Ritmos gastronómicos | Francesc Fusté-Forné

Son casi las 3 del mediodía. Es un día de verano con mucho calor.

  • Número 12, ticket blanco. Número 36, ticket verde. Número 14, ticket blanco. Número 48, ticket verde.

Es la voz del personal de un restaurante de comida rápida en una estación de servicio de una autopista. Después de horas de retenciones, la gente se acumula ahora, a un lado del asfalto, para llenar sus propios depósitos y seguir después la ruta. Las máquinas para pedir la comida y la bebida no paran. Cada pedido imprime un ticket de un color con un número impreso. No hay mesas vacías y la espera se realiza al sol. Hay un orden dentro del desorden. El cantar de los números acelera los pasos de las personas que recogen su pedido. Es un lugar deshumanizado. El interior abarrotado. En el exterior la gente busca un refugio del calor, pero no lo encuentra. Está muy lleno de gente dentro y fuera del establecimiento que cambian como peones, mientras unos recogen sus bolsas con la comida y bebida para llevar, otros ocupan su lugar con el ticket en la mano, esperando para oír su número y salir para encontrar una de las pocas sombras que quedan libres. Las bolsas rebozan hamburguesas y patatas fritas.

Aunque esta experiencia muestra un ejemplo de velocidad gastronómica, hay establecimientos donde la pausa es parte de su identidad, donde la velocidad se convierte en ralentí. Cabe decir que hay también cadenas de comida rápida que lo hacen, aunque de otro modo, menos romántico, y que no todos los establecimientos en las estaciones de servicio de las autopistas son iguales. Este ralentí, a su vez, se puede manifestar de muchas formas, como por ejemplo el hecho que eres tú mismo quien haces la comanda a papel y bolígrafo.

Te sientas a la mesa, una mesa de madera, con taburetes sin respaldo, también de madera. El personal te trae la carta, a modo de periódico abierto, y en la barra puedes ya ver algunas de las elaboraciones que se indican en la carta. Acompañando la carta, un papel y un bolígrafo. El papel tiene un espacio en la parte superior para indicar las bebidas y luego ocho espacios para escoger las tapas, zagalicos, bocadillos, cocina, fritos, rebozados, platos combinados y ensaladas.

Entre las tapas se encuentran las aceitunas, las sardinas marinadas o el pulpo a la gallega. La oferta de bocadillos es amplia, también con productos tradicionales de la cocina mediterránea, carne y pescado, y productos de la huerta, con la versión de bocadillos pequeños o pulgas, conocidos aquí como los zagalicos que reflejan el nombre del establecimiento, abierto hace casi un siglo. El bar también ofrece platos calientes, como las patatas bravas que no pueden faltar en la oferta gastronómica de un establecimiento de esta índole, y los fritos y rebozados caseros, entre los que destaca la gabardina, una bacaladilla rebozada. Los platos combinados, algo de esto… algo de aquello dice la carta, completan, junto con las ensaladas, la oferta gastronómica.

Un recuadro pequeño en la parte posterior de la carta ilustra dos hojas de limonero pequeñas que se acompañan de un texto que dice hay paparajotes, uno de los símbolos culinarios de la región de Murcia. Según la definición de la Real Academia de la Lengua Española, es un “dulce frito, típico de la región española de Murcia, que se prepara rebozando una hoja de limonero en una masa, generalmente de harina, leche y huevo, y se sirve espolvoreado con azúcar y canela”. En el paparajote la sencillez se une al ralentí del saber y sabor gastronómicos.

Imágenes de Francesc Fusté-Forné