Vida loca | Domingo Arena
Mientras tanto, Fermín seguía durmiendo. De pronto despertó, y se sentó sobre el recado afirmando las dos manos en el suelo. Estaba pálido, parado el lacio y cerdoso pelo, y con una expresión de terror en sus pardos ojos, brillantes y saltados, como si la fermentación de su cerebro los empujara.