Con el vaivén de los vientos fríos, pensar en un chocolate caliente es, cuanto menos, sugerente. Abrazarse al candor de la taza y mojar los labios en tan sutil ambrosía, es una invitación a viajar hacia la más tierna infancia. Un viaje que se extiende sorteando siglos si buceamos en el origen conocido de la preciada semilla del cacaotero, la planta oriunda de Mesoamérica, a la que le debemos algunos de nuestros momentos gastronómicos más pecaminosos.
Los Olmecas lo llamaban kakaw, denominación que heredaron los Mayas, quienes le atribuyeron al producto y sus derivados grandes capacidades sanadoras y energéticas, considerando que alargaba la vida de los más ancianos y solucionaba problemas de carácter estomacal. Para consumirlo, siempre en caliente, molían el cacao, lo cocían en agua, lo espesaban con harina de maíz y, tras agregarle semillas, lo batían hasta obtener cierta espuma.
Fueron los Aztecas quienes divinizaron al cacaotero, asignándole el virtuoso poder de conferir sabiduría. Éstos agregaron dos pasos fundamentales en la fórmula de consumo: tostaban el cacao antes de machacarlo y tras agregarle la harina de maíz, lo condimentaban con chile picante y vainilla. Cuando Hernán Cortés y sus hombres llegaron a Tenochtitlán -actual Ciudad de México-, el emperador azteca Montezuma lo recibió con todos los honores. Lo llevó a su mesa y le ofreció una suculenta bebida de cacao servida en un reluciente vaso de oro. El emperador pensó que recibía al dios Quetzalcoatl, quien prometió regresar por donde saliera el sol, precisamente la misma ruta que surcó el conquistador para arribar a aquella orilla. Fue a partir de aquel episodio entre Hernán Cortés y Montezuma, que el cacao es conocido como alimento de dioses.
Tal y como relató el propio Cortés en una carta dirigida al emperador Carlos V en el año 1520, la semilla era usada como moneda corriente en su territorio de origen. Cuatro años más tarde, el cacao viajó a España, donde fue cristianizado sustituyendo el chile por azúcar. El contundente éxito de la bebida en el país fue aprovechado por la corona, gravando la tarifa con tasas prominentes y monopolizando su comercio. Las damas de las familias pudientes hacían que sus sirvientas les llevaran jícaras de chocolate que disfrutaban durante el sermón, algo que ponía de los nervios a la Iglesia, que fracasó en sus permanentes intentos de erradicar tan lascivo hábito. El asunto llegó a la Soborna, donde pusieron el grito en el cielo ante tanto libertinaje, elevando el reclamo al entonces papa Clemente VII. Para suerte de los ibéricos de alcurnia, el papa ya había recibido un regalo procedente de España con 24 hermosas tazas de chocolate. Se ve que disfrutó de las tazas y de su delicioso contenido porque el asunto no fue a mayores.
La moda del chocolate fue transferida al virreinato de Perú, donde los colonos invitaban a sus amistades a un «refresco». La bebida se acompañaba de dulces y la velada culminaba en baile. Si los invitados eran parte del gobierno o tenían cargos oficiales, la fiestita pasaba a denominarse «sarao». En los saraos nunca faltaba la mancerina, un invento del virrey Pedro Álvarez de Toledo, Marqués de Mancera, que consistía en una bandeja con una abrazadera donde se colocaba la jícara con el chocolate caliente para que no se derramara. El marqués aseguró que lo inventó para evitar que las elegantes señoras se vertieran el chocolate sobre sus deliciosos vestidos. Las malas lenguas aseguran que ideó el utensilio porque padecía Parkinson y sus accidentes con el chocolate eran frecuentes.
La boda entre Ana de Austria, hija de Felipe III de España, y Luis XIII en el año 1616, favoreció la incursión del chocolate en Francia. A la nueva reina le gustaba desayunar y merendar con chocolate. El estrellato de la bebida llegó sin embargo con la gran chocolatada nupcial organizada con motivo del enlace entre Luis XIV y la infanta española Maria Teresa. El suceso fue retratado con gran impacto en el diario Le Mercure de France, disparando el hábito de beber chocolate entre la nobleza francesa.
El rey Felipe V vendió la fórmula secreta de la elaboración del chocolate, reservando para España el monopolio de su comercio, que no se libró del contrabando ni de las fugas de género. En el año 1756 se fundó la primera fábrica de chocolate en Alemania con mano de obra portuguesa. Veinte años después, los franceses fundaron la Chocolatería Real y el galo Doret inventó la máquina hidráulica, que molía las almendras hasta convertirlas en pasta. Invento que sumado a los adelantos técnicos de los S. XVIII y XIX, fue fundamental para llegar a las barras de chocolate de las que disfrutamos común y golosamente en la actualidad.
Chocolate a la española
Ingredientes:
300-400 grs de chocolate fondant
1 cucharada de harina de maíz (maizena)
1/2 l de agua
Elaboración:
Rallar el chocolate y ponerlo en un cazo con el agua. Cuando empiece a hervir añadir la harina de maíz disuelta en un poco de agua fría. Dejar que suba el hervor tres veces removiendo enérgicamente con un molinillo para chocolate y retirándolo del fuego cada vez para evitar que se derrame. Servir echándolo en la taza desde cierta altura para que haga espuma y se quede en la superficie
Esta nota fue publicada por su autora en la revista del Carrasco Lawn Tennis Club. Pueden acceder a la publicación en el siguiente link.