Todos los viajes son únicos. Son vivenciales y cada uno vive y revive esas experiencias en cada momento. Algunas personas, ordenadas y pacientes, suelen describir esas experiencias en cuidados diarios de viaje. Es lo que hizo el amigo Alain Mizrahi, durante un particular viaje a Uzbkistán, una tierra lejana, para un yourugua, como él se denomina. Generosamente comparte ese viaje en Delicatessen.uy en esta y varias entregas.
Día 5
El territorio que actualmente ocupan los cinco países de Asia Central ha sido invadido periódicamente por diferentes etnias a lo largo de la historia. Para hacértela corta porque es imposible acordarse de todos los nombres de todas las dinastías que han reinado por acá, te cuento que primero estuvieron los persas en el siglo VI AC, luego los macedonios de Alejandro Magno en el siglo III AC, luego vinieron los árabes en su conquista después de la muerte de Mahoma en Arabia en el siglo VII de nuestra era (su imperio se extendió desde los Pirineos hasta las fronteras de China), luego arrasaron los mongoles de Gengis Khan en el siglo XIII, luego Tamerlan en el siglo XV – considerado el héroe nacional de Uzbekistan -, luego la Rusia zarista intentó avanzar hacia el sur con mayor o menor éxito, y los últimos fueron los bolcheviques en 1924. Todos dejaron sus huellas en lo religioso, en lo arquitectónico, en la lengua, en todo. Pero todos intentaron arrasar con lo anterior, por lo que es muy difícil encontrar construcciones muy antiguas. A modo de ejemplo, la imponente fortaleza de Bujará existe desde la noche de los tiempos, pero la construcción actual data del siglo XVI porque todos los que invadieron la región empezaron por reducirla a polvo y cenizas antes de… ¡reconstruirla!
En lo étnico y cultural, Uzbekistán ha sido y sigue siendo un mosaico. Tashkent, la capital, está principalmente poblada de uzbecos, pero Bujará y Samarcanda son totalmente tadyikas (Tadyikistán es el país vecino hacia el este, antes de China, enclavado en las montañas del Pamir), como también son tadkyikas Herat y Mazar-i-Sharif, dos ciudades de Afganistán, acá nomás a unos pocos cientos de kilómetros hacia el sur. Hasta quedan pueblos árabes que mantuvieron su lengua, y judíos que llegaron en el siglo IX de Irán y son seguramente descendientes de aquellos que optaron por quedarse en Babilonia luego de los años de exilio que siguieron a la destrucción del Templo de Salomón y Jerusalem por los persas. Pero la “sovietización” marcó muy fuertemente el país, al punto que el ruso sigue siendo un idioma hablado por todos. Y el idioma uzbeco se escribe tanto en caracteres cirílicos como en caracteres latinos. Los más nacionalistas intentan erradicar el alfabeto cirílico, y es de lo más común encontrar carteles escritos en cualquiera de los dos alfabetos en todas partes.
Venía ”invicto” hasta anoche pero la cena me terminó de destruir el sistema digestivo. Estaba dentro de lo previsible, ya que nuestros delicados estómagos occidentales están demasiado mal acostumbrados. Y la verdad es que me había pasado de rosca con la comida “exótica”. Mi noche transcurrió en un radio de un metro y medio alrededor del inodoro, y te voy a ahorrar los detalles escatológicos. Esta mañana estaba hecho una piltrafa, no pude desayunar más que té verde, almorcé tres cucharadas de arroz y cené una sopa, mientras mi compañero de viaje arrasaba con un plato de arroz frito con pasas de uva y pedazos de carne ovina… y abundante sandía.
Bujará es una verdadera ciudad museo. No recuerdo haber visto tantos monumentos históricos en un espacio tan reducido: mezquitas, escuelas coránicas, caravanserais (eran como albergues para las caravanas de camellos que comerciaban a lo largo de la Ruta de la Seda), todo super bien conservado. Se nota un real esfuerzo por preservar el patrimonio histórico. Y mucho más turismo que lo que imaginé, aunque no es la estación más propicia: 43 grados este mediodía, era imposible sentarse en los muros de piedra. En todas partes te ofrecen alfombras hermosísimas de lana de camello o de oveja… y de seda, absolutamente alucinantes; también bordados muy lindos, platos y juegos de té de cerámica, y mucho “schmate” (cachivaches, en yiddish, es una palabra que me encanta) chino que podés comprar en cualquier expoferia de 18 de Julio. Lo más bizarro que vi fue una alfombra con la cara de Lenin. La gente es muy amable y hospitalaria, intentan conversar contigo en francés o en inglés, te dicen “welcome to Uzbekistan” así porque sí; es que a pesar del desarrollo del turismo desde la independencia en 1992 aun seguimos siendo bichos raros para ellos. Hoy nos paró un tipo por la calle y nos preguntó “¿italianos?” “No, franceses” contestamos. “Aaaaaaahhhh, Jean Paul Belmondo, Alain Delon!” dijo el hombre contentísimo. Si le decía que venía de Uruguay me iba a salir de nuevo con Suárez o Cavani, y la verdad que estoy un poco aburrido de que ésas sean las referencias sobre Uruguay.
Después del almuerzo volvimos al hotel a esperar a que pasara la hora de más calor, y a las cinco y media arrancamos de nuevo con la misión de encontrar un cargador para mi iPhone, que se había roto. Nos dirigimos a pie hacia el bazar. Imaginá una mezcla de inmensa y caótica feria de frutas y verduras con mujeres sentadas atendiendo sus puestos, locales minúsculos donde venden productos de almacén (la crema dental Colgate con sabor a miel me resultó por demás interesante), ferreterías con toda la mercadería expuesta prácticamente en la calle, locales de ropa, de electrónica, todo sin lógica alguna. Pulat, nuestro guía, iba derecho por ese laberinto hacia donde sabía que iba a encontrar lo que buscaba: un local de 2×2 que vendía todo tipo de accesorios para celulares, obviamente todos chinos. Por 4 dólares me llevé mi cargador, por supuesto que suelto y sin envase alguno. Pero por ese precio ¡a quién le importa!
Luego vino la nota folclórica del día: yo quería visitar la sinagoga del siglo XV con una Torá de 500 años. Averigüé a qué hora era el servicio del Kabalat Shabat ya que era viernes, y allá entramos con nuestro guía musulmán. Si esto no es fomentar la amistad entre los pueblos no sé qué es fomentar la amistad entre los pueblos. Ahí estaba yo, judío uruguayo en Bujará explicándole a un uzbeco musulmán de etnia tadyik qué signicaban las manos de los Cohanim pintadas en la pared, qué era una Torá y cómo se escribe, y qué significan la Menorá y el Maguen David. La sinagoga tenía unos 30 m2 como mucho, y la misma disposición que cualquier sinagoga del mundo. Solo que muy muy pobre… y curiosamente orientada hacia el oeste ya que Jerusalem está al oeste y no al este como en casi todas las sinagogas del mundo. Cuando entramos, el hijo del rabino – que hace las veces de gerente de la comunidad – dormía la siesta tirado en uno de los bancos. El Shamash intentó una explicación somera para turistas de qué era qué, pero cuando le expliqué que todo eso yo ya lo sabía y que lo que me interesaba era que me contaran la historia de la comunidad judía de Bujará, se dedicó a tratar de venderme un CD de música tradicional judía de Uzbekistan y una vez logrado su cometido por la módica suma de cinco euros, me dejó hablando sólo. El hijo del rabino no pareció estar más interesado en explicarme nada, y mientras me hablaba bostezaba y se rascaba las partes íntimas ostensiblemente. Otros dos feligreses jugaban al backgammon en medio de la sinagoga, y otros tres leían el diario. Cuando llegó el rabino comenzó el servicio sin que nadie dejara de leer el diario, pero a los cinco minutos pasó del hebreo antiguo al tadyik y se mandó un discurso en el que parecía muy enojado. Pulat se reía y me iba explicando de qué se trataba: resulta que la gaceta de la comunidad judía de Asia Central se edita e imprime en Tashkent, y les habían mandado más ejemplares que miembros de la comunidad hay en Bujará – unas 200 personas. Y el rabino no sabía cómo cuernos iba a hacer para pagarlos. Realmente aquello era cualquier cosa y al ratito decidí que era suficiente y nos fuimos mientras el rabino seguía despotricando enojadísimo. Muy folclórico todo.
Antes de ir a cenar entramos a un local de venta de alfombras, cuya dueña hablaba sorprendentemente bien francés, y allí Lionel, erudito en alfombras, se puso a revolver todo, elegir, descartar, preguntar, comentar… y esto aun no terminó porque apenas empezó a negociar el precio tuvimos que irnos a cenar así que el regateo quedará para mañana. Y creo que me voy a dejar tentar por una alfombrita yo también, aunque solo sea para alardear que tengo una auténtica alfombra de Bujará comprada en su mismísimo lugar de origen.
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Alain Mizrahi Director de Grupo RADAR desde la creación de la empresa en 1997. Trabaja en el área de la investigación de mercados desde 1989. Egresado de la EM LYON School of Business (Lyon, Francia), y posgrado (Diplôme d’Etudes Supérieures Spécialisées, DESS) en Economía del Desarrollo Rural de la Université de la Méditerrannée (Marseille, Francia). Ex catedrático asociado de marketing en la Universidad ORT Uruguay y docente de investigación de mercados y de marketing estratégico. Presidente de CEISMU (Cámara de Empresas de Investigación Social y de Mercado del Uruguay). Representante de ESOMAR-World Research en Uruguay desde 2002.