¿Alguna vez te has preguntado cuál es la inspiración que hay detrás de algunas de las historias de terror más famosas de la literatura? ¿Son puramente un producto de la imaginación de sus autores o tienen algún tipo de antecedente real? Quizás cualquiera de las dos opciones sea inquietantes. Pero si en alguna ocasión has sentido curiosidad por la inspiración que hay detrás de algunas de tus novelas de terror favoritas, sigue leyendo.
Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley (1823)
A mediados del siglo XVIII, el crimen se estaba yendo de las manos en Londres. Las autoridades buscaron un nuevo medio para disuadir a los criminales. Como consecuencia, el Acta de Asesinatos de 1752 agregó la disección a la lista de castigos por delitos capitales. Después de que un cuerpo colgara de la horca durante al menos una hora, podría ser entregado a los cirujanos para su disección y estudio.

El 17 de enero de 1803 George Foster fue ejecutado frente a la prisión de Newgate. Había sido condenado por asesinar a su esposa y a su hijo, a pesar de sus intentos por convencer de que era inocente. Foster sabía que su cuerpo sería entregado al Royal College of Surgeons, pero no iría a parar precisamente a los estudiantes de medicina. Su cuerpo iba a ser entregado a Giovanni Aldini, un médico y científico de Bolonia, Italia. Aldini había afirmado que si le entregaran un cuerpo perfecto, podría devolverlo de entre los muertos. Evidentemente no pudo reanimar el cuerpo de Foster, pero sus esfuerzos fueron la comidilla de toda la ciudad. Anthony Carlisle, un médico que asistió al procedimiento, era un invitado frecuente en la casa de William Godwin, donde Mary, la hija de Godwin, más tarde conocida como Mary Shelley, sin duda escuchó la animada conversación sobre el experimento de Aldini.
El científico de Shelley, Victor Frankenstein, y Aldini tienen numerosos rasgos en común. Ambos están obsesionados con la perspectiva de la reanimación, y ambos son hombres a los que les gusta ser el centro de atención y ser admirados por una audiencia. Es muy probable que Shelley aprovechara este episodio real cuando comenzó a tejer su cuento gótico Frankenstein.
Drácula de Bram Stoker (1897)
Todos estamos familiarizados con el espeluznante legado del príncipe Vlad Tepes, más conocido como Vlad el Empalador. El príncipe sediento de sangre es célebre por asesinar brutalmente a miles de personas y alzar sus cuerpos con estacas. Durante mucho tiempo se ha aceptado que este Conde Drácula fue a la vez inspiración y homónimo para el Drácula de Bram Stoker, pero parece ser que el autor pudo haber elegido el nombre por otra razón.
Florence Stoker vendió las notas que su esposo había escrito sobre Drácula después de su muerte en 1912. Cuando estas resurgieron en 1972, los estudiosos y lectores ya tenían numerosas teorías sobre la inspiración de Stoker. En 1958, Basil Kirtley sugirió la conexión entre Vlad el Empalador y el protagonista de Stoker. Esa teoría se afianzó, y desde entonces ha sido difícil desmentirla.

Sin embargo, en realidad no hay evidencias de que Stoker conociera a Vlad III o supiera que también se llamaba Vlad el Empalador. Sin embargo, sí indican por qué Stoker eligió el nombre «Drácula». Según sus notas, Stoker leyó el libro de William Wilkinson, Una reseña de los principados de Wallachia y Moldavia, en el verano de 1890, y copió varias partes en sus diarios, señalando que «Drácula en lenguaje wallachiano significa demonio». En ese momento, además, Transilvania era un escenario habitual para las novelas góticas, porque Europa del Este era representada como un lugar de violencia primitiva. Es más, en principio Stoker situó su historia en Austria y llamó a su personaje el Conde Wampyr, pero luego tachó el nombre y lo reemplazó por «Drácula».
La feria de las tinieblas de Ray Bradbury (1962)
Generalmente suele asociarse a Ray Bradbury la ciencia ficción, pero novelas como La feria de las tinieblas demuestran que también tenía dotes para el terror. Bradbury se inspiró en un encuentro con un mago de feria, el Sr. Eléctrico. El mago saludó al pequeño Bradbury, de doce años, y le declaró que era la reencarnación de un amigo que había muerto en la Primera Guerra Mundial. A partir de ese momento, Bradbury quedaría fascinado con el Sr. Eléctrico. El resultado final: el cuento «The Black Fern».
En 1955 Bradbury propuso a su amigo Gene Kelly que colaboraran en una película juntos. A Kelly le gustó la idea, por lo que Bradbury pasó las siguientes cinco semanas adaptando «The Black Fern» para hacer la historia más larga. Sin embargo, Kelly nunca encontró un estudio dispuesto a respaldar el proyecto.

Durante los siguientes cinco años, Bradury transformó poco a poco el relato en una novela. El Sr. Eléctrico quedó convertido en una presencia mucho más siniestra que su original.
Carrie de Stephen King (1974)
En la época en la que Stephen King trabajaba junto a su hermano Dave como conserje en la Escuela Secundaria Brunswick, se encontraba limpiando manchas de óxido en los techos del baño de las alumnas cuando se dio cuenta de que tenían cortinas de baño, a diferencia de las duchas en el vestuario de los chicos. Más tarde, mientras trabajaba en la lavandería, King tuvo la imagen de una niña en la ducha del vestuario, sin cortina, teniendo la menstruación por primera vez, y aterrorizada por toda la sangre. Las otras chicas comenzaban a arrojarle toallas. El propio King quedó sorprendido con la crueldad de los adolescentes. Años antes, King había leído un artículo en la revista LIFE sobre la teoría de que algunos casos de actividad poltergeist en realidad podrían ser el producto de un fenómeno telequinético. El artículo exploraba la posibilidad de que los jóvenes, especialmente las niñas en la adolescencia temprana, podrían poseer esa capacidad telequinética. King unió esa idea con la crueldad adolescente y llegó al concepto de Carrie.

El protagonista es una mezcla de dos personajes de la propia infancia de King. Por una parte, Tina White, de la que todos se reían porque vestía con la misma ropa todos los días. Por otra, Sandra Irving, que venía de una familia muy religiosa; el crucifijo que colgaba sobre su sofá era tan grande, que habría matado a alguien si cayera encima de él.
King escribió unas cuantas páginas iniciales de la novela, pero acabó tirándolas a la basura. Fue su esposa, Tabitha, la que rescató esas hojas de la papelera. Después de leerlas necesitaba saber cómo terminaba la historia de Carrie. Fue Tabitha quien convenció a King para que terminara la novela e intentara publicarla.
Crónicas vampíricas de Anne Rice (1976)
A finales de la década de 1960, Anne Rice escribió un relato breve sobre un vampiro llamado Louis de Pointe du Lac, que comparte la historia de su vida con un periodista. Rice terminó la historia pero la dejó a un lado. Años más tarde, poco después de la muerte de su hija Michelle, la autora participaba en un programa de posgrado de Escritura Creativa en la Universidad Estatal de San Francisco. Uno de los alumnos de su esposo leyó la historia y la animó a desarrollarla más, algo que Rice hizo.

Tardó solo cinco semanas en ampliar el relato en un manuscrito que fue Entrevista con el vampiro. Rice se documentaba sobre vampiros durante el día y escribía por las noches. Aunque la novela recibió toda clase de críticas, tanto positivas como negativas, la catapultó a la fama y la llevó a escribir toda una serie de novelas titulada Crónicas vampíricas.
En alguna ocasión Rice ha admitido que su hija Michelle, que murió de cáncer a los seis años, sirvió de inspiración para el personaje de la niña vampiro, Claudia. Además, también reveló que el nombre del vampiro Lestat es un compuesto de ella y su esposo, Stan.
El silencio de los corderos de Thomas Harris (1988)
Thomas Harris no ha hablado demasiado sobre la inspiración que hay detrás de sus novelas, pero en la edición del 25 aniversario de El silencio de los corderos revela en qué se basó para su creación más famosa, el diabólico psiquiatra Hannibal Lecter. El asesino en serie intelectual tuvo como modelo a un cirujano asesino de México. A finales de la década de 1960, el joven Harris, que trabajaba como reportero para la revista Argosy, fue enviado a la prisión estatal de Nuevo León en Monterrey, México, para entrevistar al un recluso llamado Dykes Askew Simmons. Simmons había sido condenado por asesinar a tres personas y esperaba una sentencia de muerte. En lugar de enfrentarse a su destino de manera pasiva, Simmons intentó sobornar a un guardia para que dejara su celda abierta y le proporcionara una pistola. El guardia cogió el dinero pero en lugar de dejarlo escapar mató a Simmons.

Mientras visitaba a Simmons, Harris conoció al Dr. Salazar. Describió al médico como un «hombre pequeño y ágil, con cabello rojo oscuro. Estaba muy quieto y tenía cierta elegancia». El Dr. Salazar era conocido por cortar a sus víctimas en piezas sorprendentemente pequeñas y colocarlas en cajas. Los dos discutieron sobre Simmons. Al final de la conversación Salazar le preguntó a Harris: «Como periodista, señor Harris, ¿cómo incluiría eso en su diario? ¿Cómo se habla del miedo al tormento en revistas?». Este episodio es una clara inspiración para la entrevista de Clarice Starling con Hannibal Lecter en El silencio de los corderos.
Mi nombre es Raro Thomas de Dean Koontz (2003)
Dean Koontz confesó que estaba trabajando en The Face cuando surgió la idea para su serie sobre Raro Thomas. Una línea apareció en su cabeza, y le impactó tanto que tuvo que dejar lo que estaba escribiendo para apuntarla en un bloc de notas: «Mi nombre es Raro Thomas. Vivo una vida inusual». Koontz siguió escribiendo sin pensarlo demasiado, y lo siguiente que supo fue que tenía todo un primer capítulo entero. Cuando volvió al proyecto después de terminar The Face, decidió que necesitaba muy poca revisión y se embarcó en el resto de la novela.
Koontz afirma que no estuvo seguro del destino final de Odd hasta el cuarto libro. Es más, en un principio solo creía que escribiría un libro, y luego, tal vez, una trilogía. En una entrevista con USA Today, Koontz dijo: «Cuando terminé el primero, Raro Thomas, pensé que podía ser más de un libro, pero como mucho una trilogía. Sin embargo, el personaje tenía tantas dimensiones que me pareció fascinante».

Esta nota se publica con expresa autorización del autor. Originalmente publicado aquí