Aquí tenéis historias verídicas del hampa, vosotros, que despreciáis la fantasía y os deleita la piedra y el barro y no juzguéis y no preguntéis cómo accedí a ellas, pues un poeta presta oídos por igual a reyes, a banqueros y a demás criminales y como el sol, entra en las mansiones y en los hospitales.
Mas, bien lo sé, debo anticiparme a la maledicencia y a los críticos, que son legión en esta tierra, así que tal cual Harún al Raschid, me disfrazo en la noche y recorro los tugurios y me hago amigo de los pordioseros a quienes no juzgo, pues todo hombre esconde un diamante y si yo no compartiera mi pan y mi vino con ellos ¿quién os contaría estas historias?
Vivid y dejad vivir y no acuséis a Jesucristo, como lo acusasteis, de amigo de las prostitutas, ni a mí me acuséis de amigo de los criminales pues ¿no fue el gran Thomas de Quincey quien escribió esa maravilla llamada «Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes»?
HISTORIA DEL GANCHO DEL GATO
Moríase una vez de hambre un preso junto a otros presos en su jaula, pues como imaginareís, la bazofia que le dan en la cárcel no les alcanza y ex profeso se los quiere mantener en la miseria para desesperarlos y para que construyan una economía carcelaria delictiva, que de algo deben vivir también los guardianes, tan presos y miserables como ellos.
Esto me recuerda que cuando Napoleón dijo que había que construir cárceles para encerrar a los granujas, le preguntaron quiénes los cuidarían, a lo que respondió que los cuidarían otros más granujas que los granujas, pero yo no diré si estoy de acuerdo o no con aquel agrandado enano, lo que sí diré es que este preso y sus compinches se morían de hambre y desesperaban por un trozo de carne y la sóla carne que tenían a la vista, era un esquivo felino que con todo tipo de promesas querían atraer hacia su celda, cosa que no lograban, pues un felino huele el peligro y sabe leer en los ojos.
Si fueron a la escuela aquellos delincuentes, habrán escuchado de parte de la maestra que los animales no piensan, cosa sobre la cual tampoco diré nada, pero si no piensan, al menos, perciben el peligro, pues cuando he buceado con un arpón los luminosos cardúmenes se mantenían a diez metros de distancia y cuando buceaba sin otro propósito que disfrutar de la cadenciosa geografía marina, los peces nadaban junto a mí con todo alborozo.
El tema es que si hay algo que mueve a la inteligencia, ello es la necesidad, y aquella gente estaba muy necesitada y el gato aquel no hacía otra cosa que recordarles su necesidad, hasta que por fin elaboraron un gancho y cazaron, aunque en rigor debería decir pescaron, a aquella sombra disminuida del tigre.
Dudo antes de seguir, pues tengo una cantidad de amigos veganos y animalistas y el pobre gatito… pero estos hombres también deberían movernos a compasión y ya estaban hartos de contarse sus costillas y entonces lo cueriaron, lo descuartizaron y lo cortaron en trocitos e hicieron un fenomenal estofado con el que aliviaron su humanidad por un tiempo, e incluso convidaron, haciéndole pasar gato por liebre, o mejor dicho, gato por pollo, a un guardián que apenas terminara de relamerse, se enteraba de la procedencia verdadera de aquel plato contundente.
Resulta que alguien puede ser un asesino, pero eso no obsta para que ame a su madre con toda el alma, como nos cuentan multitud de tangos y tampoco obsta para que ame a su gato con toda su dulzura, pues aquel gato cocinado al estofado tenía un dueño, y más de un dueño, y cuando los dueños, que eran los narcotraficantes del penal, perdieron a su gato, lo buscaron desesperados al grado de ofrecer una recompensa a todo aquel que brindara información fidedigna sobre su paradero.
Y aquí, al terminar, es donde me asalta la duda y no sé si los hambrientos culminaron su obra espoleados por la piedad o por la maldad, pero es del caso que, para que abandonaran su angustiosa búsqueda, dejaron colgado en el panel de los narcotraficantes, y de manera bien prolija, el cuero del gato estofado.
HISTORIA DEL HACHA
Un hombre llamado El Tangarupa tenía una novia que regenteaba un bar de dudosa reputación allá en el puerto, y vivía esta pareja una de esas historias de amor tumultuosos que los libros de autoayuda gustan de llamar «relaciones tóxicas».
En una de estas reyertas y harto de tanta locura y sobre todo, recriminaciones femeninas, el Tangarupa expulsó a su novia de su casa, dispuesto a llevar a partir de ese momento una vida menos intensa, pero más pacífica. La novia se fue, pero volvió cuando él dormía plácido sueño, munida con un hacha que descargó en el centro mismo de la frente de su ex amante. La sangre manaba a borbotones de un costado y otro del filo del hacha incrustada de tal manera, que sufrió un ataque de pánico y llamó a la policía confesando su crimen.
Llegaron los Guardianes de la Justicia, vieron la horrorosa escena, olieron la sangre y la oyeron gotear, pues el líquido rojo y oscuro permeaba el colchón y se precipitaba al charco en amplificado sonido de goteo, y mientras detenían a la asesina, uno de ellos, más ducho o sensible, recordó que si todavía manaba sangre del cadaver, ergo, no era cadaver, pues si mana sangre quiere decir que el corazón bombea, con lo que se aproximó al aparente difunto, le tomó el pulso y anunció que seguía vivo.
-¡Mátenlón! ¡Mátenlón! ¡Mátenlón!- gritaba la frustrada asesina.
Los policías, pensando por un momento en sus propias novias, sintieron piedad por aquel hombre y llamaron a la ambulancia en tanto le aplicaban esposas a la Amazona.
Dígase lo que se quiera sobre las mujeres, pero hay dos verdades evidentes: guarda con erosionar la vanidad de una mujer expulsándola de la casa, y guarda con el iluso que desatienda este consejo: «Guárdate de la venganza de una mujer».
Mientras el pobre Tangarupa encaraba su lucha definitiva con un hacha de carnicero clavada en la frente, cual Zeus dando nacimiento a Atenea, su exnovia revelaba en la comisaría dónde tenía los objetos robados el Tangarupa, dónde se encontraba la falopa y las balanzas y la prensa con que traficaba, y debajo de qué exacta baldosa floja en la casa de su precisa madre, tenía encanutado todo el dinero malhabido.
Cuando despertó, el Tangarupa sintió un molesto, e inusual, dolor de cabeza y pretendió llevarse la mano a la zona dolorida, como todos hacemos cuando sufrimos un molesto dolor de cabeza, pero no pudo: misteriosamente algo se lo impedía. Pretendió mover la cabeza para ver, pero el dolor se lo impedía, y entonces descubre a un policía sentado frente a él en aquel hospital, que le dice:
-Hermano, estás hasta las manos y esposado. Tu mujer ayer declaró dónde tenías los objetos robados, dónde se encontraba la falopa y las balanzas y la prensa con que traficabas, y debajo de qué exacta baldosa floja en la casa de tu precisa madre tenías encanutado todo el dinero malhabido.
El policía, esa noche, se había preguntado si podía sobrevivir un hombre con un hacha de carnicero puesta en la frente cual bandera norteamericana en la playa de Okinawa o donde fuera, y se preguntaba si valía la pena llevar una vida de ese tipo y por último se preguntaba qué había ganado aquella mujer, y a causa de qué rara economía psíquica incriminaba al enemigo al mismo tiempo que se incriminaba a sí misma.
Muchas otras cosas pensó aquel piadoso policía que guardaba un libro de Rimbaud en su bolsillo, «Iluminaciones», para ser más preciso, en la edición de Centro Editor de América Latina que tiene en la tapa los Girasoles, de van Gogh, y que tiene también «Una temporada en el infierno» título sin duda más bonito, al que todos cantan loas, sin saber que Iluminaciones es EL libro del poeta, y concluyó nuestro policía que harto complicados son los caminos de la vida, de la muerte y del amor.
Tangarupa fue a dar sus huesos a una jaula donde comería estofado de gato y cada tanto se despierta con un atroz dolor de cabeza.

HISTORIA DEL POETA SODOMITA
Escapemos, en alas de la Poesía, de las sórdidas cárceles de nuestro país, de los hospitales cochambrosos y de los húmedos antros de la Ciudad Vieja y volemos hacia aquel luminoso Fin de siècle en París, para asistir a la muerte de un poeta que había maravillado al público inglés con sus cuentos llenos de belleza y de amor y que los había encantado con sus geniales obras de teatro donde aniquilaba con inigualables juegos del lenguaje, a la hipócrita aristocracia imperial, pues nuestro poeta era, amén de sodomita, irlandés.
Su vida era una maravilla y caminaba por las calles de Londres vestido de violeta y esgrimiendo un enorme girasol en la mano y seguramente hoy seguiría caminando por las calles de Londres vestido de violeta y esgrimiendo un enorme girasol en la mano, si no fuera porque el padre de su amante sudaba en la noche y se despertaba inquieto al saber que su hijo adorado hacía de ramera de aquel gordo y repugnante pederasta, y entonces, lo perseguía y lo acusaba y lo jodía, hasta que el poeta, harto de tanta patraña, lo llevó a juicio por difamación.
¡Craso error confiar en la justicia de los hombres! Terminó siendo él mismo condenado por sodomía y conducido a la cárcel de Reading, donde escribió su De Profundis y un bello poema titulado Balada de la cárcel de Reading, y eso fue lo último que escribió, pues aquel poeta era uno de esos poetas que sólo empuña una pluma si se encuentra iluminado por la llama en cuyo pabilo se encuentra escrita la palabra «Felicidad».
Estos días se recuerda su muerte, y es del caso que se han tejido innumerables historias sobre la manera en que nuestro poeta se enfrentó a este acontecimiento que nos aguarda de manera ineluctable. Las historias se dividen en dos: las referidas por los prosaicos historiadores y las narradas por sus fieles lectores.
Démosle lugar primero a La Ciencia, que nos presenta los siguientes hechos: «Hacia las cinco y media de la mañana, un cambio total se operó en él: sus rasgos se alteraron y eso que llaman el estertor de la agonía comenzó. Jamás había oído yo nada semejante, era como el rechinar de un torno, y duró hasta el final. Sus ojos no reaccionaban ya a la luz. Era preciso secar constantemente la sangre y la espuma de los labios».
Cuentan estos amantes de «los hechos» que el hotelucho de mala muerte donde el poeta inició su ruta a ese lugar en el que miraría las lechugas desde abajo, es hoy un lindo hotelito de categoría, en cuya pared del vestíbulo puede el viandante admirar la cuenta que Oscar Wilde nunca pagaría.
Ahora, el amor que despertó Oscar Wilde, que al salir de la cárcel escribió cartas a los periódicos con el objeto de aliviar el infierno que vivían los presos en la capital del Imperio, el amor, y la admiración, decíamos, aunque deberíamos agregar también el agradecimiento de sus lectores, llevaron, por la propia emanación de la admirabe fuerza vital de aquel poeta, a imaginar un final diferente para el hombre que tenía respuestas sorprendentes para todo y que incluso en su juicio no podía resistirse a esta fuerza que lo dominaba, aunque asegurara su sentencia.
Dicen estos hombres que el poeta fue poeta hasta la muerte y que se reveló contra toda la inmundicia que lo rodeaba y en especial, contra el decorado de aquel hotel de rufianes y entonces, agonizando, exclamó: «Estas cortinas me están matando», y como sus amigos no sabían qué responderle, agregó: «este papel pintado y yo estamos luchando a muerte, uno de los dos tendrá que marcharse».
Terminan aquí estos cuentos de las nuevas peregrinaciones de Harún al Raschid por la noche de la bella y coqueta Montevideo, y prometo continuarlos, pues hoy entró un hombre a la librería para pedirme prestados treinta pesos para pagar un boleto, aunque en realidad necesitaba cuarenta, a lo que accedí y a lo que me respondió que mañana me los devolvería, a lo que le dije que ní se preocupara, que eran un obsequio, a lo que me preguntó si había escrito el libro, a lo que no supe qué contestarle pues estoy escribiendo cinco libros y sólo terminé uno y entonces le pregunté a qué maldito libro se refería, a lo que me dijo «El libro de las historias del Hampa».
-¿Pero cómo voy a escribirlo si tú mismo eras el que tenías que pasarme la data? ¡Granuja!
-Mañana vengo, nos tomamos un café y te cuento histirias veraces como para que escribas una enciclopedia de éstas.
-Mañana no, que el 10 tengo que entregar el otro local, y SÓLO QUEDAN TRES DÍAS DE LIQUIDACIÓN DE LOCOS EN BABILONIA 2, así que el 11 te espero a tomar ese café.
-El 11 vendré, entonces.
Y abandonó la escena mientras estas palabras rebotaban en las paredes de la librería. Ruega, lector, que se porte bien y que llegue al 11 de diciembre gozando de toda libertad, pues si él no viniera, esta historia no seguiría y si yo no existiera, otro poeta no te la contaría, pues mi amigo Gustavo Escanlar se encuentra ahora departiendo con Julio Inverso y Oscar Wilde rescostados en una nuve rosa y naranja, y el bueno de Daniel Figares que escribió una historia de crímenes y justicia en el Barrio Sur digna de ser contada, no sé en qué anda desde que perdió, momentáneamente, estoy seguro, su espacio radial, y el bueno de Gabriel Pereyra estará ocupado en alguna cosa, él mismito, que fue tan humano, cosa que no olvido, el más humano ante la muerte del Pelado.
Vosotros, los muertos, Pelado, Julio, Gustavo y Oscar, velad por mi informante que no es malo. Sólo es uno a quien la realidad, con saña, acorrala y no encuentra aún la puerta de salida, aunque el Destino le ha regalado un Hada Madrina a modo de esposa ante la cual ha jurado sólo transitar la senda de lo justo y de lo bello; y vosotros, los que disfrutaís de esta suma de hechos curiosos que os ha llevado a estar vivos y libres, rogad por él ¿Vale?