Epitafio | Mariana Sosa Azapián

Sentí los rasguños del viento muy fuertes en la cara, eran cortantes y obsesivos. Llevaba la cajita bien cerca del pecho, donde latían cenizas de cuerpos. Tuve que bajar unas cuadras; la rambla era una herida vacía, un futuro cementerio escondido. Lo que para otros es simplemente un lugar de esparcimiento, ahora se me hace un destino manifiesto muy diferente. Le di unos besos a la caja como su fuera

Retazos de infierno | Mariana Sosa Azapian

“Nada de reproches”, pensaba Cecilia, mientras recordaba, con nostalgia, cómo acunaba a ese niño que no era de ella. Nunca pudo dejar de atenderlo: lloraba , pedía alimento, aseo. Y ella no se lo negaba: ¿quién lo hubiera hecho? Su piel era tan suave, su perfume sutil y prístino, todo ese ser frágil ante unos ojos cansados, dolidos por cargar un deber impuesto.

Afuera se respira niebla | Mariana Sosa Azapian

Estiró todo su cuerpo, una vez más, como queriendo evitar las líneas del sofá; bebió el vino y se despeinó la cabellera enrulada, en un juego con los dedos de enredarse y desenredarse. Recordó que había enviado a reparar los zapatos de baile y decidió abandonar su estado horizontal. Se puso contra la pared a practicar sola. Sola y la pared, como muro de contención a sus movimientos firmes y precisos. Disfrutaba deslizar sus pies en el parqué recién lustrado.

La niña que danza | Mariana Sosa Azapian

Era muy injusta su pasantía eterna, sirviendo como algo útil, cuando en realidad, ella era una artista enjaulada. Terminaba el helado de duraznos y la miraba, con felicidad y amargura a la vez. Ella representaba todo lo bueno y malo de ese, mi mundo de entonces: la vida en familia, las cenas compartidas, los aromas de la cocina de mi abuela, mezcla de especias y verano, aderezadas con el arte permanente del quehacer culinario de mis ancestros.

El señor de la calle sin sombra | Mariana Sosa Azapian

Para llegar a su casa, uno tenía que atravesar una calle corta pero sin un árbol que diera sombra. Pasabas por el boliche, donde muchas noches él descargaba su pasión por el juego, acompañado por alguna bebida de mala calidad. Lo cierto es que, el camino inyectado de sol, valía la pena para conversar de bueyes perdidos, de los trofeos ganados en el billar y de su infancia en el campo.

La erosión de los corales | Mariana Sosa Azapian

La metáfora de la arena blanca, producto de la erosión de corales y caracoles, que se aprecia en Arraial do Cabo y Cabo Frío (el primero como extensión territorial del otro, según lo que me explicó Talita Mara Rodrigues, nuestra guía), me sirve como trampolín para poder describir las distintas sensaciones que pude vivir en este viaje. “Paseo de playa”, le dicen, para diferenciarlo del “paseo a Rio de Janeiro”. Este texto pretende expresar mejor un paisaje inspirador y así evitar el utilitarismo turístico.

El café de la discordia | Mariana Sosa Azapian

Siempre que me toca contar algo de mi bisabuela, necesariamente tengo que recurrir a su comida y a su cocina. Su cocina era mi lugar preferido de la casa. Había algo que me atraía de toda su casa, un magnetismo inexplicable que incluso, recupero en mis sueños todo el tiempo. Desde chica me acostumbró a tomar café “a lo armenio”, donde la fórmula más parecida la comprábamos (y compramos) en