Todos los viajes son únicos. Son vivenciales y cada uno vive y revive esas experiencias en cada momento. Algunas personas, ordenadas y pacientes, suelen describir esas experiencias en cuidados diarios de viaje. Es lo que hizo el amigo Alain Mizrahi, durante un particular viaje a Uzbkistán, una tierra lejana, para un yourugua, como él se denomina. Generosamente comparte ese viaje en Delicatessen.uy en esta y varias entregas.
Día 12
Hoy tocó más visita de Samarcanda con Sujrob … y con la pareja de veteranos suizos medio boludos, mientras Pulat se tomaba un respiro de hablar francés todo el día. Bah, en realidad el medio boludo es él, ella es bastante más soportable.
Un placer la visita al museo histórico de Samarcanda. Fijate vos que la ciudad original, la que los mongoles de Gengis Khan redujeron a un montón de piedras en el siglo XIII, aun se encuentra debajo de una colina al lado de la ciudad actual, así que los arqueólogos tienen para divertirse durante muchos años. La ciudad actual es la que construyó Tamerlán casi dos siglos más tarde. Luego del museo visitamos el observatorio de Ulug Beg, nieto de Tamerlán, que fue un brillante astrónomo en el siglo XV y estaba bastante más adelantado en su disciplina que los Copérnico y Galileo.
Realmente impresionante. Después recorrimos un complejo de mausoleos de las esposas, madre, guías espirituales y no sé quién más de Tamerlán. Lo que me resultó más interesante es la explicación de la mezcla de estilos de decoración: motivos islámicos, zoroástricos, budistas, de todo hay allí.Almorzamos en una “tchaikhana”, lo que significa “casa de té”, que no es otra cosa que un boliche al aire libre con sombra, donde la gente va a tomar té verde durante horas y eventualmente a comer algún “shashlik” (brochettes de carne de cordero asado). En todos los boliches, pero también en los patios de las casas, la gente se pasa el día tirando baldes de agua en el piso para bajar la temperatura, es una muy buena estrategia.Después de almorzar fuimos a visitar un taller artesanal donde fabrican papel a la antigua, con cáscara de ramas de morera. Dejan las ramas en agua 24 horas, les “pelan” la cáscara, hacen una pasta, la muelen con un molino de agua, la tamizan, y queda… una hoja de papel, que dejan secar antes de pulirla con una amatista.
Dicen que mientras una hoja de papel industrial se mantiene intacta durante 80 años, éstas pueden durar hasta 2000 años. Un ejemplar único del “Robbeyad”, poemas antiguos del poeta uzbeco Omar Kayad, escrito en ese mismo papel, fue rescatado de los restos del Titanic y aun está expuesto en Tashkent.Infaltable siesta a la hora de más calor, realmente me estoy malacostumbrando a esas benditas siestas, son más que agradables, intentaré ponerlas en práctica en Montevideo. Más tarde fuimos a cenar a un lugar muy pintoresco, se trata de una casa de familia que sirve almuerzos y cenas típicas en el patio de su propia casa, en un barrio cualquiera de clase media de Samarcanda.
Opípara cena como para variar, con un vino uzbeko que nos pareció muy berreta pero que tiene el mérito de existir. Después de la cena, salimos a buscar un boliche con wifi para conectarnos mínimamente al mundo y de paso le dicté una cátedra a Sujrob sobre cómo crear una fan page en Facebook y usarla para divulgar su negocio en Francia. El tipo estaba fascinado y ya se puso a subir fotos y no podía creer que a los pocos minutos ya había gente que las había compartido. También le mostré cómo descargar aplicaciones para su iPhone, se ve que estos bichos son un signo de status en Uzbekistán pero el tipo no sabe ni lo que es el AppStore. Volvimos al hotel como a las 11 de la noche y Sujrob sacó de la nada una botella de vodka uzbeko y una botella de jugo de naranja, y no dimos por terminada la conversación – y los chistes – hasta que la botella quedó vacía. La veterana suiza estaba con un pedo de novela y casi había dejado de parecer boluda. Siendo nuestra última noche en Samarcanda podíamos permitirnos algún exceso alcohólico. Mañana de mañana saldremos a comprar algún souvenir de esos bien boludos que compran los turistas, y después del mediodía nos vamos a la estación de tren para volver a Tashkent. Veremos a qué se parece un tren en Uzbekistán…
Día 13
¡Assalam Aleikum! Son las 10 de la noche en Tashkent, capital de Uzbekistán, nuestro avión sale a las 5 de la mañana, tenemos que desayunar a las 2, así que decidí ponerme ya a la hora de Uruguay y no dormir hasta estar en el avión. Lo hice cuando volví de China y funcionó bastante bien. Así que busco con qué entretenerme y la opción número uno es obviamente actualizar mi bitácora de viaje.Esta mañana nuestro programa decía «mañana libre en Samarcanda», así que la dedicamos a buscar «schmates» (cachivaches, en yiddish, creo que ya se los dije pero ta, cuando vas pisando los 50 te perdonan que repitas las cosas) para turistas, para llevar de recuerdo. Pero hete aquí que la tarea no era sencilla ya que, como ya he señalado, el turismo aun no es una industria demasiado desarrollada en Uzbekistán y la variedad de schmates para comprar no es demasiado amplia. Por suerte todos los negocios están concentrados en una única calle peatonal así que los recorrimos todos. Yo me decidí rápidamente por un almohadón bordado, un imán para la heladera y un gorrito multicolor que no sé cuándo me pondré pero al menos hará reír a mi vieja y le confirmará que tengo cara de turco. Al fin y al cabo, mi apellido significa «el que vino del Oriente» y mi abuelo era de Istambul, así que no me extrañaría nada que los que vinieron de más al oriente que Istambul hayan sido de por acá…
En la tarde nos vino a buscar Sujrob con su auto para llevarnos a su hermano y a nosotros a la estación de tren de Samarcanda, desde tomaríamos el «Afrosyab», el expreso a Tashkent. Pues ¡qué decepción! Esperaba encontrarme con un tren tercermundista con gallinas y cabras adentro, y en vez de eso era un Talgo español de alta velocidad, superextramegaguau, con aire acondicionado, tremendas butacas, tele, auriculares, merienda gratis, azafata, bar y todos los chiches. En apenas más de dos horas hicimos los 350 km que separan las dos principales ciudades de Uzbekistán, recorriendo un paisaje que se fue volviendo cada vez más verde a medida que avanzábamos hacia el noreste. Pasturas – bastante amarillas ya que estamos en la estación más seca y calurosa -, ganado y cultivos de algodón.Las medidas de seguridad para entrar a la estación de tren son similares a las de los aeropuertos. Pasan todo el equipaje por un scanner, vos pasás por un detector de metales, y los guardias son tan simpáticos como una puerta de cárcel (expresión francesa que me encanta). Me hicieron abrir la mochila porque algo les llamaba la atención, y resulta que era que tenía dos cinturones adentro de un champión para ganar espacio. Al llegar a Tashkent salimos a buscar un taxi. Les cuento lo fácil que es conseguir un taxi en Uzbekistán: simplemente te parás en el cordón de la vereda y extendés el brazo.
En menos de dos minutos va a parar algún auto, sin ningún tipo de identificación. Si tenés un poco de suerte está en buen estado y con aun más suerte está limpio Le explicás al conductor – bueno, es un decir, el que explicaba era Pulat – adónde vas y negociás el precio, te subís y te lleva. Es muy probable que haya alguien más en el taxi si hay lugar, en cuyo caso el tipo acomoda su recorrido para dejar a todo el mundo. Son particulares cualesquiera, muchas veces estudiantes universitarios, que para hacerse unos mangos hacen las veces de taxi. Pero mirá que los taxis de verdad, amarillos y con luminoso arriba como todos los taxis del mundo, tampoco tienen nada parecido a un taxímetro. Con ellos también tenés que negociar el precio previamente, así que en definitiva es todo lo mismo.
Volvimos al mismo hotel Uzbekistan en el que estuvimos al llegar hace casi dos semanas. Enorme edificio de la era soviética, con aires de lujo pero bastante deteriorado y obsoleto. ¿Que ya lo dije? Bueno, ta, ya te expliqué, es culpa de la edad y del vodka uzbeco. Pero el aire acondicionado anda bien, lo cual es lo único importante en estas latitudes. Fuimos a cenar a un restaurante llamado Al Aziz (sí, se usan muchísimo los nombres árabes aquí, Aziz, Muhammad, Hassan, Abdul, etc.) y comimos nuestras últimas brochettes de cordero asado, ya no las soporto más pero bueno, había que comer eso porque era la última noche. Sería como no comer un último churrasco a la parrilla si te vas de Uruguay.Mañana emprendo el largo regreso hacia Montevideo.
Vuelo primero a Moscú en un vuelo de cuatro horas, luego a París otras cuatro horas, cambio de aeropuerto de Roissy a Orly y seis horas al pedo, Iberia a las 8 de la noche a Madrid y de nuevo Iberia a Sao Paulo a la medianoche. Iré contándoles de los vuelos si consigo garronear wifi en los aeropuertos.
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Alain Mizrahi. Director de Grupo RADAR desde la creación de la empresa en 1997. Trabaja en el área de la investigación de mercados desde 1989. Egresado de la EM LYON School of Business (Lyon, Francia), y posgrado (Diplôme d’Etudes Supérieures Spécialisées, DESS) en Economía del Desarrollo Rural de la Université de la Méditerrannée (Marseille, Francia). Ex catedrático asociado de marketing en la Universidad ORT Uruguay y docente de investigación de mercados y de marketing estratégico. Presidente de CEISMU (Cámara de Empresas de Investigación Social y de Mercado del Uruguay). Representante de ESOMAR-World Research en Uruguay desde 2002.