Lanzarote, la isla donde sobran los motivos (I) | Alva Sueiras

Si bien es cierto que parte del encanto de un viaje reside en ese preámbulo cargado de lecturas, búsquedas y proyección, a veces, carecer de expectativa puede desembocar en sorpresas gratas y mayúsculas. Sorpresas como las que me llevé al descubrir Lanzarote en mi último viaje a España, programado con poco tiempo y escaso margen de investigación. 

Si me asomo al histórico biográfico, caigo en la cuenta de que tengo una inclinación poco remediable hacia los paisajes insulares. Siempre tengo una lista de islas remotas y exóticas a las que sueño viajar. Tienen ese no sé qué, qué sé yo, que me cautivan. Lanzarote alberga, además, el brillo propio de una singularidad que conquista con solo mirar. Así es ella y así es su rotunda e ineludible belleza. 

Junto a Fuerteventura y Gran Canaria conforman la provincia de Las Palmas del archipiélago canario. El sorteo de islas, ubicadas sobre el Atlántico, se encuentra al noroeste de África, cerca de la costa sur de Marruecos y al norte del Sáhara Occidental. Buena parte de la culpa de tanta belleza es de origen volcánico. Las erupciones que se sucedieron entre 1730 y 1736 moldearon el paisaje confiriéndole un carácter extraterrestre, por momentos marciano y por momentos, lunar. Esa orografía árida y excepcional, sumada a sus condiciones climáticas, convierten a Lanzarote en un destino único. 

Los vientos alisios comparten protagonismo con una calima africana que genera horizontes difuminados con arena en suspensión. Propiedades que le confieren cierto carácter heroico a la agricultura local. La tierra volcánica, negra como el carbón, genera paisajes tan asombrosos como bellos. Pisar una playa de arena negra o visitar una huerta cubierta por un manto de idéntica oscuridad, impresiona y conmueve.

Playa de Janubio

Son parada imprescindible las playas doradas de Papagayo (en la zona suroeste de la isla) y la extensa playa de Famara, ubicada en el noreste del territorio –la preferida por los surfers– con un monte alto que desciende hasta morir en el mar. Sobrecoge asomarse a la playa de Janubio –con su arena negrísima– ubicada junto a un emblemático salar. Muy cerca se encuentra El Golfo, un enclave de singular belleza que incluye una laguna verde fluorescente ubicada a pocos metros del mar. Este llamativo e infrecuente color es generado por el fitoplacton del clico, un crustáceo protegido que vive únicamente en la laguna y cuya sobrecaptura lo convirtió en especie en peligro de extinción. 

Laguna verde en El Golfo

Para abordar otros enclaves naturales, resulta fundamental hablar del lanzaroteño César Manrique, sin duda la personalidad más influyente, importante y destacada de la historia turística de la isla. Manrique fue un notable artista local que regresó a su isla desde Nueva York con la visión de poner en valor unos atributos naturales que los vecinos entonces no vislumbraban. Donde los lanzaroteños veían paisajes agrestes e inhóspitos, él veía belleza, y donde nadie imaginó, él proyectó los espacios arquitectónicos más emblemáticos del destino. Con una filosofía que ensambló en perfecta armonía naturaleza y arte, en los años 60 Manrique proyectó una isla turística dotando de arquitectura, marco e infraestructura a enclaves emblemáticos de singular belleza para ser visitados, disfrutados y puestos en valor. Lógicamente no lo hizo solo. Contó con la complicidad del entonces presidente del cabildo José Ramírez Cerdá, del arquitecto Esteban Armas, los ingenieros José Alfredo Amigó y José Luis Olcina y del periódico La Antena.

César Manrique en el jardín de cactus

En los ductos y espacios generados por las burbujas de lava ideó una casa llena de pasadizos y encantos que hoy alberga su fundación. Bajo los jameos (huecos que comunican las cuevas subterráneas con la superficie y asoman al cielo) creó espacios de disfrute, gastronomía y contemplación tan maravillosos como los Jameos del Agua. En la Cueva de los Verdes ideó la habilitación de un tramo de uno de los ductos kilométricos subterráneos generados por la la lava y, entre otras maravillas, creó un hermoso jardín de cactus con especies traídas de destinos tan exóticos como México o Madagascar. 

Jameos del agua

Otro de los puntos imprescindibles de visita es el Parque Natural de Timanfaya, también ideado en buena parte por Manrique. Un espacio protegido con volcanes, coladas de lava, cráteres y paisajes lunares con 200 kilómetros cuadrados de extensión. De esos 200, hay 14 kilómetros habilitados para una visita guiada que organiza el parque en ómnibus (o guagua como dicen los canarios). La ruta empieza y finaliza en el islote de Hilario, uno de los puntos más calientes de la isla, donde se cocina con el calor que emana la tierra ahuecada (a 10 metros de profundidad hay 300 grados centígrados de temperatura) y se hacen diversas demostraciones geotérmicas que ponen de manifiesto las características termitas de la zona. Cada pequeño detalle está pensado, hasta la banda sonora que acompaña la vertiginosa visita.

Cueva de los Verdes

Con este sistema de enclaves de interés turístico, los lanzaroteños generaron una fuente de ingresos importante (ya que se debe pagar entrada en todos los espacios a visitar, existiendo entradas combinadas para distintas atractivos a precios más convenientes) y un mecanismo de conservación y cuidado de la isla. En 1993 Lanzarote fue declarada Reserva de la Biosfera y han sido especialmente cuidadosos con los aspectos estéticos. Las casas son generalmente blancas con puertas y ventanas en verde y no existen vallas publicitarias en las carreteras.

Arquitectura típica en Teguise. Paredes blancas y puertas verdes

Manrique murió en un accidente de tránsito a los 72 años de edad. Es un personaje muy valorado en su tierra natal y en la comunidad artística, aunque controvertido por un episodio de su juventud del que jamás quiso hablar. Con 17 años se alistó de forma voluntaria en el bando franquista. Finalizada la Guerra Civil española quemó el uniforme y se fue a Madrid, matriculándose primeramente en arquitectura y finalmente en Bellas Artes. De su tránsito por aquellos años oscuros nunca se supo más. 

En la próxima entrega gastronomía y vinos lanzaroteños