Golmajería | Francesc Fusté-Forné

La golmajería es el nombre que se le da a los dulces en La Rioja. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, golmajería es un sinónimo de golosina, entendiéndose golosina como “manjar delicado, generalmente dulce, que sirve más para el gusto que para el sustento”. Un ejemplo de la golmajería riojana son los ahorcaditos de Santo Domingo de la Calzada. Famosa por su Catedral y por ser una de las paradas del Camino de Santiago francés, estos dulces se pueden adquirir en diferentes establecimientos. Además, en muchos pueblos de alrededor hay pequeñas panaderías y pastelerías con obradores artesanos que venden productos dulces además de las habituales berlinas o madalenas. Otro lugar emblemático de La Rioja alta, en la zona occidental de la región, es San Millán de la Cogolla, que acoge dos Monasterios Patrimonio de la Humanidad, los Monasterios de Suso y Yuso. El Monasterio de Yuso da la bienvenida a los visitantes a San Millán y preside su skyline mientras que el de Suso no es accesible en coche y se puede visitar solo a través de una ruta senderista o en el pequeño autobús que sale des de Yuso.

Justo delante del espacio que ocupa el Monasterio de Yuso hay una zona de aparcamiento libre y algunos restaurantes que entre semana están bastante vacíos, este año debido a la situación pandémica. Hay también una pequeña tienda de productos tradicionales y souvenirs, con un horario reducido. Venden vino de la Denominación de Origen Protegida de La Rioja, dulces típicos y productos diversos. A mi me gusta comprar postales como recuerdo de mis viajes y en la visita por los diferentes pueblos de La Rioja, el único lugar que anunciaba en un cartel un poco clásico la venta de postales es este. No obstante, entras y no ves postales en ningún sitio.

– ¿Postales? – le preguntamos al dependiente.

– No tenemos… bueno… aquí tengo unas, pero son las que ya no quiere nadie – señalando detrás del mostrador.

– A ver… – le pedimos.

– Mira… – y nos muestra algunos ejemplos de postales y las deja encima del mostrador.

En realidad, unas postales antiguas y con acabados desgastados. Las tiene apiladas detrás del mostrador en un lugar donde no pueden llegar los clientes ni las pueden ver. Había una pila enorme, quizás centenares de ellas. Nos mostró varios tipos de postales diferentes y escogimos las que más nos gustaban:

– Estas dos – le señalamos.

El dependiente alzó su mirada, impertérrito y moviendo rápidamente las manos dijo:

– Llevároslas todas, llevároslas. Hace muchos años había un montón, pero ahora ya no se hacen. La gente ya no las compra. Son un producto en peligro de extinción – decía mientras nos empujaba las postales hacia nosotros. Las cogimos agradeciendo el detalle y nos fuimos de la tienda.

Las postales son una ilustración del legado histórico de los lugares, de cómo los destinos se muestran al mundo con su patrimonio cultural y natural, el medio físico y humano que comunica su identidad, y quedan para el recuerdo como un souvenir tangible. Son una especie de Instagram prehistórico. Además, las postales viajan. Un buen escrito y un sello son suficientes. En unos días o semanas, depende de su origen y su destino, la postal llega a un buzón donde alguien la recibe con mucha ilusión.

Sé que en las ciudades más turísticas las postales siguen a la orden del día en tiendas de souvenirs, pero en lugares rurales y de difícil acceso parece que éstas tienen más riesgo. No es lo mismo comer un dulce que comprar una postal de un dulce, pero no dejemos perder las postales.