A veces, las historias que conocemos no son como las conocemos. Sólo a veces. Entonces pueden cambiar y ser otras historias. Cuando esto pasa hay que tomarlas rápidamente, antes de que vuelvan a su estado original. Así comprendemos mejor por qué son tal como son.
Allí estabas, triste, ojerosa, con un trozo de alma entre las palmas de tus manos, apenas cogida a pellizcos, apenas entre un puñado de suspiros débiles. Allí estabas. Y era como si no estuvieras, como si nunca hubieras estado. Tus rodillas besaban la tierra, y sus besos caían, enterrados en tu pena. Mirabas hacia arriba, donde estaba él.
En sus ojos no había reproches. Detrás de su calma negra, de su filo de oscura tranquilidad, latía la pasión de un amor incontenible, latían los celos de un mar embravecido, latía la duda del ser o no ser, del vivir o morir, latía la magia de una noche de verano, latía la maldad de un asesino, traidor y conspirador, latía el mundo, por cierto. Y a pesar de todo, una oscura calma, sin reproches.
—Dadme otra oportunidad, Señor. Dejad que intente ser feliz, dejad que mi amor extienda sus alas, que encienda las noches, que queme al sol y seque las fuentes del mundo. Dicen que es tan poderoso el amor, que todo lo imposible lo vuelve posible. Os pido que me deis la oportunidad que Cristo dio a Lázaro…
—Pequeña y dulce estrella, ya sabéis cuánto os amo —¿había lucha dentro de él o todo estaba decidido?—. Así que os daré una única oportunidad, para que me demostréis lo equivocado que estaba. Os daré una única oportunidad de ser feliz, de que seáis felices. Tal vez me haya equivocado, después de todo. Pero recuerda que a pesar de todo os amo…
Tus llorosas súplicas se convirtieron en gozosos gemidos. Ahora le tocabas los pies con tus piadosas manos, las lágrimas virginales jugaban y bailaban por tu rostro blanco, y al caer al suelo y chocar con la tierra se escuchaban risas. Él os había concedido otra oportunidad.
Aquella noche, después de cientos de años, fue diferente a las demás. Por primera vez, después de repetir el mismo ritual de dolor y muertes cada noche, condenados al sacrificio eterno, por primera vez, la contienda entre Romeo y Paris se alargó un par de minutos. Cuando Paris cayó muerto, y Romeo se disponía a beber la terrible ponzoña, los gritos de Fray Lorenzo le advirtieron de que Julieta estaba con vida. Y Romeo no bebió, por primera vez en cientos de años, por primera noche, Romeo vivió. Así fue como cambió la historia, por única vez.
Por única vez, Julieta, al despertar, no te encontraste con un manto de espadas ensangrentadas, venenos y cuerpos sin vida. Te abrazaste a tu amado Romeo, mientras os jurabais amor eterno. Pero no había tiempo para que el corazón latiera y la dicha creciera. Romeo acababa de matar al conde Paris, la guardia real llegaría en cualquier momento. Era necesario huir.
Así lo hicisteis, volviendo a Mantua, donde os ocultasteis. Ya no era posible volver a Verona: Romeo no sólo era doblemente asesino, sino que fue acusado de robar el cadáver de Julieta. Montescos y Capuletos montaron en cólera, y sus odios crecieron con la misma velocidad que creció el amor entre Romeo y Julieta. Verona ya no era una ciudad segura. La reconciliación entre las dos familias ya parecía imposible.
Pero Julieta, eras feliz con Romeo, juntos, ocultos en Mantua. Sólo Fray Lorenzo conocía vuestro paradero, y nunca se lo revelaría a nadie. Preferisteis olvidar Verona, y aunque vivíais en una humilde casa en Mantua, hicisteis de vuestros labios un auténtico hogar eterno. Os solazabais mutuamente con las más dulces palabras. Por fin, habíais roto la trágica cadena en que se habían convertido vuestras vidas.
Sin embargo, no sólo del amor se vive. Entonces fue cuando empezasteis a pasar penalidades económicas. Y para poder manteneros, Romeo tuvo que montar un pequeño comercio. No daba mucho dinero, pero vosotros seguíais siendo felices: sólo necesitabais lo justo para vivir, y para ser felices con vuestro amor sobraba.
Al cabo de unos años, Dios quiso obsequiar vuestro amor con dos hijos y una hija. Erais tan felices… aunque el dinero del comercio no era suficiente para mantenerlos a todos. Y tu amado Romeo tuvo que salir a trabajar por las noches. Ahora os veíais mucho menos. Romeo llegaba cansado de trabajar, y su lengua venía cansada también para dedicarte algunas dulces palabras. Ya no todo podía ser amor. Teníais obligaciones, las vidas de tres niños en vuestras manos.
Durante años el carácter de Romeo fue cambiando, tan poco a poco, que cuando te quisiste dar cuenta, Julieta, hacía años que no escuchabas una sola palabra de amor. Romeo ya no era más el peregrino perdido que se arrepentía en tus labios con besos santos, ya no era más la rosa de nombre Montesco, ni el rayo en mitad de la noche. Antes hubierais estado toda la noche despidiéndoos, hasta el amanecer, y ahora que amanecíais juntos, ya no había despedidas. El rubor de tus mejillas se fue apagando lentamente, y te sumiste en una profunda melancolía. Antes habías jurado que no podías contar el caudal de tu tesoro, y ahora jurarías que no hay tal tesoro. Después de todo, entonces no tenías más que catorce años, y ahora eras una fruta madura.
Poco a poco te fuiste sumiendo en una noche sin luna ni estrellas. Te pasabas el día cuidando de tus hijos, entre sollozos y llantos silenciosos; y cuando Romeo llegaba al hogar, no tenía para ti más que el casto beso de una virgen y unas pocas palabras que te pedían la cena. ¿Cómo hablar con él, pobre Julieta?, ¿cómo decirle lo que sientes sin ofenderlo?, ¿cómo decirle que ya no le amas porque él no te ama? Pero eran otros tiempos, y las damas debían permanecer junto a sus esposos, a pesar de todo.
Así que tuviste que aguantar. A pesar de que en la iglesia, único lugar que pisabas fuera del hogar, llegaban rumores hasta tus oídos de que Romeo era un borracho conocido en todas las tabernas y tugurios de Mantua. A pesar de que decían que se entendía con una dama llamada Rosalía, a la que él había amado ardientemente años atrás, y cuya pasión había vuelto a despertar. Tal vez fuera ese el motivo de la frialdad de su comportamiento.
Ahora estabas pálida en casa, mientras tu bebé lloraba, y otro de tus hijos te pedía que le calentaras leche. Tú también llorabas, en silencio, como lo hacías todo. Callándote la amargura de años, el desengaño de un alma partida a trozos desiguales. Y te lamentabas por lo que había pasado aquella noche, pobre Julieta, deseando que Romeo hubiera apurado el veneno antes de que Fray Lorenzo llegara, como solía suceder de costumbre. O tal vez que Paris lo hubiera matado. Cualquier excusa para morir de dolor al despertar, y poder darle fin a tu vida. Para que vuestro amor hubiera vivido.
Ahora empiezas a comprender, después de tantos años. Rezas porque todo vuelva a ser como antes, y las plegarias que salen de tus labios consumidos se pierden en el llanto de tus hijos. Ya nadie te quiere. Estás sola. Compréndelo, Julieta, sola. Nadie te desea, te ama, ni te necesita. Cuanto antes lo asumas, antes podrás comprender todo lo que has perdido, y el trágico final que le espera a tu vida. ¿Haber muerto aquella noche una tragedia? Ahora piensas que es la mayor de las felicidades, que la triste historia de Romeo y Julieta, tal y como todos la conocen, no es tan triste después de todo, porque es la historia de un amor eterno, de un amor completo. Ahora sí que es triste y trágica tu historia.
Lloras y rezas, pidiéndole a Dios, o a Shakespeare, haber muerto aquella noche. Te arrepientes de haberle pedido una oportunidad. Después de todo, ahora empiezas a comprender. Shakespeare te dijo que te amaba, que quería lo mejor para ti, y era cierto. Ahora sabías la verdad: no fue el odio de dos familias, no fue la lucha entre Montescos y Capuletos lo que mató a Romeo y Julieta; ellos murieron para que su amor viviera. Ese es el sacrificio que exige el amor eterno. Shakespeare también lo supo, y por eso vuestra historia tenía ese final.
—No llores más, pequeña y dulce estrella —la voz era suave y profunda—. Ya sabéis cuánto os amo. Os he dado una única oportunidad, pero no voy a dejar que os consumáis en la tristeza. Es momento de volver a la noche eterna, en que ambos morís y perpetuáis vuestro amor en la memoria de todos los ardientes enamorados adolescentes. Es momento de crear el mito y la magia. La vida real es muy dura para vosotros, dejad que haga mi magia y volváis a la noche eterna.
Sus lágrimas, a pesar de la melancolía, seguían siendo piadosas y llenas de agradecimiento.
Aquella noche, Romeo bebió la ponzoña antes de que Fray Lorenzo llegara. Al despertar, te encontraste con un manto de espadas ensangrentadas, venenos y cadáveres. Lloraste amargamente sobre el cuerpo de Romeo. ¡Oh, cuánto lo querías!, ¡oh, qué felices podríais haber llegado a ser juntos! Pero la muerte cruel te lo arrancaba de entre los brazos. Besaste el poso de sus labios, apurando la última gota de veneno, y después clavaste la daga en tu pecho, para que tu corazón dejara de latir por Romeo.
Habías olvidado el milagro. Y ahora, una noche más, estabais muerto, y vuestro amor vivo para la eternidad.
Ya habías olvidado que así es como debía y debe ser; que ese es el precio que hay que pagar por llamarse Píramo y Tisbe, Romeo y Julieta, o Humphrey Bogart e Ingrid Bergman.