
En los años 70´, la canción rioplatense se vio tocada por un género ad hoc, una forma de la música ciudadana que aún no ha sido explorada del todo, al menos con profunda seriedad. Se trata de “la tangués”. Es decir, un derivado de la canción popular que tomaba diversos elementos del tango pero que no necesariamente entraban en el género de forma tradicional. Había bandoneón, había guitarras milongueadas, podía haber un 3/3/2 de pulso piazzolliano y, sin embargo, la poética y la rítmica de las canciones salían de la estructura rígida del tango y se metían en lugares un poco más libres.
La tanguez, concebida dentro de su época era una manera de acercar –o de no perder- el tango sin entrar de lleno en la etapa marmórea que el stablishment tanguero padecía en ese entonces. Con excepciones, claro.
Ejemplos de este estilo han sido clásicos del oído popular, incluso han llegado a ser considerados como el eslabón perdido entre el tango ortodoxo y las nuevas generaciones de creadores. Quitando a Piazzolla y a Eduardo Rovira, que fueron dos casos de genialidad sui generis para la renovación del tango, en el territorio de la tangues podemos hablar del Cuarteto Cedrón, en Buenos Aires. Aquí en Montevideo, estuvieron Daniel Amaro, Los Peyrou, cierta parte del trabajo de Lazaroff, Nacho Suárez en la poesía, y probablemente quien haya sido el mayor exponente del género, Jorge Bonaldi.
En esta forma derivada entre el canto popular y el tango, no solamente existían los cantautores, sino que volvieron a aparecer los binomios compositivos. El más representativo puede ser el de Suárez con Yamandú Palacios y su emblemático disco “Poeta al sur” (1972), pero también Washington Benavides, Juceca, Mario Benedetti, y algunos poetas lunfardos, se arrimaron en temas como “Canción del malamente ciudadano”, “Luna lavandera”, “Por qué cantamos” (en la versión con música de Bonaldi), entre otros.
Pasaron casi cincuenta años y en el medio hubo algunos casos aislados de rescate de esta camada de creaciones fundamentales en la historia del arte rioplatense, pero ningún disco había hecho tan explícita la idea de volver a ese terreno como lo hace “9 puertos”, el primer trabajo de Natalia Bolani.
Apoyada fundamentalmente en –lo que Cadícamo llamaría- la novedad de lo viejo, Bolani trae de vuelta algunas de las creaciones que en otra época fueron clásicos uruguayos y que hoy, por momentos, se vuelven casi inhallables. Así aparecen reversiones y arreglos de temas como “Ciudad Vieja” de Benavides y Bonaldi que conservan el espíritu inicial pero con una impronta más cercana al tango donde el bandoneón y el piano, sin embargo, se mueven con extraordinario swing. Algo similar sucede con “Tristecitas montevideanas” y con uno de los puntos más altos del disco, “A la ciudad de Montevideo”, de Daniel Amaro. Allí Gonzalo Gravina, Juan Chilindrón y Segio Astengo dan una fuerza al decir en la que parece que la ciudad se va viniendo cada vez más encima.
La voz segura y dramática de Bolani le permite calar hondo en cada una de las canciones elegidas y así llegar a la profundidad de las interpretaciones, tanto en la oscuridad arrolladora, la fuerza imbatible de temas como “Rinasceró” (la versión italiana de “Preludio para el año 3001” de Piazzolla y Ferrer) o la dulzura de “El precio de vencer” de Eladia Blázquez.
Por otro lado, la facilidad con la que la cantante maneja diferentes idiomas le permite armar, al modo gardeliano, un repertorio que se va del tango o que, aún mejor, acerca temas al género. Ejemplo de ello son las impecables versiones de “Fado locura” –con una forma impresionante de la interpretación- y de “Padam padam”, el clásico de Piaf.
La firmeza con la que Natalia Bolani se planta ante su repertorio da una androginia interpretativa digna de una gran actriz. Así como los géneros musicales que elige tienen una silueta laxa entre el tango y la canción popular occidental, sus vaivenes a la hora de encarar una canción pueden ir desde la sutileza hasta la bravura con enorme ductilidad. Incluso le permiten salir airosa de tangos bastante olvidables como “Andate, por Dios”.
“9 puertos” es el primer paso en disco que resume muchas de las cosas que debe tener un buen trabajo musical que se enmarque dentro de la canción tanguera. Hay un repertorio extraño y conocido a la vez, hay la novedad de obras contemporáneas y obras rescatadas y, luego, la posibilidad de no quedar anclado solamente en una formación musical o un solo género. Son variados los puertos por los que va la canción y siempre está el sabor melancólico de la despedida mezclado con el entusiasmo de lo que vendrá.
En este disco la voz de Bolani se identifica con el poder grisáceo del Río de la Plata sin dejar de recorrer, de manera sensible y elegante, el swing que parece esperarla en otros puertos del mundo.
“9 puertos”. Natalia Bolani. 2021. Montevideo. Independiente.