Carlos A. Muñoz (Montevideo, 1957) es director de teatro, periodista especializado en cultura y gestor cultural
Un sabor de la infancia
Ciruelas amarillas que se caían del árbol, frutillas, uvas, manzanas. Sin lavar, de la tierra o el árbol a la boca, de la quinta de mis abuelos.
Una manía confesable
Enderezar cuadros, incluso en lugares públicos como la Asociación Española.
Un amuleto
El dado. A veces lo lanzo para tomar una decisión. Lo tomé de «El hombre de los dados» de Luke Rhinehart, novela que leí hace muchos años. El protagonista, un siquiatra aburrido, regía todos los actos de su vida por el azar y la tiranía del dado. Llegó a límites insospechados, sin carga de culpas o reproches o arrepentimientos.
El último libro que leí
“Cultura” de Terry Eagleton y los cuentos de una “Antología del cuento triste” que no me canso de releer.
Una película que me marcó
A los ocho años “Motín a bordo” con Marlon Brando, a los 15 “Romeo y Julieta” de Franco Zefirelli, “Persona” de Bergman y “Jesucristo Superstar”. Más recientes, “Mullholland Drive” (David Lynch), “ Locke” con Tom Hardy, “Jocker” (Guasón) con Joaquin Phoenix y todas las de Clint Eastwood.
Algo que evito
Los embutidos y discutir con fanáticos de lo que sea.
Si pudiera volver a empezar sería
Jugador de fútbol del Barcelona.
Un lugar para vivir
Amsterdam o Venecia.
Un lugar para volver
Nueva York, Londres y Río de Janeiro.
Una materia pendiente
Escribir un libro, dirigir cine, conocer a las hermanas Wachowski.
Un acontecimiento que cambió mi vida
Taizé: un monasterio ecuménico donde viví dos años, en el Midi francés, sobre una colina. Estuve veinte días en silencio, sin intercambiar con nadie, como ejercicio espiritual.
El escritor definitivo
Jorge Luis Borges, Juan Rulfo.
Algo que jamás usaría
Calzoncillos largos o camisillas que usaba mi abuelo.
La última vez que pensé «tierra, trágame»
Hace dos años, comencé mi clase de Periodismo cultural en Fundación Itaú y tenía el cierre bajo del pantalón. Me di cuenta, pedí disculpas y me lo subí. Papelón.
El lugar más feo del mundo
El “Sertao” brasilero. Feo, áspero, terriblemente doloroso.
Una rutina placentera
Mirar «Quién quiere ser millonario», comer dulce de leche y ver a Peñarol.
Me aburre
El Chuy y el arte conceptual.
Una extravagancia gastronómica que frecuento
Salmón crudo con especias preparado por un amigo, acompañado de una copa de vodka con jerez y una aceituna rellena.
Una canción que aún me conmueve
“Mother” de John Lennon. Tremenda.
Un restaurante que nunca falla
“Francis” y la Parrillada “La otra”.
Algo que cambiaría si pudiera
Las ciudades del interior del país, las llenaría de gente y actividades y paseos.
El valor humano que más admiro
El humor.
Una última palabra
Paraíso.