Roquebrune-Cap-Martin, la virginidad francesa | Priscila Guinovart

El destino imperdible en Côte d’Azur que no figura en ningún folleto turístico.

Puede que la moda no haya pasado de París pero ¿es acaso posible que París haya pasado de moda?

La respuesta es irrebatible: no. París fue, es y será la niña mimada del mundo entero, a la que peregrinan amantes, artistas e intelectuales por igual.

Sin embargo, es cierto que París ya no es el destino único en Francia, y ha derivado – quizás hasta con un poco de alivio – en un simple destino más, en un eje, un punto de encuentro y partida hacia un país que merece tanta atención como su capital.

Un ejemplo de este fenómeno es Lyon, que, con sus casi seis millones de turistas anuales, fuera reconocida como el mejor destino europeo para fin de semana por los World Travel Awards.

No obstante, resulta muy difícil asociar el término “millones” a un ideal de descanso y relax. Si usted vive más allá de las tendencias y los rankings, Francia también tiene la respuesta.

Imagine rutas que intercalan, casi caprichosamente, viñedos y olivos a modo de decoración. Allá, a los lejos, arañando el cielo con sus largas uñas blancas, están los Alpes, con su eterna majestuosidad y elegancia. Oponiéndose a la montaña está el Mediterráneo, mar engalanado de infinitos acantilados con robustos naranjos y limoneros que parecieran tener como única misión romper con el turquesa del mar.

A escasos kilómetros de Mónaco y coqueteando con Italia, existe un pueblo medieval que no alcanza los 10,000 habitantes y que, para fortuna de los curiosos, no es un producto de nuestra imaginación: hablamos de Roquebrune-Cap-Martin, la virgen de Côte d’Azur.

Qué hacer

Si bien caminar por sus angostísimas calles medievales que imitan las curvas de su costa constituye ya todo un placer, Roquebrune tiene su propio castillo (que data del siglo X y ostenta el donjon más antiguo de Francia) con visitas guiadas en cinco idiomas.

Ver playas, acantilados y bosques confundirse entre sí desde el punto más alto de esta joya provenzal es más que un antojo: es una obligación moral y estética, una cita imperdible con la historia y la arquitectura.

Resultaría asimismo prudente no olvidar el Mausolée de Lumone, monumento funerario romano en la antigua Via Augusta Julia y que permanece, como testigo de los tiempos, desde el siglo I.

A tener en cuenta

El olivo milenario. Así como lo lee: en Roquebrune- Cap – Martin hasta los árboles son inmunes al paso de las estaciones. Este olivo de anchas raíces es toda una atracción, y su localización está claramente señalizada en varios puntos del pueblo.

El que avisa, no traiciona

Deje los stilettos para París o Cannes: cuando usted visita Roquebrune, visita una ciudad que está en una escarpa: todo es escaleras y repechos.
Priorice la comodidad por sobre la elegancia.

Qué comer

En Roquebrune, la cercanía con Italia no es sólo geográfica, también se huele… y se come. Le será más fácil encontrar cannelloni que una brasserie ¡pero no ose lamentarse! Las pastas con las que se topará le serán inolvidables.

Un must es Fraise et Chocolat, un café único en su estilo: usted creerá estar en el patio de su abuela, sólo que éste da al Mediterráneo. En Fraise et Chocolat se tomaron muy en serio aquello de que el que mucho abarca poco aprieta, y se especializan únicamente en tartes aux citron, muffins y, evidentemente, tarta de chocolate y frutillas – las más grandes, rojas y dulces que probará. Atendido por su pâtissiere y propietaria, en Fraise et Chocolat el sabor de lo casero se respeta.

Yapa

El poeta irlandés William Butler Yeats decidió pasar en Roquebrune – Cap – Martin sus últimos días. Roquebrune fue también hogar del escritor y cineasta Romain Gary (autor cuya autobiografía, La promesse de l’aube, ha sido recientemente adaptada al cine, y se luce actualmente en salas con la dirección de Éric Barbier y las actuaciones estelares de Pierre Niney y Charlotte Gainsbourg).

Hasta la mismísima Coco Chanel adquirió una estancia (La Pausa) en este paraíso mediterráneo.

Roquebrune – Cap – Martin es una joya virgen que espera ser descubierta y celebrada, pero jamás invadida. Roquebrune es una brisa, un batiburrillo de aromas y sensaciones que Francia nos da para pasar de París… y para que Francia jamás pase de nosotros.