Álvaro Ojeda (Montevideo,1958) es poeta, periodista, escritor y crítico. Su obra ha sido publicada en diversas revistas literarias de Argentina, Colombia, España, México, Hungría y Polonia. Junto con Silvia Guerra realizó una muestra de la poesía uruguaya actual para la revista Ruptures de Montreal, Canadá (1995). Se desempeñó como colaborador del suplemento cultural de la revista literaria Hermes Criollo, Cuadernos de Marcha, la revista de la Academia Nacional de Letras del Uruguay, y del apartado cultural Culturas, del diario El Observador de Montevideo, Brecha, y con el suplemento Cultural, del diario El País de Montevideo, así como la revista Malabia de España. Fue jurado de diversos concursos literarios, destacando el concurso de la última Feria Nacional de Libros y Grabados (1995), en poesía y narrativa. Es miembro fundador de la Casa de los Escritores del Uruguay. En 2008, su novela La fascinación, fue seleccionada como una de las diez finalistas del Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América de Narrativa. Publicó obra poética en Ofrecidos al mago sueño (1987), Alzheimer (1992), Los universos inútiles de Austen Henry Layard (1996), Cul-de-sac (2004) y Toda sombra me es grata (2006). En narrativa, publicó las novelas El hijo de la pluma (2004), La fascinación (2008) y Máximo (2010).
Un sabor de la infancia
La torta de naranjas de mi madre hecha en la cocina Volcán, la torta de manzana de mi tía Adela.
Una manía confesable
Tantear las puertas para saber si las cerré, tantear es un verbo casi lúbrico.
Un amuleto
No tengo amuletos en sentido estricto, pero sí tengo objetos que busco para saber si están allí, por ejemplo un escudo de Wanderers en cuero pintado, con su pelota marrón de tiento en el centro, que conseguí de niño en una tienda en la calle Larrañaga.
El último libro que leí
Poesías completas de Ricardo Paseyro, Amor y verano, de William Trevor, de manera concomitante.
Una película que me marcó
A la hora señalada, Fred Zimermann dirigiendo a Gary Cooper, 1952.
Algo que evito
Las muchedumbres, los ómnibus.
Si pudiera volver a empezar sería
Escritor otra vez y desde más joven.
Un lugar para vivir
Mariscala.
Un lugar para volver
A mi pasado, a lo mejor puedo arreglar algunas cosas que envilecí.
Una materia pendiente
Tocar un instrumento musical, el chelo.
Un acontecimiento que cambió mi vida
Perder mi visión normal.
El escritor definitivo
T.S.Eliot por decir uno y atenerme a las consecuencias.
Algo que jamás usaría
Peluca, maquillaje, ropa de cuero. Los sacos blancos de James Bond.
La última vez que pensé “tierra, trágame”
Tengo voz fuerte, todo el tiempo lo pienso, pero se me pasa casi enseguida con sólo prestar atención.
El lugar más feo del mundo
Lo que la hipocresía de las autoridades ahora denomina asentamientos irregulares, antes eran cantegriles, lo que al menos indicaba cinismo, sarcasmo, uso del cerebro y de la lengua. La hipocresía en el decir asegura la continuidad del abuso.
Una rutina placentera
Tomar mate, escuchar a Aníbal Trolio, a Alfredo Gobbi y leer al mismo tiempo.
Me aburre
Últimamente no me aburro.
Una extravagancia gastronómica que frecuento
No creo en las extravagancias relacionadas con el gusto en las comidas.
Una canción que aún me conmueve
Julia de John Lennon. A mi calle de Lucio Muniz. Saturno de Georges Brassens.
Un restaurante que nunca falla
Por cercanía y envíos, a una cuadra y monedas de mi casa, Feliciano.
Algo que cambiaría si pudiera
La política económica falaz, oportunista y ortodoxa que padecemos con su carga tributaria vergonzosa y de allí, todo lo demás.
El valor humano que más admiro
La piedad.
Una última palabra
Piedad.