Los olores del camino | Francesc Fusté-Forné
Después de escribir esta nota para dar la bienvenida al nuevo día, debemos empezar la jornada bajo la luz del alba y el aliento de la niebla invernal.
Después de escribir esta nota para dar la bienvenida al nuevo día, debemos empezar la jornada bajo la luz del alba y el aliento de la niebla invernal.
Tengo la más alta consideración por el jamón crudo español —serrano o ibérico—, casi tan buenos como los que hacía mi padre hace medio siglo ya: un proceso artesanal de salado y curado que demanda varios meses. En Uruguay el jamón crudo, ahumado o no, es escaso y caro; en España es cosa accesible y cotidiana, pues se producen más cerdos que vacunos por la falta de espacio y de praderas. Entonces en el Camino de Santiago comí jamón cada día, hasta que mis labios se cuartearon.
Atravesamos bosques de robles y castaños, metimos la mano en el agua fría y cristalina de los cursos de agua, probamos las hojas de grelos y coles plantados en huertas familiares a los bordes de nuestra senda.