
Extremadura es una comunidad autónoma española situada en el centro-oeste de la península ibérica que limita con Portugal. Sus límites han variado a lo largo de los siglos. Actualmente comprende la mayor parte de la Lusitania romana. (Provincia que estableció el Imperio Romano en la Península Ibérica en el año 27 a.C. y que abarcaba gran parte de la actual Portugal al sur del río Duero, toda Extremadura y provincia de Salamanca).
El origen de su nombre se remonta a la Edad Media. Durante la Reconquista y parte del siglo XII, fue una tierra de extremos, es decir, el área fronteriza que rodeaba los dominios musulmanes, la tierra que está en el extremo. Estos territorios eran extremaduras, los territorios que estaban extra (fuera de) fronteras y que constituían una especie de franja de seguridad a modo de tierra de nadie. La Extremadura por excelencia, la que conserva el nombre y lo lleva por antonomasia, fue la extremadura del Reino de León.
La etimología popular hace derivar el nombre de Extremadura de extrema Dorii o extrema Dourii, tierra que está al otro extremo del Duero, por su situación al sur de este río.

Fue en 1.230 cuando Alfonso IX la recuperó para el Reino de León. A partir de entonces, estas tierras fueron ocupadas por los mandos militares, promoviendo la creación de grandes dominios feudales.
La presencia humana en Extremadura data de la Edad de Piedra. Desde entonces, numerosos pueblos habitaron en ella y dejaron sus huellas arquitectónicas, culturales y gastronómicas.
Por toda la geografía de la región podemos observar construcciones emblemáticas, de diferentes estilos y culturas, que forman parte de conjuntos históricos urbanos y rurales de los pueblos y ciudades de esta comunidad. Al igual que tradiciones artesanales que han pasado de generación en generación. Y es indiscutible que la gastronomía extremeña ha evolucionado con el tiempo, con esa mezcla de recetas e ingredientes autóctonos y los traídos por viajeros procedentes de otros lugares, de otros continentes, o por los pastores que regresaban con sus rebaños en trashumancia desde tierras castellanas.
Una de estas huellas, que hoy en día es seña de identidad de la gastronomía extremeña, es el gazpacho extremeño, plato que debe su origen a los campesinos del periodo romano y primo hermano del que se realiza en la vecina y querida Andalucía. Véase la nota de Alva Sueiras en este mismo blog
En sus orígenes, en la estación estival, para aliviar las inclemencias del calor, los pastores machacaban, en un dornillo de barro o madera, unos cuantos dientes de ajo con trozos de pan a los que añadían sal y grasa animal. El resultado era una masa blanca que se remojaba con agua fresca y, a veces, se aromatizaba con alguna hierba. A esta elaboración culinaria se la nombró salmorium y la tomaban los campesinos y soldados de todo el imperio, extendiéndose durante el periodo godo y medieval, adaptándose a las costumbres gastronómicas de cada periodo histórico. Así, durante la época judeo-musulmana, se elaboró una variante, el ajo blanco y el salmorium de habas (gazpacho blanco o de habas).
Pero ¿de dónde procede la palabra gazpacho? Para llegar al origen de este término debemos fijarnos en la lengua mozárabe portuguesa, que comparte el origen etimológico con la española. En mozárabe portugués, la palabra gazpacho procede de caspa o gaspa, que significa trozo o fragmento. Por lo que, en la Edad Media, una masa tosca parecida al salmorium campesino romano, era llamada gazpacho o caspacho. En castúo, que es como se conoce el habla extremeña, se le dice carajamandanga. Y hoy en día, según la zona, se le nombra como macarraca, sopones, sopeao o trincalla.

A esta receta tradicional le pasó lo que a muchas otras con la llegada de alimentos procedentes de América. Al añadir tomates troceados junto a pimientos y un poco de cebolla y pepino, se transforma en la receta actual del gazpacho extremeño. Aunque en la mayoría de las casas se suelen triturar todos los ingredientes, quedando algo más espeso que el elaborado en Andalucía.
Pero, como todo en esta vida, y como se dice por esta tierra extrema, “c’a uno es c’a uno”, este plato admite multitud de variantes. Podríamos realizar hasta una ruta de gazpachos extremeños recorriendo las diferentes comarcas de toda la región. Sin perder su antigua tradición: el machado de ajos con pan, sal, aceite de oliva, vinagre y agua fresca, podemos encontrar gazpachos con huevo frito o cocido, de poleo, de espárragos trigueros, de cerezas o sandía, y un sin fin de mezclas sabrosas y refrescantes para combatir los calores del verano.
El gazpacho extremeño se puede tomar como un primer plato, ya que se trata de una sopa fría, a la que se le añaden trocitos de pan o picadillo de pimientos, cebollas y pepinos, y acompañarlo con una tortilla de patatas o unas sardinas fritas o asadas. Hay familias que lo toman tradicionalmente como postre, añadiendo frutas troceadas como melón, manzanas, higos y uvas.
Lo tomemos como lo tomemos, el gazpacho tiene numerosas ventajas para nuestra salud. Es un gran hidratante para el organismo, aumenta las defensas y está lleno de vitaminas A, E y C que, junto al licopeno del tomate, reducen la acción de los radicales libres, ralentizando el envejecimiento.
La historia de la gastronomía extremeña es la suma de lo bueno que nos dejaron romanos, bárbaros y musulmanes, los que vinieron de Asturias, Cantabria y León, y la gran influencia de las especias y materias primas traídas de América. Es la historia del abrazo de diferentes culturas que supieron fusionarse en la tierra más allá de las fronteras.