Comer salado, postre y luego otra vez salado | Mariana Lobo

Mariana Lobo

Mariana Lobo (Montevideo, 1970) es actriz y locutora. «Empecé a estudiar teatro medio tarde, porque se me vencía el plazo para entrar a la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) por la edad. Siempre tuve miedo de probar hacer teatro, y ese miedo era que me dijeran: “Andate para tu casa que no se puede hacer nada contigo”. Es por eso que estuve estudiando de todo, haciendo “turismo universitario”, pero pudo más el apuro que el miedo y así fue que un día empecé. Yo sabía de chica que quería ser actriz, pero me tomé mi tiempo y me di cuenta de que si no hacía esto me secaba como una planta.»

Un sabor de infancia
El de la deliciosísima pizza de mi abuela. La masa era robusta y firme y la salsa única, como ella.

Una manía confesable
Que la punta del rollo de papel higiénico siempre quede apuntando hacia la persona y jamás de los jamases hacia la pared. (Aún en baños ajenos, en los cuales me tomo el atrevimiento de cambiarlo sin decir nada a los propietarios).

Un amuleto
Ojalá tuviera alguno.

El último libro que leí
Uno de ciencia ficción: “Wyrms” de Orson Scott Card.

Una película que me marcó
El árbol de la vida, de Terrence Malick.

Algo que evito
Las instancias de socialización donde hay mucha gente. Sobre todo si no sé si hay gente que me quiere.

Si pudiera volver a empezar sería
Dibujante. O cantante. Mujer medicina. Pero también actriz.

Un lugar para vivir
Punta Fría, pasando Piriápolis.

Un lugar para volver
Jericoacoara. Un pequeño paraíso en el nordeste brasileño al que no le supe sacar todo el jugo.

Una materia pendiente
Son dos: aprender a conducir y a nadar.

Un acontecimiento que me cambió la vida
La repentina muerte de mi padre. Me enfrentó a los veintitrés años con el abismo de los abismos del alma.

El escritor definitivo
Hesse. A veces siento que entendió todo.

Algo que jamás usaría
Un abrigo de piel. Por lo demás, una actriz tiene que estar dispuesta a ponerse cualquier cosa.

La última vez que dije «tierra tragame»
Hace dos veranos, cuando al salir muy feliz de un ensayo al caer la tarde, caminaba oronda por Dieciocho de julio y me avisan que la mochila me había enredado hacia arriba la solera, que era cortona. Fue un shock enterarme de que había estado caminando hasta ese instante en bombacha por la principal avenida.

El lugar más feo del mundo
Los sanatorios.

Una rutina placentera
Palo santo, velas, jazz o lounge y una copa de vino.

Algo que evito
La superficialidad.

Una extravagancia gastronómica que frecuento
Comer salado, postre y luego otra vez salado (y alguna vez, postre nuevamente para terminar del todo).

Una canción que aún me conmueve
“Nature boy” cantada por Ella Fitzgerald con Joe Pass en la guitarra.

Un restaurante que nunca falla
“Lo de Jaime” en Balneario Solís.

Algo que cambiaría si pudiera
La distribución de la riqueza mundial. La nefasta forma que hemos encontrado hasta ahora los humanos de organizarnos social y económicamente.

El valor humano que más admiro
La capacidad de dar sin esperar nada a cambio.

Una última palabra
Amor

Foto Andrés Silveira Jasquín – www.asjfotografia.com