
Son un montón de gauchos. Pero gauchos cualunque. Son caudillos que vienen de la historia patria. Hay algún milico de campaña de finales del XIX, algún “dotor”. Son los gauchos valientes que pelearon en la guerra civil, con sus divisas, con su ceño fruncido, con los años a cuestas, con la valentía como seña de identidad. Y esos personajes transitan entre silencios. Silencios del interior del país, de campaña, de día y de noche, con sol o con tormenta, con el cielo toldado o en medio de la helada.
En una de las salas del Museo Nacional de Artes Visuales expone Rodolfo Arotxanena, Arotxa a la hora de firmar sus obras. Nació en Montevideo en 1958, pero sus padres son del interior del país, lo que marcó su infancia.
Muchos montevideanos gustan del interior del país, de sus ciudades, de su gente, de sus campos. Pero Arotxa, les puedo asegurar, está en el podio de los que tienen devoción por esa gran penillanura ondulada, sin grandes accidentes geográficos. En cuarenta años de amistad, tengo mil pruebas de ello.
“Mi padre era de Durazno, lugar donde hice mi primera muestra de pintura. Y mi madre era de Cerro Largo. Entonces, si bien yo nací en Montevideo, también fui criado con mucha cosa vinculada a la mejor tradición oriental. Mis padres tenían un taller en el que hacían camisas y, como era de afuera, mi padre hablaba de usar la bombacha oriental, que es distinta a la bombacha porteña. A mí todo eso me paraba la oreja. Iba para afuera, a veces a Durazno… Recuerdo de joven que me bañaba en el Yí y uno de los primeros lugares por donde caminé arriba de las remolachas azucareras fue por el Cerro del Verdún, en Lavalleja. Y de mozo, de jovencito, íbamos con un amigo al campo La Gloria, donde fui absorbiendo un montón de cosas. El temperamento. Una raíz muy profunda, que sigue estando. Más allá de todo el avance que hay, de celulares y esas cosas” confesó en una reciente entrevista en Montevideo Portal.

Siempre se elogia la capacidad de observación del caricaturista, para poder realizar sus punzantes dibujos. La periodista Agustina Lombardi, en la citada entrevista, le preguntó, acertadamente, sobre lo que Rodolfo Arotxarena miraba especialmente en sus visitas al interior. “Todo. Los junaba bien. Una de las cosas que todavía está, sobre todo que se ve en algunos veteranos —ahora quedan muy pocos porque, claro, el veterano soy yo— es la mirada taciturna… y un empaque… Muchos de ellos eran baqueanos, bichos de monte, verdaderos conocedores de mucho detalle. Eso me ató mucho a la sabiduría de mi vieja. De chico me hablaba mucho de por qué determinado pájaro cantaba cuando estaba anunciando que se terminaba la lluvia; cuestiones que acá, en la ciudad, no. O lo que era ver el cielo. Es completamente distinto cómo se ve en la ciudad, porque la inmensidad cósmica en el campo es extraordinaria. Tirarse en el pasto a mirar esa bóveda, fumarse un cigarrito ahí, en esa época, era fabuloso. Te hace reflexionar sobre un montón de cosas. Yo miraba eso y me sentía muy consustanciado; lo mismo con el ganado. Vi gente alambrar en verano de noche, con la luz de la luna. Eran tipos con manos que parecían unas tenazas; los dedos como chorizos. Esos personajes, con ese empaque, que aparecían de golpe, que no los veías llegar. Era una mezcla de tranquilidad, porque estaba el hombre que sabía, y una intriga misteriosa.” Una intriga misteriosa la que se respira en los paisajes, silenciosos, vacíos, en la inmensidad de la nada. Bajo lluvia o amaneciendo, con helada o con bruta sequía. Silencio, todo está en calma.

Uno de los curadores de la muestra, Óscar Larroca escribió que “se podría decir que el Arotxa pintor es muy diferente al Arotxa caricaturista, pero eso no impide reconocer en algunas de sus obras —sobre todo en los paisanos y milicos gauchos— el trazo cortante, los arañazos y las heridas que se abaten sobre el plano; gestos enérgicos y propios de una técnica que lo identifica desde hace más de cuatro décadas. A buena parte de esas pinturas, Arotxa agrega nuevos personajes y produce una serie de paisajes que se suman al conjunto de esta inestimable muestra.”
Recorrer la sala 5 del Museo Nacional de Artes Visuales es una fiesta visual, silenciosa, discreta, con personajes de gesto adusto, cara cuarteada, que cargan años, pero que salen de cada tela para conversar bajito con el espectador, como en torno al fogón, mateando, mirando al piso, hacia ningún lado, con voz grave, casi como si lo contara Paco Espínola.
Para Jorge Cancela, el otro curador, “después de un prolongado silencio, Arotxa pinta. Elige para expresarse el campo, nuestro campo; pero no lo hace con el ánimo de repetir lo ya hecho por otros artistas. Lo hace para ahondar, para extraer de lo más profundo imágenes sugerentes. Nos enfrenta a un mundo de todas maneras inquietante”.
Es un gran acierto del director del Museo, Enrique Aguerre, abrir las puertas del MNAV para conocer el lado menos difundido de Rodolfo Arotxarena, de Arotxa, el mismo que es capaz de hacer decenas de kilómetros, salir de Montevideo un sábado a mediodía, sólo para ir a comer tripa gorda a la parrillada del Chico Durán.
Arotxa: Caudillos y silencios
Obras al óleo
Del 2 de junio al 6 de agosto de 2023
Museo Nacional de Artes Visuales
Tomás Giribaldi 2283 esquina Julio Herrera y Reissig
Parque Rodó Horario Martes a domingos de 13:00 a 20:00 hs
Entrada gratuita

