Gardel y el flamenco, una fiesta en 1926 | Manuel Guerrero Cabrera

Gardel, mural de Marino Santa María

El tango y el flamenco han coincidido en varias ocasiones, por ejemplo, en los escenarios de los teatros y de variedades de las primeras décadas del siglo XX, también hoy en las grabaciones de El Cabrero o El Cigala que tienen al tango como protagonista. De igual modo, hay algún caso en el cine, como en la película La guitarra de Gardel (León Klimovski, 1949), protagonizada por Antonio Casal y Agustín Irusta (y una maravillosa, como siempre, Carmen Sevilla), en la que los dos hablan sobre las mujeres cantando un poco de copla el primero y otro tanto de tango el segundo. Pero, para este artículo, vamos a hablar de Carlos Gardel y de un momento único que le une al cante jondo.

Madrugada del 6 de febrero de 1926, Hotel Ritz de Madrid, España. Los duques de Santángelo, unos aristócratas congraciados con el poder militar de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, organizan una «fiesta íntima», en la que asisten más de una treintena de personalidades de la alta sociedad. Para amenizar la velada se quiso encarar al tango con el flamenco, por lo que contaron, para el tango, con Carlos Gardel y su guitarrista, José Ricardo, que estaban de gira por España, y, para el flamenco, con el cantaor Manuel Centeno y el guitarrista Ramón Montoya. No se tratan de dos artistas flamencos cualesquiera: por un lado, Centeno está considerado uno de los mejores saeteros de este arte, ese mismo año de 1926 ganaría el Trofeo Pavón que le otorgó popularidad; por otro, Ramón Montoya es uno de los guitarristas fundamentales; aprendió de manera autodidacta y con dieciséis años comenzó a tocar en cafés cantantes o acompañando a distintos cantaores, algunos tan renombrados como Antonio Chacón, Manuel Vallejo o La Niña de los Peines; sería uno de los que llevaría el flamenco a la escena internacional con prestigio.

En la fiesta, Gardel y Centeno cantaron alternándose. Un tal Danceny dejó sus impresiones en La esfera:

Después del eco desgarrador de una saeta, la melodía contagiosa de un tango; a continuación de la voz áspera, estridente, de Centeno, el aterciopelado timbre de Carlos Gardel. […]

Centeno debe mirar a Gardel con algo de desdén. El sentimentalismo que vibra en los tangos debe parecerle a l’eau de roses. Gardel considera a Centeno incomprensivo ante la excesiva pasión…

95 años han pasado desde entonces. El tango y el flamenco son dos culturas musicales ampliamente reconocidas, y este capítulo, desconocido en la biografía del Mago, es un buen ejemplo de tanto como comparten.