Hacia el país de las cúpulas azules | Juan Antonio Varese

Viajar para conocer
Conocer para comprender
Comprender para valorar

Todavía hoy recuerdo la fascinación que me despertaron LOS VIAJES DE MARCO POLO y la lectura de LAS MIL Y UNA NOCHES, libros muy distintos entre sí pero semejantes en el fomentar la imaginación y despertar el espíritu de aventura. Ambos estaban ilustrados con imágenes sugerentes, puerta de entrada hacia mundos de lejana fantasía. En especial me atraía la princesa Scheerazade, tan bella como inteligente cada noche cuando empleaba sus sutiles artes de narradora oral para entretener al Sultán y, en tal sentido, salvar su vida hasta la noche siguiente. Claro que terminó siendo la favorita del Sultán y no solo por saber contar cuentos, supongo.

Desde entonces que me siento llamado por el Lejano Oriente y su consabida imagen de largas caravanas a través de los desiertos. Caravanas procedentes de la enigmática China hasta los reinos cristianos del occidente europeo a través de la llamada RUTA DE LA SEDA o desde el sudeste asiático y la India del Ganges, en parte por mar y parte por tierra, la denominada RUTA DE LAS ESPECIAS.

Estos viajes comerciales que solían durar semanas o meses, con cargamento de sedas y telas preciosas o con plantas y raíces de sabores oriundos de climas tropicales, tenían como destino final los reinos de occidente. Y el enriquecimiento de sus comidas, bastante insípidas por entonces. Sin Marco Polo ni el arroz ni los tallarines hubieran llegado a las mesas italianas ni de allí se hubieran extendido por los reinos cercanos, por lo menos entonces.

Todas estas reflexiones no hicieron más que incrementar mi curiosidad por conocer el corazón del Asia, en especial algunos lugares legendarios como Petra, Palmira, Bagdad y Samarcanda.

Como prueba de ello una pequeña lámpara de Aladino reposa en mi escritorio, tal vez alimentando mis fantasías de escritor.

En agosto del año 2016 resolvimos anotarnos en una excursión –tomada desde Turquía- por Uzbekistán, “el país de las cúpulas azules” como lo llama la propaganda turística y aventurarnos en un recorrido por su historia milenaria, su gastronomía de más de cien platos típicos – -no contaminados por los productos químicos- y satisfacer, entonces, mi cuota de exotismo.

Porque desde tiempos inmemoriales hasta bien entrado el siglo XX –e incluso en nuestros días- la Ruta de la Seda viene atravesando desiertos ardientes y montañas congeladas. Y cada tanto en el largo recorrido han surgido puestos estratégicamente ubicados ofreciendo la seguridad de pernoctar durante las noches para proseguir la ruta al día siguiente.

Dichas ciudades se fueron transformando en activos centros comerciales y prósperos mercados que lo siguen siendo hoy día.

La república islámica de UZBEKISTÁN, la nación de los uzbekos (un 80% de los habitantes son de origen uzbeko) tiene una superficie actual de 440.000 kilómetros cuadrados, lo que le permite usufructuar de varios climas a la vez y alternar desiertos con pródigos valles. Su activa y moderna capital, Tashkent, luce gran movimiento a través de una estructura soviética de avenidas amplias y barrios cerrados. En el país, una república, conviven más de 24.000.000 de habitantes de espíritu trabajador, espíritu afable y tolerante y matriz multicultural.

Uzbekistán se precia de ser la cuna de Tamerlán, el héroe nacional cuya recordación patriótica ha resucitado después de conquistar la independencia de la Unión Soviética, el 1 de setiembre de 1991, bajo el nombre de República de Uzbekistán.

Desde entonces, a esta parte, ha vuelto los ojos e intereses a sus raíces históricas, remontándose en el tiempo. Lo mismo pasó con la religión, sojuzgado el islamismo por la ideología comunista, resucitando con profunda fé y práctica islámica. Se han reciclado y reconstruído mezquitas y madrasas, es decir las escuelas coránicas.

Sus tres ciudades más tradicionales KHIVA, BUKHARA y SAMARKANDA, de raíces milenarias, concentran el creciente turismo en sus caracteres de ciudades de carácter patrimonial declarado por la Unesco.

En Khiva es digna de admiración la ciudadela Ichan Kala, en Bukhara resulta imperdible el Mausoleo de Ismail Samoniy y en la extraordinaria Samarcada no dejemos de ver la Plaza Registán y el observatorio astronómico de Ulugbek.

ESTE ARTICULO RETOMA VIGENCIA POR CUANTO CHINA TIENE PROYECTADO REFLOTAR EL RECORRIDO DE LA RUTA DE LA SEDA DESDE EL PUNTO DE VISTA CULTURAL Y TURÍSTICO.

Por último, para comparar la época de Tamerlán con el presente, sugerimos la lectura del libro de un libro imperdible, “Embajada a Tamerlán”, del embajador español Ruy González de Clavijo, curioso personaje cuyos datos biográficos adjuntamos y transcribimos de Wikipedia:

“Ruy González de Clavijo, fallecido el 2 de abril de 1412, fue embajador del rey de Castilla Enrique III en la Corte del gran Kan Tamerlán con miras a firmar una alianza para combatir contra los turcos otomanos que estaban extendiéndose por la región.

Cuenta Gonzalo Argote de Molina en el discurso preliminar que antepuso a su edición de la Embajada de Ruy González de Clavijo que el monarca castellano Enrique III (1390 – 1406) envió una primera embajada compuesta por los caballeros Payo o Pelayo de Sotomayor y Fernando de Palazuelo a los dominios de Tamerlán para verificar sus victorias y granjearse la amistad del célebre conquistador mogol. Ellos presenciaron in situ la famosa batalla de Angora, en la que el Gran Kan derrotó al sultán y lo hizo prisionero, falleciendo Bayaceto al poco en 1403.

Recibidos por Tamerlán, este le entregó una amistosa carta dirigida al rey castellano y los devolvió a la Península ibérica acompañados por un embajador mogol -Mohamad Alcagí- y dos damas españolas (doña Angelina de Grecia y doña María Gómez) rescatadas del cautiverio en que las mantenía el derrotado sultán otomano.

Por su noble Enrique III correspondió enviando una segunda embajada con delicados presentes y regalos compuesta por su camarero, Ruy González de Clavijo, junto con el guardia real Gómez de Salazar y un maestro de teología, el religioso fray Alonso Páez de Santa María.

Para ello siguieron la ruta comercial habitual, partiendo del Puerto de Santa María (Cádiz) el 22 de mayo de 1403; luego de arribar a Málaga, Ibiza y Mallorca, cargaron víveres y pertrechos en Gaeta y visitaron Roma, Rodas, Quíos y Constantinopla.

Después entraron al mar Negro y alcanzaron Trebisonda, desembarcaron y prosiguieron el viaje por tierra a través de los actuales Turquía, Irak e Irán y las ciudades de Zigana, Torul, Erzincan, Erzurum, Surmari, Ararat, Maku, Khoy, Tabriz, Miyana, Zanyán, Sultaniyya, Teherán, Simnan, Firuzcuh, Damghan, Jajarm, Nishapur, Andkhoy, Balkh, Tirnidh y Kish y, ya en la Gran Bukaria (actual Uzbekistán), alcanzaron su capital, Samarcanda, que albergaba la corte de Tamerlán, por entonces casi septuagenario y ya gravemente enfermo, el 8 de septiembre de 1404.

Tras ser muy bien recibidos y agasajados por el monarca, quien llamó afectuosamente a Enrique III hijo suyo, alabó al rey castellano y agradeció los regalos, pasaron dos meses y medio en su corte contemplando las maravillas de la capital y el 21 de noviembre de 1404 emprendieron el viaje de vuelta, mucho más penoso que el de la ida, y durante el cual recibieron confusas noticias sobre el fallecimiento de Tamerlán; alcanzaron Sanlúcar de Barrameda el 1 de marzo de 1406.

El propósito de la misión era provocar una «pinza» estratégica contra los turcos en dos frentes alejadísimos en un momento muy delicado, en el que los turcos otomanos se hallaban en un interregno desde 1402 y los mamelucos, con presencia en Próximo Oriente, estaban sufriendo los ataques de Tamerlán, con el que se entrevistó Ibn Jaldún en 1401, en este caso en el sitio de Damasco, antes de su muerte en 1406.

Ya en la corte, que entonces se encontraba en Alcalá de Henares, González de Clavijo fue nombrado Chambelán por el rey y siguió al servicio de la corona, aunque más tarde fijó su residencia en Madrid donde murió y fue enterrado en la iglesia de San Francisco el Grande. El relato de los viajes de González de Clavijo hasta Samarcanda entre los años 1403 y 1406, escrito por el propio viajero, embellecido con elementos fantásticos producto de fantasías librescas provocadas por las lecturas de otros libros de viajes, y recogido bajo el título de Embajada a Tamorlán, es una de las joyas de la literatura medieval castellana, y es en muchos aspectos comparable al célebre Libro de las Maravillas del italiano Marco Polo escrito casi un siglo antes.»

A continuación, conscientes de que una imagen suele valer más que mil palabras, compartimos con los lectores de Delicatessen.uy unas cuantas fotografías, algunas capturadas por nosotros y otras provenientes de la reproducción de folletos o catálogos de viaje.