Pueden y deben rendir más | El Gourmet enmascarado
Cada vez se hace más difícil encontrar el lugar donde todo funcione bien. El Gourmet enmascarado intenta marcar algunas cosas que han pasado: cuesta cada vez más, encontrar la velada perfecta.
Cada vez se hace más difícil encontrar el lugar donde todo funcione bien. El Gourmet enmascarado intenta marcar algunas cosas que han pasado: cuesta cada vez más, encontrar la velada perfecta.
La escena ocurrió el jueves pasado. Una señora que mansamente almorzaba, en determinado momento comenzó a vociferar porque nadie venía a traerle la cuenta. «¡Quiero que me cobren!» gritaba en forma violenta. «¿Ninguno mira para acá? Parece que no quieren que pague», siguió con su reclamo a voz en cuello.
¡Qué difícil es encontrar el justo equilibrio! Da la sensación que la vida es pendular y que si no estamos en un extremo, estamos en el otro, sin términos medios. Justamente, son esos caminos del medio, los matices, los que permiten una vida en armonía. No me gusta filosofar, soy bastante malo haciéndolo, pero quiero contarles algunas reflexiones a partir de dos experiencias gastronómicas, cuyo resultado final es negativo, por no encontrar aquel término medio, tan necesario y tan justo.
El universo de la gastronomía ha ido adquiriendo, con el paso de las últimas décadas, un manifiesto reconocimiento social. Cocineros como Ferran Adrià, Gastón Acurio o René Redzepi han pasado a la historia de la evolución gastronómica, como hitos del efímero arte culinario, convirtiendo el acto de alimentarse en una suerte de práctica sublime. Del otro lado, el común de los mortales con inclinaciones hacia el deleite, hemos ido adquiriendo la condición de pequeños sibaritas, dispuestos a hacer del comer, un acto sacrosanto.