglo. Internacionalista, pues, Sánchez rechazará tajantemente la idea de un teatro nacional y sólo aceptará la de un teatro regional argentino. En 1907, inició en Montevideo las gestiones para realizar un viaje a Europa del que se esperaba la consagración definitiva de su teatro. Parte en 1909, con una misión oficial. Pronto se declara la tuberculosis y el 7 de noviembre, a las tres de la madrugada, muere en el hospital Fate Bene Fratelli de Milán. Vistas con la perspectiva de los años, las obras de Florencio Sánchez que conservan mayor actualidad son aquellas en las que la marca de lo regional es más visible (“Barranca abajo”, “La gringa”, “M’hijo el dotor”). Las de aspiración universal y ambiente ciudadano son, por el contrario, las que han perimido con mayor rapidez. Biografía tomada de la página del Teatro Solís.
Caricatura por Santiago, portada de Mano Santa en Pluma y Tinta. Revista Teatral, Buenos Aires, Fuente: Instituto Nacional de Estudios de Teatro (Buenos Aires, Argentina).