La reina de las especias | Alva Sueiras

No debe extrañarnos que la pimienta sea considerada la reina entre sus pares ya que concentra una quinta parte del comercio mundial de las especias. Una de sus grandes virtudes reside en que, a diferencia de otros condimentos, se puede conservar por largo tiempo en lugares secos. Sus múltiples atributos hicieron que en la antigüedad alcanzara precios desorbitados al punto que la fortuna de los ciudadanos se evaluaba en función del oro y la pimienta que abultara sus arcas.

Mientras Hipócrates le atribuyó el mérito de su conocimiento a Carlo Magno y sus tropas, otros, coronaron con laureles al navegante de origen griego Eudoxo de Cícico, al servicio del faraón Ptolomeo VIII en Alejandría, a pesar de que no se hallaron registros que avalen el transporte de pimienta en sus travesías. Sea como fuere, la extensa flota de barcos en posesión del Imperio apuntaló el dominio del comercio europeo con La India durante la friolera de 1500 años.

Génova y Venecia, en previsión de la caída del Imperio Romano de Oriente, estrecharon lazos comerciales con los turcos, acaparando el mercado de la pimienta. Dicen las malas lenguas que el propio Colón, en su primer viaje a las Américas, llevaba siempre consigo un saquito con especias que mostraba a los nativos con la esperanza de recabar información privilegiada. Poco tiempo más tarde, España y Portugal se dividían las rutas comerciales del Atlántico mediante el Tratado de Tordesillas y, pocos años después, el navegante portugués Vasco de Gama atravesaba el Cabo de Buena Esperanza, bordeaba África y llegaba a La India por el Océano Índico. Bastaron algunos presentes y las preguntas acertadas, para que el navegante llegara a las Malucas -o islas de las especias-. Siglo y monedas más tarde, Portugal se empecinó en desbancar a Génova y Venecia -con el ojo puesto en posicionar a Lisboa como el centro del comercio de las especias-. A tales fines, contrató a mercaderes holandeses, que ¡oh sorpresa! acabaron apropiándose de los territorios portugueses. Ante tal atropello, Portugal pidió ayuda a Inglaterra -que anhelaba formar parte del negocio de las especias-. Resultado: los holandeses se quedaron con Java y Sumatra, los ingleses con la India y Ceilán, y Portugal quedó fuera del negocio. Las ansias de generar rápida riqueza a través de un incremento en la producción y los transportes, devaluó el precio de la pimienta generando uno de los cracks más sonados de la historia, dejando a su paso un volumen notable de familias arruinadas y un número no menor de suicidios.

Hoy en día, la fabulosa pimienta -o piper nigrun- concentra más de un tercio de su producción mundial en Vietnam. Se trata de una enredadera perenne que alcanza los 10 metros de altitud. Los distintos estadios de madurez del fruto transforman la pimienta verde en roja. La pimienta verde se recolecta en el momento de máximo crecimiento del fruto y es la base para obtener la pimienta negra. La pimienta roja es el resultado de la recolección del grano en su pleno estado de madurez. Para llegar a la pimienta negra, los granos de pimienta verde son sometidos a un proceso de secado que hace que la pulpa se marchite formando un caparazón arrugado donde se concentra el sabor. La cualidad picante del fruto se concentra en el núcleo interior. Ese núcleo es la pimienta blanca, que sin el caparazón, solo conserva el picante, perdiendo todas las demás cualidades.

La pungencia y elegancia de la pimienta negra habla de su versatilidad como condimento. Bienvenida en casi todos los platos, es una gran compañera capaz de ensalzar los atributos de otras especias. El uso de la pimienta en platos dulces es menos conocido, pero no por ello poco interesante. En el condado británico de Cumbria, antiguo epicentro del comercio de especias y azúcar, es típico el budín espaciado Wetmorland, al que, por supuesto, no le falta su pellizco de pimienta.

Budín de pimienta de Wetmorland

Ingredientes:

– 85 gr grosellas secas (u otro fruto rojo) – 115 gr azúcar
– 85 gr manteca
– 140 ml agua
– 225 gr harina con levadura incorporada – 1/2 cucharadita jengibre molido
– 1/4 cucharadita clavo
– 1/4 cucharadita pimienta molida
– 4 cucharadas de leche – 1 huevo batido

Elaboración:

Precalentar el horno a 180o.
Engrasar y enharinar un molde para torta, budín o pan pequeño.
Poner la fruta, el azúcar, la manteca y el agua en una cacerola al fuego y una vez que hierva, bajar el fuego y cocinar a fuego suave por 10 minutos. Dejar enfriar.
Poner la harina y las especias en un bol y mezclar bien. Agregar lentamente la mezcla enfriada de frutas, la leche y el huevo batido. Mezclar bien con movimientos envolventes (sin batir).
Volcar la mezcla en el molde y hornear por 50 minutos o hasta que esté firme al tacto, con la superficie dorada, o cuando al pinchar con un palillo de dientes la mezcla, éste salga limpio sin restos de masa.
Dejar enfriar antes de desmoldar.
El bizcocho puede servirse al natural o cubrirse con una mezcla de crema doble con azúcar impalpable o únicamente con azúcar impalpable.

 

Esta nota fue originalmente publicada por su autora en la revista oficial del Lawn Tennis Club (Julio 2020)