Un oriental en África occidental (8) | Joaquín DHoldan

“El carcelero es un prisionero más”
Proverbio africano

Saliendo del puerto de Dakar, a menos de una hora, se encuentra la Isla de Goreé, conocida como Isla de los esclavos. Aguas azules, una playa, música, arquitectura colonial francesa. El bello entorno parece disfrazar un punto geográfico donde se ha concentrado el horror. Durante siglos África fue saqueada de sus jóvenes para ser vendidos, a cambio de nada, a la civilización occidental. Europa y América robaban a chicos y chicas en diferentes puntos del continente, a muchos los trasladan a esa isla de la cual partían los barcos esclavistas. Impresiona entrar en la llamada “Mansión de los esclavos”, una estructura de dos pisos, en el superior, hoy convertido en museo, vivían los guardias. Abajo, un unas habitaciones con paredes ásperas, se acumulaban los esclavos. Al fondo se dibujaba la “Puerta del viaje sin retorno”, un pasadizo que se adentraba en el mar, hasta los barcos. Los guardias dormían y comían sobre los gritos de cientos de personas apresadas y golpeadas, que no sabían lo que les sucedería.

Miraba esa puerta y pensaba en un compañero que tuve en Facultad, el único negro. Uno sólo entre mil quinientos. Pensé que sería bueno que conociera esa puerta y estuviera consciente de su largo viaje, y de lo lejos que estaba de haber terminado.

En el piso inferior se puede leer “Hombres”, “Mujeres”, “Niños”, “Sala de pesado”… “Inadaptados”… es irónico que los que estaban allí arriba secuestrando gente señalara a alguno como “inadaptado”… ¿pretenderían que se adaptaran a ser tratados como ganado?

A la sensación de opresión se le suma el dolor. Un amigo senegalés visitaba la isla por primera vez, me aseguró con lágrimas en los ojos que el lugar estaba lleno de fantasmas.

Lejos de la casa hay muchos artistas, pintores sobre todo. En medio aparece una iglesia, de las pocas que vi. En una de sus paredes una placa que colocó Juan Pablo II pide perdón a África por haber permitido la esclavitud. Dos siglos de esclavitud, otros dos de colonialismo. Después dicen que África es pobre. Es un milagro que siga en pie.

La cantidad de historias se acumulan. Como siempre en estos casos también hay algunas sobre traición. Muchos jefes de tribus eran cómplices y a cambio de armas vendían a su propia gente. Siempre hay traidores.

Antes de irme entré un momento a una celda, casi agachado, una única ventana angosta, por la que apenas podía asomar media cara, dejaba respirar el aire del océano, según dicen, infestado de tiburones. Sentí por un instante el agobio. Me pareció escuchar gritos. Mi amigo seguía ocupado con sus fantasmas pero algo habría visto en mi cara porque decidió bromear para intentar hacerme sonreír por primera vez desde que llegamos a Goreé. “No te preocupes, te protejo con magia negra”, me susurró.

 

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