Diario de viaje: crónicas de un yorugua en Uzbekistán (II) | Alain Mizrahi

Todos los viajes son únicos. Son vivenciales y cada uno vive y revive esas experiencias en cada momento. Algunas personas, ordenadas y pacientes, suelen describir esas experiencias en cuidados diarios de viaje. Es lo que hizo el amigo Alain Mizrahi, durante un particular viaje a Uzbkistán, una tierra lejana, para un yourugua, como él se denomina. Generosamente comparte ese viaje en Delicatessen.uy en esta y varias entregas.

Día 3

Si en Tashkent creíamos haber llegado a los confines del mundo conocido, hoy llegamos un poco más lejos. Khiva es probablemente uno de los asentamientos poblados más antiguos del mundo. La leyenda cuenta que Sem, hijo de Noé (el del Arca y los animalitos, sí), habría dibujado los contornos de la ciudad. Partes del muro fortificado que rodea Khiva datan del siglo V. La ciudad es ampliamente nombrada en las crónicas árabes del siglo X. Fue un oasis importante en la Ruta de la Seda entre Europa y China. Y logró mantenerse como ciudad-estado durante siglos hasta que los soviéticos la aplastaron definitivamente.

Aun sigo intentando descifrar la increíble, intrincada, retorcida y por cierto apasionante historia de la población de Uzbekistán; cada escala me va aportando algún dato nuevo, voy leyendo partes de los dos libros que compré en París, cotejo datos con nuestro guía Pulat y sobre todo con su hermano Sujrob, verdadero erudito con un doctorado en la universidad de París, y trato de armar un puzzle imposible. Creía que la historia de los pueblos de los Balcanes era lo máximo en complejidad pero la historia de los pueblos de Asia Central es aun más increíble. Y sin embargo, muy en el fondo, todo es bastante simple: son todos de origen turco o de origen persa. Desde los turcos de Anatolia – en la actual Turquía – hasta la frontera con China, son todos pueblos y lenguas de origen turco o persa. Azeríes, Uzbecos, Kasajos, Turkmenos, Kirghizes, y también Chechenos, Tátaros y otros tantos más, provienen de las estepas del Altai, en Siberia, al norte del Kazajistan (dale, volvé a mirar el mapa, no seas haragán), y antiguamente eran pueblos nómades. Mientras que los iraníes, los tadyikos y también los pashtunes de Afganistán son de origen persa y antiguamente eran sedentarios.

Todos los pueblos turcos hablan idiomas muy parecidos y se comprenden entre ellos, al punto que, por ejemplo, cuando Uzbekistán se llenó de refugiados durante los decenios de guerra en Afganistán, se confundieron fácilmente con la población local. Claro, ¡si hay tres millones de uzbecos en Afganistán y hablan todos el mismo idioma! Me vas siguiendo no? Mirá que estoy haciendo un esfuerzo de síntesis importante que espero sepas apreciar.

Bueno, como asumo que me hiciste caso y estás mirando un mapa, tenés que entender ahora que este país cuyo nombre es un invento chino, digo turco, digo, bueno, entendiste lo que quiero decir, estaba en el cruce de dos rutas: la que iba de Europa a Extremo Oriente pasando por Turquía e Irán para ir hacia China; y la que iba de norte a sur, uniendo India y Pakistán – luego imperio británico – con el imperio ruso al norte. Quien controlaba este territorio controlaba pues el comercio, que se hacía con interminables caravanas de camellos. El desarrollo de las vías marítimas a partir de los grandes descubrimientos en el Renacimiento hizo caer estas rutas en desuso y por lo tanto la grandeza de las ciudades de Samarkanda, Bujará y Khiva se desmoronó hasta que fueron reflotadas por los soviéticos que al menos tuvieron el mérito de rescatar poblaciones enteras de la miseria y el hambre y hacerlas entrar en el siglo XX.

No te aburro más con lecciones de historia, pero no te alegres demasiado porque seguramente volveré en los próximos días a medida que vaya entendiendo un poco más.

Esta mañana nos levantamos a las 4:30 ya que a las 5:15 nos venía a buscar nuestro guía para llevarnos al aeropuerto de Tashkent, pero el de los vuelos internos, que no es el mismo al que habíamos llegado el día antes. Sorprendente edificio, sorprendentes instalaciones, y todo muy controlado por algo parecido a una policía militar por todas partes: es como si tuvieras que dejar tu auto en la entrada del estacionamiento de Carrasco y seguir a pie hasta la terminal con tu equipaje y sin acompañantes, previo presentar tu pasaporte y pasar tus valijas por un scanner. 30% del presupuesto del Estado va para Defensa, así que supongo que hay que pagarle el sueldo a mucha gente al pedo como éstos o como los milicos que “controlan” las escaleras mecánicas del metro de Tashkent durmiendo la siesta con la boca abierta.

Habían vuelos a varios destinos que salían todos más o menos a la misma hora, y se veían los aviones de Uzbekistan Airways en la pista. Varios eran visiblemente Airbus A320 pero otros, con hélices y aspecto un tanto obsoleto, no me inspiraban tanta confianza. Con un poco de suerte eran Tupolev de la era soviética. Obviamente nos tocó uno de esos. Una amable azafata nos despachó un vaso de un líquido bastante parecido a la coca cola y no se la vio más. Todo el mundo hablaba por celular hasta durante el despegue, con las mesitas abiertas y los asientos reclinados, y a nadie pareció importarle. El vuelo duró dos horas, durante las cuales yo y varias decenas de personas tuvimos ganas de tirar a un bebé 10.000 metros para abajo. No podía creer cómo algo tan chiquito podía emitir sonidos tan estridentes, tan agudos y durante tanto tiempo.

Llegamos a Khiva, al oeste del país, a pocos kilómetros de la frontera con Turkmenistán. En realidad aterrizazmos en Urgench, ciudad inventada por los soviéticos ubicada a 30 km, que no tiene absolutamente nada digno de mención. Solo es una ciudad administrativa sin encanto, desde donde los turistas rajan rápidamente hacia Khiva. Por supuesto que decenas de choferes de taxis esperan a los turistas y los persiguen para ofrecerles sus servicios. En realidad la noción de taxi en Uzbekistán es por demás relativa: negociás un trayecto de cualquier lado a cualquier lado con cualquier automovilista que veas con cara de estar medio al pedo. Pulat viajó con nosotros desde Tashkent y ya nos esperaba un “amigo” con un Chevrolet de fabricación uzbeca, que había tenido el buen tino de estacionar a la sombra. Eran las 8 y media de la mañana y ya hacían casi 30 grados. “Va a ser una jornada agradable”, dijo el chofer. “No va a pasar de 40 grados”. Ah bueno, me quedo más tranquilo entonces. Un día fresquito.

Llegamos a nuestro hotel en Khiva, una construcción que de afuera parecía muy rústica con sus paredes de barro como el resto del casco antiguo de la ciudad, pero que adentro era muy agradable, empezando porque tenía aire acondicionado ! Allí conocimos a Sujrob, el hermano mayor de Pulat y dueño de la agencia de viajes. Aspecto físico de luchador mongol, muy simpático, con un sombrero Panamá, una camiseta a rayas horizontales… y un iPhone 5; todo un personaje.

Tiramos nuestras mochilas en la habitación y ya salimos a recorrer la ciudad antigua, una especie de ciudad dentro de la ciudad. La llaman Itchan Kala, y fue declarada toda entera patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1967. Mezquitas, escuelas coránicas, minaretes, museos, perdés rápidamente el hilo de quién es quién en esta compleja historia: que el Khan Fulano, que el nieto del Khan Mengano que mató al suegro y se proclamó Khan Perengano, en realidad ¿qué importancia tienen esos datos? La ciudad entera merece ampliamente su estatus de ciudad-museo. Pocos turistas, un calor abrasador, siempre una música oriental que sale de alguna ventana… o de algún celular, niños que te miran, se ríen y te dicen “goodbye” o te piden “bombons” (caramelos, en francés), y una arquitectura que te transporta en un túnel del tiempo no sabés si uno, dos, o 23 siglos para atrás: Khiva acaba de festejar sus 2300 años, y no sobra ningún cero en el número, dije bien dos mil trescientos años.

Almorzamos en un precioso restaurante muy típico con nuestros dos guías y una pareja de veteranos suizos muy boludos, y yo estaba en mi salsa exprimiendo a Sujrob explicaciones sobre el “Gran Juego” entre las grandes potencias por la ubicación de los gasoductos entre Asia Central y los centros de consumo. No te vas a salvar, ya te lo voy a contar más adelante aunque me ruegues que no lo haga. Al pobre Lionel, mi viejo compañero de viaje desde que éramos estudiantes en Francia en los ’80, no le sentó bien la cerveza uzbeca, o los tallarines verdes con queso fresco, o la sandía de aperitivo, o alguna combinación de todo eso, y tuvo que pasar un buen rato en los servicios higiénicos y salió de ellos blanco como un papel.

Luego de una siesta de un par de horas en la habitación del hotel, seguimos visitando más “madrasas” (escuelas coránicas), más minaretes y más edificaciones del año del pedo, y lo digo con el más absoluto respeto por supuesto pero llega un momento en que todo se te confunde y ya te da lo mismo que sea el harem de Alakuli Khan o las letrinas de Pakhlavan Mahmud.

Cena literalmente obscena en el hotel: arroz pilaf frito en aceite de algodón, con huevo, carne, ajo y no sé cuántas cosas más, yogurt, ensaladas varias con porotos, remolachas y otras cosas difíciles de discernir, la infaltable sandía, el pan en forma de gran galleta redonda, y … vino tinto!!

En este momento estoy esperando a que el agua vuelva a tener una presión suficiente como para ducharme – les dije que el tema del agua es todo un tema en este país, ¿no? Tenés aire acondicionado en la habitación pero no sabés si vas a tener agua para bañarte.
Como no hay internet en la vuelta, tendrán dos relatos por el precio de uno cuando vuelva a tener Wifi en algún lado.

Días 3 y 4

Esta mañana arrancó con una situación semi cómica. Salimos a desayunar y habían varios espacios donde era posible hacerlo: uno de ellos era en un patio al aire libre (con unos 30 grados a las 8 de la mañana) y otro en una sala con aire acondicionado. Nuestros guías nos esperaban en el patio junto con la pareja de veteranos suizos boludos con la cual no teníamos muchas ganas de interactuar; pero nosotros, inconscientemente o no, nos dirigimos hacia la salita con aire acondicionado. En una mesa larga había un flaco rubio de pelo largo y barba, visiblemente turista, sentado en la cabecera. La empleada del hotel, creyendo que éramos del mismo grupo que él, nos instó con cierto tono autoritario – “one here, one here” apuntando a un lado y otro del flaco- a sentarnos al lado de él. Como somos gente que fomenta la amistad entre los pueblos obedecimos, pero el flaco nos miró con cara de “¿¿y ustedes quién mierda son??”; nosotros lo saludamos en varios idiomas – incluyendo el Assalam aleikum uzbeco – pero solo obtuvimos una mirada bovina y a los dos minutos el flaco se levantó y se fue, dejando su taza de té casi llena. Mirá que hay gente rara!

A las 9 estábamos instalados en un Chevrolet, pero como les dije aquí todos los autos son Chevrolet aquí así que “Chevrolet” es sinónimo de “auto”, arrancando rumbo a Bujará. La ruta cruza y luego bordea el río Amú Dariá, frontera natural en varios de sus tramos con Turkmenistán y más al este con Afganistán. Este río, junto con el Syr Dariá – que corre más al norte -, baja desde el “techo del mundo”, el macizo montañoso del Pamir, situado entre Tadyikistán y China. Ambos ríos constituyeron históricamente la clave de la riqueza de esta región, y alimentaban el Mar de Aral, uno de los mares interiores más grandes del mundo.

Lamentablemente el monocultivo del algodón durante toda la época soviética, así como los numerosos desvíos artificiales de ambos ríos, hicieron que hoy se entierren en la arena antes de llegar al mar de Aral. Este se fue secando progresivamente hasta quedar reducido al 10% de su superficie original. La pesca desapareció y con ella puertos y poblaciones; la concentración salina aumentó en la poco agua que quedaba, provocando la desaparición de todas las especies de peces que habían; y la sal que aflora en las partes secas del mar vuela hacia las áreas cultivadas con las tormentas de viento y contribuye a acrecentar este desastre ecológico, uno de los mayores que haya provocado el hombre sobre la tierra.

Quise parar sobre un puente para sacar una foto del Amú Dariá pero Pulat me advirtió que estaba prohibido. Creí ingenuamente que lo que estaba prohibido era estacionar sobre el puente, pero no era eso sino que podían arrestarme por tomar fotos “de un punto estratégico”. Sin comentarios, todas las dictaduras del mundo se parecen. Nadie sabe por qué algo está prohibido pero nadie lo hace. Por las dudas ¿viste?

Apenas salimos del valle fértil del Amú Dariá y nos fuimos alejando progresivamente hacia el noreste en dirección de Bujará, el paisaje se volvió cada vez más árido y desértico. Había leído que lo llamaban el “desierto rojo” y yo románticamente me imaginé rocas y arena de ese color. Pues se trataba de lo más parecido que he visto a la Patagonia solo que con más arena y menos tierra. Matas de hierbas secas, polvo, y un calor imponente. El aire acondicionado del auto no alcanzaba para bajar la temperatura a un nivel agradable, pero eso no parecía perturbar a nuestro chofer, un uzbeco cuarentón fanático de fútbol que se pasó el viaje pelando y comiendo semillas de girasol; nos explicó que era para no dormirse manejando. Ah, me quedo más tranquilo entonces.

La ruta alternaba tramos aceptables con otros totalmente intransitables con pozos que parecían cráteres. Cada cual maneja por donde puede, zigzagueando de un lado a otro, también los camiones y omnibuses. De a ratos aparecen tramos en construcción, aparentemente se aburrieron de que el desierto y los camiones se coman el asfalto y se decidieron a construir una ruta toda de hormigón. Pero al ritmo que van capaz que terminan en el 2040. Cruzamos algunas cuadrillas de obreros con la cabeza totalmente envuelta para protegerse del sol y del polvo, te la regalo trabajar en la construcción de una ruta en el medio del desierto con 45 grados en verano y 20 bajo cero en invierno…

Las rutas del desierto siempre me han fascinado: la ruta 40 de la Patagonia argentina, la de Los Angeles a Phoenix, la del Sahara entre Gardaia y Tamanrasset en Argelia, las de Anatolia central en Turquía, todas me provocan una extraña atracción y sé que no soy el único. Esta tenía un agregado que la hacía especial: fue la Ruta de la Seda inaugurada por Marco Polo en su viaje de 25 años de Venecia a China, en el siglo XIII.

Sobre la una de la tarde paramos en una especie de boliche, en medio de la nada pero totalmente organizado para recibir a los turistas que individualmente como nosotros o en omnibuses hacían esa misma ruta. El menú consistió en shashliks, especies de brochettes de carne de oveja, muy ricas por cierto. Caramba, se come realmente bien en este país. Aunque la acumulación de comida exótica me está empezando a provocar cierto malestar estomacal. Intentaré reducir la ingesta mañana, de lo contrario presiento una catástrofe digestiva en breve.

Llegamos a Bujará como a las 5 de la tarde, muy cansados a pesar de que lo único que hicimos fue dejarnos conducir durante ocho horas de viaje. Nos instalamos en el hotel New Moon, nombre típicamente uzbeco si los hay, y oh milagro, ¡¡tiene wifi!! Pude conectarme con el mundo, digo con Facebook, y con la oficina unos minutos para bajar la ansiedad, y nos fuimos a cenar a una terraza desde donde vimos una magnífica puesta del sol sobre los techos de la ciudad antigua. Parece ser una ciudad hermosísima, la visitaremos mañana y pasado.

 

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Alain Mizrahi Director de Grupo RADAR desde la creación de la empresa en 1997. Trabaja en el área de la investigación de mercados desde 1989. Egresado de la EM LYON School of Business (Lyon, Francia), y posgrado (Diplôme d’Etudes Supérieures Spécialisées, DESS) en Economía del Desarrollo Rural de la Université de la Méditerrannée (Marseille, Francia). Ex catedrático asociado de marketing en la Universidad ORT Uruguay y docente de investigación de mercados y de marketing estratégico. Presidente de CEISMU (Cámara de Empresas de Investigación Social y de Mercado del Uruguay). Representante de ESOMAR-World Research en Uruguay desde 2002.