Nada nos pertenece | José Antonio Flores
Escuchaba decir a alguien hace unos días que no era posible que nos usurparan la Navidad. Me sorprendió escuchar eso porque tamaña aseveración solo puede llevar a equívocos.
Escuchaba decir a alguien hace unos días que no era posible que nos usurparan la Navidad. Me sorprendió escuchar eso porque tamaña aseveración solo puede llevar a equívocos.
La mascarilla desde hace un tiempo es la protagonista de nuestras vidas. En un principio, contemplarnos a nosotros mismos con ellas nos transmitía una mala sensación apocalíptica, pero como los seres humanos somos dados a adaptarnos con facilidad a cualquier situación
Este año he decidido fijarme en ese lunes triste de enero, en los rostros de la gente que pasa por la calle, pero no ha sido tristeza lo que he visto sino apatía. Una apatía que se va formando a base de hartazgo.
En dura pugna con las iglesias se encuentran las trattorias y pizzerías, entiende el viajero. La trattoria es un emblema de Roma. Lugares que pasan por ser restaurantes pequeños y familiares, heredados de generación en generación, si bien es a veces más un reclamo que una realidad.
Porque hay que decirlo desde ya: el Vaticano podrá ser muchas cosas (eso dependerá de la visión de cada persona), pero sobre todo es un negocio terrenal muy próspero, montado con el material y los elementos de lo espiritual.
“A Roma hay que ir alguna vez». Es una frase redonda, asertiva. No obstante, también necesita ser matizada. Se podría hacer afirmando que hay que ir si perteneces a la religión más practicada del mundo y si eres devoto fiel,,,
No me preguntéis por su estilo literario, pero estaba englobado en algo relacionado con joven adulto, que no sé bien si es romanticismo mezclado con algo de erotismo, supongo, o quizás no sea eso, sino historias comunes que por lo que sea encandilan al joven lector.
En realidad es muy sencillo y siempre lo decía el gran Grande Covián: ingerir menos calorías que las que se necesitan y que éstas sean lo más sanas posibles, así como asegurar ingerir todo los oligoelementos que organismo necesita.
Cuando leí la excelente biografía que escribió Arthur Koestler sobre este gran personaje nacido en Alemania el 27 de diciembre de 1571, en cada página mi admiración se multiplicaba…
Shelley es una autora conocida, principalmente, por su universal obra Frankenstein pero su bagaje cultural y literario era muy amplio y la llevaron a sumergirse en otros géneros, incluido el ensayo. No en vano sus padres eran destacados intelectuales de ese Londres victoriano y gótico que tantos talentos dio.
Cuando el viajero llega a Würzburg —ubicada a unos cien kilómetros al noroeste de Núremberg—, ya en noche cerrada, se encuentra ante una ciudad solitaria.
El viajero ya iba arengado por la singularidad del sitio, pero eso no fue suficiente. Es una población que, quizá, ya se haya soñado y, tal vez, no se sepa (porque de todos es conocido que la mayoría de los sueños se olvidan al despertar).
Veamos, por ejemplo, sus bares y restaurantes. No es fácil para el viajero resumir cómo son ni, tan siquiera, le es fácil hacer una somera exposición del servicio que en ellos se recibe. Tan solo podría decir algo que, tan solo de forma atribulada, podría acercarse a una definición torpe: tradición.
Es posible que existan tantos conceptos de fracaso como de personas en el mundo. Para una persona que desee atesorar una fortuna antes de morir, fracasar será no atesorarla sino tener tan solo lo suficiente para vivir, pero para una persona que desee tener lo suficiente para vivir, el fracaso se le representará como no tener lo suficiente.
Alejados de Dublín y su entorno, el viajero no va a volver a ver ciudades tan grandes y tan cosmopolitas. Si omitimos Belfast y el norte de Irlanda, de soberanía británica, la República de Irlanda cuenta con pocas ciudades de importancia poblacional: en el oeste encontramos Galway y Limerick y en el sur Cork, como ciudades con mayor entidad al margen de Dublín.
Tras contemplar el primer trozo de esta gran isla verde desde la escueta ventana del incómodo avión, te sorprendes de que exista tierra tras la inmensidad del océano. Un rato antes, el trozo suroeste de la gran isla imperial británica, justo enfrente, ya había hecho presencia, pero aún así me sorprendió ver esa otra isla más pequeña a la que nos dirigíamos, como perdida en la mitad de la nada.
De hecho, quien esto suscribe se sintió defraudado cuando se adentró en las páginas del libro citado anteriormente, Viaje por España, de Gautier al comprobar que en las páginas dedicadas a la Granada de 1840 —a pesar de los profusos datos sobre la Alhambra y el Albaicín, incluso sobre Sierra Nevada—, ofrece una visión muy sesgada de la ciudad a nivel social, principalmente —él mismo lo viene a insinuar en algún momento—, por haber conectado el viajero romántico tan solo con el entorno social y económico más privilegiado de la ciudad, sin que tengamos referencias concretas sobre el costumbrismo latente en el pueblo.
Siempre conservamos en la mente los lugares literarios e históricos, sabedores de que son pocas las ocasiones en las que la realidad coincide con la imaginación. Sin embargo, en muy raras ocasiones lo imaginado con la lectura se presenta ante los ojos en la realidad. En pocas ocasiones ocurre esto, pero cuando ocurre la satisfacción es infinita.