
Federico Arregui. Coordinador de talleres literarios. Nací en Trinidad en el invierno de 1978 y me crié en el campo. Debo tener todos los traumas de hermano del medio y por eso desde niño empecé a leer poesía: Federico García Lorca, Neruda, Miguel Hernández, Antonio Machado. Uno de los libros que más quiero es una antología de poesía de Lorca que me trajo mi madre de España en 1986. Otro hecho capital vinculado a los libros fue cuando mi padre me leyó el “Otro poema de los dones”. Fue como respuesta a mi comentario: “Borges era un viejo de mierda”. Tenía trece años y era joven, imberbe y estúpido. Ahora me afeito, tengo más de cuarenta y enseño a Borges en grupos de estudio. No escribo; siempre quise ser lector. Pasé por el IPA, por Humanidades en la UDELAR y en la UM. No terminé nunca la carrera, pero sí algunos libros. Fui periodista cultural en Búsqueda, tuve una librería, El Narrador Libros, y ahora coordino talleres de literatura. Estoy casado con Alejandra y tenemos tres hijos.
Un sabor de la infancia
El dulce de leche casero.
Una manía confesable
Cocinar y lavar la loza escuchando conferencias sobre literatura.
Un amuleto
Un libro, cualquiera sea.
El último libro que leí
“La vanguardia permanente”, de Martín Kohan.
Una película que me marcó
“Midnight cowboys”.
Algo que evito
Las multitudes y los deportes de playa.
Si pudiera volver a empezar sería
Ricardo Piglia.
Un lugar para vivir
Cualquier lugar limpio y bien iluminado.
Un lugar para volver
Madrid.
Una materia pendiente
Entender la música. No tengo oído y no distingo a un compositor clásico de una zamba de los Chalchaleros.
Un acontecimiento que cambió mi vida
Son tres y se llaman Manuela, Octavio y Mateo.
El escritor definitivo
No soy muy original: Borges.
Algo que jamás usaría
Campera de cuero.
La última vez que pensé “tierra, trágame”
Soy muy vergonzoso. Todo el tiempo estoy deseando desaparecer.
El lugar más feo del mundo
La Plaza Independencia.
Una rutina placentera
La media hora del desayuno.
Me aburre
Criticar todo y no moverme de lugar. Pero lo vuelvo a hacer.
Una extravagancia gastronómica que frecuento
La sopa de puchero.
Una canción que aún me conmueve
“Pago” de Eduardo Darnauchans.
Un restaurante que nunca falla
Cualquiera que no tenga pretensiones y tenga un medio tanque.
Algo que cambiaría si pudiera
La maldita costumbre de los filántropos de vaticinar el fin del mundo.
El valor humano que más admiro
Dos: el coraje y el humor.
Una última palabra
“No jodan. No es pa tanto”.