Durante un viaje por los Emiratos árabes las sorpresas están a la orden del día. Hay que ir con el espíritu muy abierto, con la página de la historia en blanco y sin preconceptos para no dejarnos sorprender por el esquema de desierto versus civilización, modernos edificios de vidrio y ladrillos en altura contra la arena ardiente, que se aprecia por donde se mire. Un progreso mal asimilado, al estilo nuevo rico, que da la sensación de no haber sido lo suficientemente asimilado. Demasiada riqueza y modernismo sin masticar; y peor aún, sin digerir.
Es que el pasaje de una sociedad casi medieval, de economía primaria de pesca de perlas en la costa y recolección de dátiles en los desiertos pasó, en menos de 60 años, a una opulencia tipo modernista. Donde el oro negro del petróleo pasaron a complementarlo los turistas, cada vez en mayor número, que llegan en excursiones excelentemente programadas en hoteles de varias y calificadas estrellas.
Dos fechas a destacar en este proceso de historia “reciente”: el año 1958 (descubrimiento de petróleo en tierra y aguas del golfo) y 1971 (el de la terminación del protectorado británico y la declaración de independencia.
Hasta entonces la economía se limitaba a la recolección de perlas y la pesca en las poblaciones costeras y a los cultivos en las cercanías de los oasis, todo apoyado por el trafico comercial a través de caravanas de camellos que cruzaban el desierto. Y después de 1958 explotó la noticia de que en el sultanato de Omán y los emiratos de Qatar, Bahrein y en especial los Emiratos Arabes Unidos contaban con en su pequeño y casi improductivo territorio con reservas petrolíferas y de gas natural de las más importantes del mundo.
En poco menos de una generación se abandonó la pesca, se olvidaron los recolectores de perlas y las caravanas de camellos se convirtieron en convoyes de vehículos todo terreno que en vez de avanzar por las ardientes arenas surcan el territorio por modernas y bien trazadas autopistas que darían envidia a las mejores de Europa y aún de los Estados Unidos. Ingratitud del tiempo y de la historia: los abnegados camellones, imprescindibles para la historia y la civilización en medios desérticos se vieron suplantados en poco por rugientes vehículos que derrochan el combustible que emana generosamente de sus entrañas.
En muy pocos años los camellos dejaron de ser el animal indispensable, el amigo fiel y el sustentador de la economía para convertirse poco menos que en un estorbo, tan desocupado como desadaptado en la nueva realidad. Pasan los modernos 4 por 4 recorriendo y destrozando las arenas, devorando petróleos y distancias convirtiendo en horas los días de travesía por las arenas. Un poco lo que pasa con el caballo en Occidente que, en un plazo mucho mayor, ha sido suplantado por los ferrocarriles y las carreteras.
Personalmente siempre me llamaron la atención los camellos, sufridos dromedarios que recorrían centenares de kilómetros desde la antigüedad casi hasta nuestros días. Perfectamente adaptados a los medios desérticos, con su propicia joroba y su paso en paralelo, que en vistas del generoso brote de oro negro se vieron injustamente olvidados. Ingratos somos los seres humanos que en tan poco tiempo nos deshacemos de los fieles amigos que permitieron nuestra civilización durante siglos.
Aunque malo es decirlo, se les han asignado peores destinos todavía. En vez de dejarlos descansar como compañeros de ruta que han cumplido su deber, en los últimos años se les han adjudicado nuevas tareas y constituyen una renovada fuente de alimentación, entretenimiento y máquinas de ganar dinero. La leche es muy apreciada tanto como su carne, con poco colesterol, pasó a ser apreciada. Antes no se comía pero ahora se están inventando recetas para platos exóticos. Y la otra faceta de su nuevo destino son las CARRERAS DE CAMELLOS que se practican en casi todo el mundo donde existan arenas desérticas. Diversión del hombre solitario, mas excitante que la carrera y de caballos o aún la de galgos, la más tradicional en el Reino Unido.
El mercado de camellos más famoso del mundo y eventualmente el más grande se encuentra en Egipto, en la localidad de Birqash. Allí concurren todos los años desde todas partes del mundo árabe los ricos jeques para confraternizar, vender o comprar los dromedarios. Algo así como el Gran Derby o las fiestas ganaderas.
Los compradores y vendedores se reúnen, a veces por días en el interminable rito de regatear, un deporte nacional para los pueblos árabes. Llegan compradores de Arabia saudita, los camellos son traídos en camionetas y se los alimenta bien como el ganado en nuestros países antes de su exhibición y venta.
Visitamos un Mercado de Camellos en el interior de los Emiratos Arabes, una población en medio del desierto. Y para compartir con los lectores de Delicatessen.uy vayan algunas fotografías.