Evito guardarme lo que tengo para decir | Alfredo Goldstein

Foto Rodrigo López / Socio Espectacular

Alfredo Goldstein (Montevideo, 1958) es profesor de literatura egresado del IPA. Inició sus estudios teatrales con Maruja Santullo y desde 1983 dirige teatro en forma ininterrumpida. También ejerció la crítica teatral. 

Un sabor de la infancia
Las masitas de la Confitería Soriano, en Soriano y Julio Herrera y Obes. Sabores alemanes de esos que se perdieron…

Una manía confesable
La quiniela. Será casi un vicio. Pero tiene algo de barrio de antes que me atrae. Detesto el casino, pero creo que haber anotado quiniela en mi primer trabajo me marcó…

Un amuleto
¿Amuleto o cábala? Un poco de ambos…Usar algo nuevo, lo que sea: unas medias, un perfume, una camisa… Lo que sea para un estreno de teatro. Bernard Dort decía que el teatro era un parto colectivo. Un hijo que llega merece siempre recibirlo con un obsequio…

El último libro que leí
A diferencia de mucha gente, estos tiempos de pandemia no me dieron por leer mucho. «Los Mann», biografía de Tilmann Lahme, sobre la familia del gran escritor Thomas Mann, es lo que estuvo en mi mesa de luz. A raíz de unos ensayos por ahora truncos de una obra de Dino Armas sobre el tema. Próximo estreno, espero. Y uno que me hizo recuperar el placer de la narrativa: «Tango del viejo marinero» de Mario Delgado Aparaín. Una joyita.

Una película que me marcó
Sin duda,»La naranja mecánica». La vi quince veces….Siempre actual, siempre adelantada. Un retrato del hoy, aunque se refiera a 1985. Y un inquietante mensaje sobre la condición del hombre y el libre albedrío.

Algo que evito
Guardarme lo que tengo para decir. Aunque me haya generado muchos problemas. Pero defiendo lo que pienso y lo que creo justo hasta el fin.

Si pudiera volver a empezar sería
La docencia y el teatro volverían a estar en esa otra oportunidad. O la dirección de cine. En un tiempo quise ser zoólogo. Andá a saber si no volvería a ese amor de la infancia.

Un lugar para vivir
París. Sin duda. Estuve varias veces. Y París es el mundo. Es reconocer lo que durante años ya estaba en mi retina y en mi memoria. La primera vez fue en 1981. Acá había dictadura. Allá, un soplo de aire fresco. Pero aunque vuelva a los mismos lugares, siempre será como llegar a casa.

Un lugar para volver
Si pongo París de nuevo seria demasiado. Sicilia, el crisol del Mediterráneo. La fusión de siglos y universos. Estar en el teatro de Siracusa donde Esquilo estrenó «Los persas» por ejemplo. Y ponerme a recitar las palabras de Esquilo….

Una materia pendiente
Más de una. Tocar un instrumento, cantar y escibir alguna obra de teatro. Con décadas de periodismo, no me animé todavía a esa creación. Por pudor y por conciencia de limitación.

Un acontecimiento que cambió mi vida
El primer viaje a Europa. En realidad, cada viaje a esos lugares que me puse como meta. Algunos los cumplí. Un par me quedaron en el tintero. Como Islandia o Vermont, en Estados Unidos, siguiendo los pasos de Robert Frost.

El escritor definitivo
Shakespeare. El mayor autor de todos los tiempos. La síntesis de todo lo anterior y la apertura a todo lo que vino después. Un verdadero tratado de la psicología humana y la capacidad de reflejarnos en algo, en nuestras virtudes y nuestros desastres.

Algo que jamás usaría
Un frac. Una prenda que se precia de elegante y que sólo me hace recordar al pingüino de Batman.

La última vez que pensé “tierra, trágame”
Ayer o hace un rato, seguramente. Vivo diciendo inconveniencias. Pero sé que en un ratito me va a volver a pasar.

El lugar más feo del mundo
Creo que debe tener que ver con el estado de ánimo. Venecia me hizo sentir ajeno, fuera de ese toque aristocrático. Pero para la mayoría es la meca. Me fui en cuanto pude y por suerte Verona me reconcilió con el Véneto.

Una rutina placentera
Quedarme en la cama mirando la lluvia en un día muy frío y de mucho viento en invierno. Aunque después de tanto encierro, no sé si seguirá siendo.

Me aburre
Me aburre y me da bronca el poco amor del Uruguay por sus artistas. Salvo cuando la mayoría los creen necesarios. Y no es justo.

Una extravagancia gastronómica que frecuento
Los mariscos, la torta de moka, que ya casi nadie hace.

Una canción que aún me conmueve
«El abuelo» de Alberto Cortez en la voz de María Elisa. No sé por qué. Quizás porque casi no conocí a ninguno de mis abuelos. Y todos eran de allende el Atlántico. Pero lloro cada vez que la escucho. Y me gusta hacerlo.

Un restaurante que nunca falla
Difícil. Pero elijo dos: Viejo Sancho, por la calidad y el precio. Don Koto, por la calidez, la buena comida y el amor al teatro.

Algo que cambiaría si pudiera
Mi afición por los dulces. Pero bueno, a esta altura…

El valor humano que más admiro
La sinceridad. La fidelidad a uno mismo.

Una última palabra
¿En la vida? No creo llegar a decir nada célebre,.,..Debería decir «Resisto» a lo Prometeo..,..pero suelo ser pesimista.