Pertenezco a una familia de palabra armada. Somos bardos, honramos las sobremesas pero las destrozamos cuando no evitamos o no podemos evitar que la sangre se nos suba a la cabeza. En mi familia hay historias de enfrentamiento político entre hermanos y hay muertos que se fueron a la tumba con la conversación malamente inconclusa. Pienso que esto sucede también en la vida de una sociedad.
El diccionario Para desarmar la palabra nació en pleno conflicto colombiano, en el año 1998, durante las primeras reuniones de Medios para la Paz. Discutían el papel de los medios de comunicación en dicho conflicto. La conclusión fue que “con excepción, los periodistas toman parte en él”.
Esta fue una herramienta para que esos reporteros no fueran a usar la palabra equivocada que les dibujara una diana en la frente y los marcara como objetivo de cualquiera de las partes del conflicto, que es lo que venía sucediendo.
Veinte años después, con la irrupción dramática y definitiva de las redes sociales en nuestras vidas, todos los ciudadanos somos un poco reporteros en el sentido que podemos sin querer o queriendo contribuir a avivar o suavizar tensiones sociales. Podemos dejarnos arrastrar por el torrente de palabras que obnubilan o podemos pensar y armarnos de nuestras propias palabras y sobre todo de la oportunidad de decirlas o callarlas.
En la actual coyuntura catalana y española todos estamos armados con palabras y un dispositivo para dispararlas.
Propongo que las pensemos muy bien antes de hacerlo. No importa tanto si sentimos que tenemos razón. Todos sentimos que tenemos razón. Pero no la tenemos toda. Y aun sintiendo que la tenemos toda, lo único que nos hace fuertes y mejores, es usar la palabra con la intención de entendernos.
Y si luego de tanto insistir hay unos humanos que disponen de unas herramientas impresionantes y no saben qué hacer con ellas o cómo usarlas, o las usan mal intencionadamente, pueden hacerse a un costado, salirse de la primera línea de un diálogo que han sido incapaces de mantener y dejar que lo intenten otros. Popularmente hablando, que pase el que sigue. “La Democracia se hace fuerte con más Democracia”.
Propongo un acto de amor y respeto por las Palabras; que dejemos de manosearlas y sin embargo pensemos en ellas tan bellas como poderosas.
Cuenta el relato bíblico, que Dios creó las lenguas diferentes como castigo a los humanos que construían la Torre de Babel con el deseo de llegar a Él. No le hagamos el juego. Ya lleva demasiado tiempo ganándonos esta partida.
Quitémonos de encima a todos los que usan la Palabra como arma para enfrentarnos. No es solamente que no tengamos alternativa; es que es una opción maravillosa.
Recuperemos la cultura, el conocimiento del otro y el autoconocimiento y no caigamos en tentación.
Como aprendí de un hombre sabio y eterno, Alain Masson, podemos aprender de estos momentos críticos y refundar nuestro alfabeto, reconociendo “la voz de la vida”.
“El uso de la voz de la vida provoca el despertar al mundo.
Venir al mundo, es un estado delicioso, natural, que ya todos conocemos.
Venir al mundo, es un estado material, una disposición nueva de los átomos de nuestro cuerpo, un estado efervescente de la materia viva, una deflagración de alegría”…
Leo y releo estas palabras cuando me desconcierto. Son mi GPS espiritual.
Las comparto y que cada uno haga lo que quiera con ellas mientras sea en bien propio y colectivo y nunca para desmerecer las palabras propiamente.
Las palabras nunca se agotan. Las lenguas vivas inventan nuevas para seguir dando sentido a los tiempos. Los humanos concretos sin embargo, pueden quedar agotados, “amortizados” esta palabra que encanta al relato periodístico político.
Es muy probable que los humanos encargados de mantener vivo este conflicto de manera artificial, estén amortizados. Es probable que unas elecciones en condiciones nos ayuden a refrescar el panorama, o no. Con todo habrá que vivir, porque hay una palabra que está muy manoseada, Democracia, que es lindo pronunciar. Porque no da dolor de barriga al decirla, al contrario, da tranquilidad. Y es desde esa tranquilidad que se puede pensar de la cintura hacia arriba. Todo lo demás, todo lo que está pasando ahora en Catalunya, se está pensando de la cintura hacia abajo. Estamos viviendo un momento exacerbado, un estado emocional colectivo muy alterado.
En España y en Catalunya la democracia está deteriorada. Pero ni más ni menos que en otros contextos sociales. Acaso mucho menos.
El origen del deterioro, está también en el abuso de las clases dirigentes sobre los ciudadanos, muy vulnerables gracias al desmantelamiento de las redes que tradicionalmente los defendían. Las clases políticas y sociales que han ocupado el poder, las desmantelaron. En Catalunya también.
En fin, para ir cerrando otra leyenda familiar… se cuenta que allá por los primeros años de la década de los 70, en una discusión política muy apasionada, alguien soltó un “por favor Fulano bajá la voz y reforzá tus argumentos”… Me parece un buen consejo. Y “si non è vero, è ben trovato”…
Como siempre o casi, porque he confesado que soy de espíritu sanguíneo, dejo mi abrazo fraterno,
Continuaré…
Malena Fabregat es uruguaya, nacida en Montevideo. Desde hace casi dos décadas, tiene la nacionalidad española y la “vecindad catalana”. Cabra en el horóscopo chino, es cabrona, se da de guampas pero no cae. Socióloga, egresada de la Universidad de la República, desde hace demasiados años nunca perdió las mañas. Fue periodista, productora, amante de la radio por sobre todo lo demás. Desde hace diez años vive y escribe desde un buen plato de comida y una buena copa de vino. Viaja sin parar por los territorios del vino. El viaje por el paisaje humano es infinito… vive bajo un lema… si molesto, me quedo.