Roberto Blatt (Montevideo, 1949) es escritor, filósofo, ensayista y traductor.
Actualmente es el director del Instituto del Cine y el Audiovisual (ICAU)
Un sabor de la infancia
Uvas moscatel que mi madre pelaba y a las que también quitaba las semillas, claro.
Una manía confesable
Atribuir todos mis defectos a mi madre.
Un amuleto
Siempre una palabra, ahora es “ahora”.
El último libro que leí
El que estoy leyendo (en versión digital estoy en el 50% exacto de la lectura): “Noche y océano” (Seix Barral), primera novela de la joven filóloga Raquel Taranilla. Originalísima y culta (hasta la auto-ironía) historia sobre un curioso personaje, por quien la narradora tiene pasión, que encuentra la tumba de Murnau y roba su cabeza. Aunque lo dudo, imposible descartar que la segunda mitad sea decepcionante.
Una película que me marcó
Para nada una obra de arte pero la primera que me demostró el impacto mítico del cine sobre mi generación: “Los vikingos” de Richard Fleischer (1958) con Kirk Douglas y Tony Curtis que vi en el hace siglos (¡eras!) en el desaparecido Cine Azul de 18 de julio con mi prematuramente fallecido mejor amigo Rony. Dos hermanastros enfrentados por el amor y el poder.
Algo que evito
El sentimiento de culpa, con muy poco éxito.
Si pudiera volver a empezar sería
Igual pero mejor (y más alto, y más negro y jugaría en la NBA en lugar de haberlo hecho en Menores del Sporting de Miguel Vicens).
Un lugar para vivir
Un barrio inexistente aledaño a Madrid y Montevideo.
Un lugar para volver
Madrid o Montevideo, según esté en una u otra.
Una materia pendiente
La Física, estudiada de manera ordenada.
Un acontecimiento que cambió mi vida
Para bien, la adopción de mi hijo Edu. Para mal, la separación de mi primera esposa que fue interpretada por mi hija Nathalie como un abandono.
El escritor definitivo
Borges y David Foster Wallace.
Algo que jamás usaría
Un peluquín.
La última vez que pensé “tierra, trágame”
Cuando presenté en su presencia un libro de Richard Ford sin haberlo leído… y él se dio cuenta.
El lugar más feo del mundo
Donde no quiero estar… y es variable.
Una rutina placentera
Una única: dormir. Toda otra rutina, como tal, es desagradable.
Me aburre
Nada. Como mínimo, y si no hay un libro cerca, estoy ocupado preocupándome.
Una extravagancia gastronómica que frecuento
Pizza a caballo, un plato inexistente en Italia y mal copiado en Argentina.
Una canción que aún me conmueve
Otra cursilería (debería citar algún tema de jazz): “Natalie” de Gilbert Bécaud. Sé que es una canción tramposa pero no he conseguidos desarrollar inmunidad a su engañoso encanto.
Un restaurante que nunca falla
Era Ananías, una tasca madrileña cuyo único fallo fue que cerró. Como todo.
Algo que cambiaría si pudiera
Benjamin decía que Kafka decía que el Mesías vendría a hacer pequeños cambios sutiles, como enderezar la joroba de un giboso, y supongo que eso, como la mariposa de Chuang-Tsé terminaría por enderezarlo todo en cascada. Yo querría curarle la sensación de abandono a mi hija.
El valor humano que más admiro
El valor, jugando con el doble sentido de la palabra. Toda otra virtud es derivable de esa. El malvado es meramente temerario; Sócrates diría que carece de valor, simplemente se equivoca.
Una última palabra
Que no haya últimas palabras.