La patria es la infancia | Osvaldo Quiroga

Rainer Maria Rilke
Rainer Maria Rilke

Se le atribuye a Rainer María Rilke, el gran poeta austríaco, haber dicho que la verdadera patria del hombre es la infancia. Otros artistas sostuvieron lo mismo y para probarlo escribieron textos memorables. Kafka, sin ir más lejos, fue el autor de “Carta al padre”, una obra breve y conmovedora sobre un chico enjuto, enfrentado a su propio padre, un hombre que se impone tanto por sus modales autoritarios como por su imponente físico. La debilidad del joven Franz después derivaría en una tuberculosis que lo llevó a la muerte. Pero antes de eso, y gracias a que su amigo Max Brood no quemó sus escritos, Kafka dejó una obra fundamental para la literatura universal.

Una noche, en la que el escritor cuenta que hacía mucho frío, por una falta menor su padre lo dejó varias horas encerrado en el balcón. Lo que sintió ese niño aparece en esa carta, acaso una obra maestra de cierta literatura confesional que hoy parece aflorar con renovados bríos. De la infancia de Kafka también se ocupa en un ensayo Walter Benjamin cuando escribe: “Hay un retrato de Kafka niño, y pocas veces la pobre breve infancia se ha traducido en forma más aguda. Debe haber sido hecho en uno de esos estudios fotográficos del siglo pasado que, con sus decorados y sus palmeras, sus arabescos y sus caballetes, estaban a medio camino entre la cámara de torturas y la sala del trono. Allí, en un trajecito estrecho, casi humillante, sobrecargado de bordados, un niño de unos seis años aparece delante de un paisaje de invernáculo”. Literatura y fotografía, como mucho tiempo después lo hizo Sebald, entre muchos otros, intentan dar cuenta de ciertas zonas íntimas de la infancia que posteriormente reaparecen en forma de huellas en el trabajo creativo de los artistas. En realidad el pasado se hace visible. Basta una contingencia, o una búsqueda inconsciente, para que aquello que se creía olvidado irrumpa en el presente.

Es probable que un libro tan exitoso como “Corazón”, de Edmundo De Amicis, cuyo narrador es un niño, haya deslumbrado a varias generaciones por las abundantes peripecias por las que atraviesa el protagonista. En ese sentido es la típica narrativa de iniciación. En sus páginas podemos hallar algo propio, al menos en la imaginación o en el deseo. Hay casos más dramáticos, como el libro de Ana Frank, un diario escrito por una niña antes de morir en un campo de concentración nazi. Lo que cuenta ella es una herida para toda la humanidad. El genocidio nazi fue perpetrado con la complicidad de millones de verdugos silenciosos. Cuando se piensa en narradores tan jóvenes el lugar común supone que contarán alguna aventura divertida, como las que transitan los muchachos del Nacional de Buenos Aires en “Juvenilla”, el libro de Miguel Cané. Pero no ocurre así. Al decir verdad, no debe haber muchos casos en la literatura mundial de niños que escriben, lo que hay siempre son adultos que recuerdan o imaginan su infancia. Y aquí radica muchas veces el equívoco de creer que lo que se lee le ocurre a un niño. No es cierto, es el mundo que el adulto construye sobre el pequeño.

Los protagonistas de “Chau Misterix”, la obra de Mauricio Kartun, una de las más representadas del teatro argentino, son púberes. Para ellos el problema es dejar los pantalones cortos y vivir el despertar sexual, un momento central en la vida de cualquier ser humano, un tiempo que se transita con dudas, contradicciones y angustia. No hay otra manera de crecer. Pocas obras ha dado el teatro argentino sobre esa transición, que no por natural deja de ser traumática. Kartun provoca en el espectador, o en el lector, imágenes de la propia pubertad. A esta altura no es difícil percibir que la literatura que pone la infancia, o la juventud, en primer lugar, bucea en la construcción del adulto que ese niño, o niña, será años después. El semblante que describe Eduardo Gutiérrez sobre Rosas en “Historia de Juan Manuel de Rosas” tiene por objetivo construir la imagen de lo que será más tarde un dictador. Se hace evidente un objetivo político y una mirada que puede compartirse o rechazarse.

Abelardo Castillo por Jaime Clara
Abelardo Castillo por Jaime Clara

Los ejemplos podrían ocupar muchas páginas. Sin ir más lejos, el excelente cuento de Abelardo Castillo “La madre de Ernesto”, pone al descubierto la angustia de un muchacho que soporta la prostitución de su madre frente a sus propios compañeros de estudio. Es uno de los relatos más dramáticos que ha dado nuestra literatura.

Más reciente es la última novela de Ian McEwan “Cáscara de nuez”, cuyo narrador es el feto que lleva Trudy en sus entrañas. Es él, y no otro, el que cuenta la historia de Hamlet revisitada por esta mujer que planea asesinar a su marido mientras mantiene una relación adúltera con su cuñado. El feto sostiene la estructura narrativa del texto y se convierte en el indeseado protagonista de la historia. La imaginación es generosa. El autor de “Expiación” recurre a Shakespeare para narrar una patraña contemporánea, un relato donde el dinero es también motor de las peores bajezas. Shakespeare siempre ofrece abundante material a los escritores de todos los tiempos. Quizá su mirada más amarga sobre el amor juvenil y sus consecuencias sea, precisamente, “Romeo y Julieta”. Allí también son dos jóvenes enamorados dispuestos a atravesar cualquier muro con tal de estar juntos. La muerte los cerca y termina venciéndolos, pero a pesar del final la obra ha sido pensada a lo largo del tiempo como una extraordinaria tragedia sobre el deseo.

Lewis Carroll por Sabat
Lewis Carroll por Sabat

La confusión que muchas veces acarrea escribir sobre la infancia es suponer que se trata de una época idílica. Otro inglés, Lewis Carroll, imaginó “Alicia en el país de las maravillas” como una oda a la imaginación. Una lectura atenta del texto, sin embargo, muestra que detrás de ese universo de fantasía el elemento central es lo siniestro, en el relato se impone una borrachera onírica y descontrolada con imágenes que dicen mucho más de lo que aparentan, y donde se inscribe tanto la sexualidad como los monstruos nocturnos encubiertos en esos paisajes.

Es cierto, la patria es la infancia, porque la infancia es nuestro territorio y nuestro tubo de ensayo de todo lo que vendrá después. Lo vio Freud y lo vieron antes los griegos. La mayoría de nuestras desdichas provienen de esa época que para nadie fue un sueño dorado, pero que para cada uno fue el ensayo general de lo que sería la propia existencia del adulto que todavía somos.

 

 

Osvaldo Quiroga (Buenos Aires, 1953). Periodista, conductor y creador de El refugio de la cultura y Otra trama, entre otros programas de radio y TV. Crítico de cine, teatro y libros. Amigo de Delicatessen.uy, autoriza a la publicación de sus notas.