Piso 40: un exclusivo club con un tesoro gourmet | Alva Sueiras

Imagen: www.piso40.org.uy

Cuando supe de la existencia del Piso 40 en la ciudad de Montevideo, me resultó inevitable evocar los clásicos clubes privados alrededor del mundo que congregan a las élites de las capitales financieras. El londinense Carlton Club, fundado en 1832 por nobles tories, cuyo único miembro femenino de pleno derecho fue Margaret Tatcher, el Tanglin Club de Singapur o el Imperial Delhi Gymkhana Club de Nueva Delhi. Todos espacios exclusivos conformados por la flor y nata de la estratosfera más solvente de la sociedad.

El emblemático Piso 40 es un club de ejecutivos que se inauguró en julio de 2015 de forma «exclusiva y silenciosa», tal y como redactara Guillermo Losa para El Observador. Bajo el formato de asociación civil sin fines de lucro, el club reúne a empresarios referentes tanto del sector nacional como internacional, en la torre 4 del World Trade Center de Montevideo. La finalidad: el intercambio empresarial, cultural y social del empresariado adherido. Sin duda, un exclusivo espacio para el networking con las esferas más influyentes de la ciudad.

El Club, con una impresionante vista de 360º sobre la ciudad, cuenta con diversas salas de reuniones, livings y un exclusivo restaurante gerenciado por la empresa propietaria de los clásicos y consolidados Rara Avis y Panini´s. Como es común en entornos de este calado, para formar parte del Club, se requiere ser propuesto por un miembro asociado y que la membresía sea aprobada por la organización. Una vez aceptada la candidatura, se requiere un desembolso inicial de 10.000 USD más el pago mensual de una cuota de 300 USD.

Los menores de ocho años tienen prohibido el acceso y durante el día, es de exclusivo uso para socios. En la noche, el Club ha flexibilizado selectivamente el acceso al restaurante. Los socios pueden invitar a personas no afiliadas y clientes VIP de Visa y Amex, cuentan con la posibilidad de disfrutar del restaurante. Y así fue como se dió, conociendo nuestro afán exploratorio en lo gastronómico, que un socio del Club nos otorgó el salvoconducto que nos elevaría al cielo de Montevideo por una noche.

El Piso 40 es un lugar sofisticado, una torre vigía sobre la ciudad donde el tiempo parece detenido tras su coraza de cristal. Desde la altura contemplamos un Montevideo distinto, sembrado de luces. Ajeno al ruido y a la realidad que puebla sus calles, ahora chiquitas como una maqueta donde los autos parecen juguetes y las farolas luciérnagas en la noche. Los livings son un refugio sobrio y elegante, presididos por los míticos Chesterfield de cuero marrón, que nos retrotraen a los clásicos londinenses. Un hermoso catalejo de madera con ribetes dorados, nos permite ver con nitidez el aeropuerto de Carrasco o el emblemático Sofitel.

Las salas y el restaurante mantienen la línea de serena elegancia que impera en el ambiente. Refinada distinción, sin avalorios ostentosos ni dejes rococó. El restaurante cuenta con una gran barra en mármol negro y metal elaborada por artesanos italianos que ejerce de antesala y acceso al restaurante.

Imagen: www.piso40.org.uy

La carta, un regalo para los sentidos con productos poco habituales en el país como el foie fresco a la plancha, el cochinillo confitado o el pulpo grillado. Entre las entradas encontramos propuestas agraciadas como el ceviche hecho en el momento con la pesca fresca del día, una selección de sushis y sashimis, el tiradito de salmón y el mítico steak tartar. Las carnes, acertadas en su variedad: picanha de cordero, costilla kassler, master bif y bife ancho, entre otros platos premium. Un acotado y selecto repertorio de pescados y una propuesta de risottos y pastas completan la propuesta de platos principales.

Nos aventuramos con el magret de pato y el risotto de verduras. El magret, una delicia jugosa, excelente en su punto, regado con un fondo de carne exquisito y acompañado de habitas tiernas salteadas, patatas bouchon y unas sutiles peras grilladas. El risotto verde, una fiesta de clorofila con arvejas, espinacas, habas, espárragos y jamón crudo grillado, al punto exacto de cocción. Para culminar, un postre sublime. Nuez en dos texturas: garrapiñada y crema, acompañada de una deliciosa y ligerísima espuma de canela, hija del emblemático sifón, envuelta en una sutil tulipa de cacao. Sin duda una experiencia gastronómica redondita maridada con una de las vistas más privilegiadas de la ciudad.

Imágenes: Delicatessen.uy

Las campanadas previas a la medianoche marcaron el fin de la cena y despacito, fuimos abandonando nuestros asientos, para descender piso a piso las 40 capas de vidrio que nos irían devolviendo gradualmente a tierra firme.

La calle angosta y sombría. Un solitario joven cantando. Basura esparcida insolente, a los pies del contenedor. Una muchacha besando la tibia cabecita de un bebé acurrucado plácidamente entre sus brazos. Luciérnagas apagadas, ventanas encendidas. De vuelta a la poesía agridulce que gobierna la vida en las calles. Aquí abajo, en la maqueta de la ciudad.