Hay que resistirse a la dictadura del dulce de leche | Gabriel Peveroni

Peveroni

Gabriel Peveroni (Montevideo, 1969) escritor, periodista, dramaturgo, gestor cultural.

Un sabor de la infancia
La yema batida que me preparaban todas las tardes, bien batida y azucarada. Ese sabor me lleva a recordar el patio de baldosas amarillas y rojas, los sauces, el níspero, la enredadera y el hibisco al que trepábamos con mis hermanas.

Una manía confesable
No es conveniente andar confesando lo confesable. Prefiero que lo confesable forme parte del territorio de lo inconfesable. Así se agranda el misterio. Así las novelas se vuelven más largas. Y así el hermetismo se fue volviendo una manía que ahora confieso.

Un amuleto
Un viejo celular Nokia. Se fue quedando ahí, en el bolsillo del pantalón y cada año que pasa despierta más sorpresa cuando lo saco del bolsillo y cada año que pasa recibe menos mensajes y me permite viajar en el ómnibus mirando el paisaje apocalíptico sin otras interrupciones visuales.

El último libro que leí
«Trilogía de la guerra», de Agustín Fernández Mallo.

Una película que me marcó
«Week end», de Godard.

Algo que evito
Mirar películas por pantallas que no sean las de un cine. Mirar series.

Si pudiera volver a empezar sería
Posiblemente sería el mismo niño que se subía al hibisco, pero me quedaría un poco más de tiempo arriba de ese y de otros árboles y sería un poco más contemplativo, sin perder del todo esa cosa que hoy se llama deficit atencional y que me hizo bastante hiperactivo en los 70, en los 80 y en los 90. Después, por suerte, bajó la intensidad, y hoy tengo claro «Hyperactive», de Thomas Dolby, es una de mis canciones favoritas y que no siento necesario volver a escuchar.

Un lugar para vivir
Entre mis afectos y mis cosas. Entre mis libros y mis discos favoritos. Entre mi laptop pequeña con sistema Linux y mi viejo celular Nokia. Sin suscripción a Netflix, pero con una bicicleta pronta y equipada para salir de paseo por el borde de un río (aplica la Rambla), por caminos rurales (aplica el camino América en la cuchilla Pereira, o el que pasa por Piedras de Afilar) o por sitios que apenas conozco (aplican los suburbios de Dallas).

Un lugar para volver
Podría mencionar el hibisco otra vez. Pero la verdad es que no quiero volver. Prefiero ir a otros lugares. Y no es una simple excusa. Tiene que ver con esa película que nombré, «Week end», que es un viaje hacia adelante, un viaje alucinado, un viaje todavía posible cuando el futuro era más excitante que en este tiempo roto y gelatinoso (se aconseja leer a Mark Fisher sobre este tema de las disrupciones temporales).

Una materia pendiente
Aprender otros idiomas.

Un acontecimiento que cambió mi vida
El momento que alguien (Fernán Cisnero) me llamó por teléfono un domingo al mediodía para preguntar si me animaba a escribir un artículo de música en una revista. Era una locura. Yo tenía 19 años y no tenía ningún deseo ni aspiración en ese sentido. Mi única experiencia era hacer un fanzine en el liceo. Le dije que sí. Tuve que aprenderlo todo. Y no paré. Si me hubiera llamado para invitarme a pasar discos en una fiesta o andar en skate no estaría escribiendo estas líneas.

El escritor definitivo
Tengo muchas adicciones y algunas las he hecho públicas en reiteradas ocasiones: Bolaño, Aira, Houellebecq, Nothomb, Fernández Mallo, Fuguet, Carrere, Noll, Easton Ellis. Pero prefiero que el escritor imprescindible, irremediable, y acaso definitivo, sea bien cercano. Entonces elijo a Levrero.

Algo que jamás usaría
Armas.

La última vez que pensé “tierra, trágame”
La mayoría de esas situaciones suceden cuando me tropiezo con alguien que no reconozco y por más esfuerzo que haga la escena deriva a equívocos, malentendidos y ganas de salir corriendo. Es cosa de todos los días. Y se agrava.

El lugar más feo del mundo
El sábado pasado crucé en bicicleta el puente del arroyo Carrasco a la altura de Miramar. Buscaba desesperadamente un lugar apartado. Algo poco elegante que le pasa a todos los ciclistas de largo aliento y justo es decir que desespera bastante. Encontré unos arbustos. Fui hasta ellos. Y entonces vi algo que no esperaba: el cadáver de un perro negro con la cabeza metida adentro de un tubo de hormigón. Una muerte horrenda. La tarde agradable y de suave sol invernal se transformó en el lugar más feo del mundo. Volví a subir a la bici. Lo más rápido que pude. Llevé mi pequeña desesperación a otra parte.

Una rutina placentera
Desayunar yogur natural con trozos de kiwi, pera, arándanos y una cucharada de semillas de chía. Y después empiezan a pasar todas las cosas.

Me aburre
Casi todo el cine contemporáneo y casi toda la producción de series. También me aburre el dulce de leche. Hay que resistirse a la dictadura del dulce de leche. Y a la de Netflix.

Una extravagancia gastronómica que frecuento
Encontré un lugar donde hacen un mousse de chocolate exquisito. Cada cierto tiempo voy hasta ese lugar, pido uno, y lo acompaño con un pan crocante y salado. Lentamente.

Una canción que aún me conmueve
«Starman», de David Bowie.

Un restaurante que nunca falla
Los masticables de La Ronda.

Algo que cambiaría si pudiera
Eliminaría la ley de herencia.

El valor humano que más admiro
La aventura.

Una última palabra
Escribirse.

 

Foto: Facebook de Peveroni, tomada por Marcos Oyarzabal en TV Ciudad antes de grabar segundo programa Ojos Rojos 2017