Los electrodomésticos y yo | Jaime Clara

Electrodomésticos

Mea culpa. No me llevo bien con los aparatos del hogar.
Tengo claro que la tecnología llegó al mundo para facilitar las cosas. No dudo que los aparatos del hogar han facilitado las cosas. Inclusive para hombres chambones como yo que se empantanan solo al mirar la cantidad de botones y perillas que tiene un lavarropas “inteligente”. Ni qué hablar del mundo de las aplicaciones que hoy invaden la selva de los teléfonos inteligentes.

En materia de electrodomésticos les confieso que soy de la guardia vieja. Me crié en un hogar donde lo más sofisticado que había era una maquinita para hacer helados (aquellas alargadas, de dos paletas, con el motor en un extremo) y una batidora. Y a ambas las miraba con recelo. Seguramente alguna vez debo haber ayudado a mi madre en la cocina, pero nunca me sentí cómodo conectando a la electricidad un aparato para cocinar.

Cuando llegó el video fue la gran revolución. Aquel viejo VHS tenía tantos botones que lo que hice para no complicarme la vida, era solo apretar “play”, “rec”, “pause”, “rew” y “fwd”. El resto de las funciones, les aseguro, nunca las utilicé. Ni que hablar con el aparato de audio que, tiene mil y una posibilidades de ecualizar los sonidos, pero no me pidan más que pueda escuchar correctamente.

Los electrodomésticos, cuanto más modernos y más funciones tienen, más me intimidan. Y aclaro que no me cierro, que quiero y trato, por ejemplo, de entender los manuales, pero siempre terminan superándome. Literalmente no-los-en-tien-do. Y miren que hago el esfuerzo, pero me taro, me inmovilizo. Tengo muy claro que, prácticamente todos los aparatos y electrodomésticos que me rodean, los subutilizo. Todos tienen muchas posibilidades que me harían la vida mucho más fácil, pero asumo mi torpeza a la hora de aprovecharlos al máximo. O al menos, como corresponde.

Miro el control remoto del televisor, el del decodificador, o el dvd y compruebo que el 80 por ciento de los botones no sé para qué sirven. Sobran teclas que todavía no tienen mi huella dactilar. Seguramente también debo estar desaprovechando la innumerable cantidad de funciones de los programas que están cargados en mi computadora. Ni les cuento del microondas, para calentar y a veces. No hay nada mejor que el fuego de una buena cocina.

Insisto que no me cierro a aprender. Todo lo contrario. Quiero, pero me cuesta mucho, entonces no le pido al aparato más que lo que el aparato me da, aunque tenga muchas potencialidades. Cuando la vida parece que es más fácil, me encuentro con este tipo de escollos que me desesperan un poco.

Si bien los electrodomésticos fueron creados para facilitar la vida y hacerla más confortable, también es cierto que muchas veces, esos mismos artefactos pueden complicarla. No necesariamente tener más aparatos en un hogar asegura una mejor calidad de vida. Mucha gente entra en una fiebre consumista por tener la última multi-super-espacial-3D-procesadora-multifunción-ecológica, «con baño incluido» para terminar exprimiendo tres naranjas por semana. En muchos casos, la compramos porque estaba de oferta, o en el fin de semana sin Iva, pero cuando llegamos a casa, nos dimos cuenta que no lo necesitábamos.

Y por si fuera poco todo esto, ¿han intentando volver a poner en su caja un electrodoméstico tal cual venía cuando lo compramos? Imposible.

 

Pd. Un capítulo aparte merecen los ruidos. Los sonidos ensordecedores de la mayoría de los electrodomésticos que cargan de ira a cualquier humano que pase a su alrededor. Rompen violentamente con la paz de cualquier sepulcro. El hombre llegó a la luna, la ciencia está en avances increíbles en salud, tenemos la más alta tecnología para tantas cosas y ¿no se ha podido encontrar la fórmula para que un secador de pelo, una aspiradora o una batidora no hagan tanto ruido? Como decía Condorino, «exijo una explicación».

 

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