Terminó noviembre. El fin del undécimo mes del año se traduce en ansiedad, peleas familiares (¿por qué es siempre en la casa de ella?) y amagues de ahorro que nunca concluyen como habíamos planeado. Encima están los perros y la correspondiente visita al veterinario (no sea que otra vez nos olvidemos de las “gotitas para los fuegos artificiales”), las 58 despedidas en la oficina, en el club, en el colegio… En fin, a este ritmo, para el 15 de diciembre habremos subido unos tres kilos y a todo este ajetreo habrá que sumarle la frustración de que no nos cierra el jean – o, de cerrar, “salta todo” para los costados, al mejor estilo muffin antropomorfo.
Empiezan las despedidas y uno va y alza la copa: por la vida, por la salud, por el amor y la prosperidad. Uno va y baila y come las doce uvas, rompe el almanaque y pasea las maletas. Uno hasta se compra ropa interior rosa o blanca o como sea que hagan los brasileños, que ellos sí saben estar de fiesta. Uno, sobre todo, actúa como si navidad realmente nos acercara a los nuestros, como si el año nuevo fuese, de hecho, el comienzo de algo ajeno a locos caprichos gregorianos. Nada de eso sucede.
Ya no solo no invitamos al tío Pedro, ni siquiera lo llamamos. ¿Por qué? Porque hace diez años nos miró con mala cara en el cumpleaños de quince de Marianita – que ¿viste cómo está la gurisa? Igualita al padre de asquerosa. Y lo mismo se extiende a la oficina y al gimnasio. Todos son tóxicos, menos uno – ¡claro!
Y seguimos como hámster en la rueda, exigiendo al mundo que haga un giro de 180°, sin tener la menor intención de cuestionar nuestras motivaciones, nuestros defectos y manías, nuestra arrogancia y maniqueísmo – ni de llamar al tío Pedro tampoco.
Lector, ésta no es una columna feel good. Los párrafos a continuación se alinean con la escuela del do good, con la sana academia del be better.
El mundo es cada vez más próspero. La cantidad de personas en situación de pobreza extrema está en bajos históricos, y esta tendencia – afortunadamente – continúa. No obstante, este “enriquecimiento” ha derivado en un consumo irresponsable. Abusamos del plástico, creando, en nuestra terquedad e ignorancia, una de las mayores catástrofes ambientales de todos los tiempos. Desperdiciamos comida – todos hemos observado esas “colas del fin del mundo” en supermercados los 23 de diciembre – y tiramos a la basura alimentos en perfectas condiciones de ser consumidos.
Cambiar al mundo (esa utopía quijotesca que desvela a los buenos corazones del planeta) comienza en casa, en los fueros más íntimos – como todo, ¿o no? Aquí, siete tips para ser un agente de cambio sin perder calidad de vida – ni dinero- en el intento:
- Bye, bye, plastic bags. Si viene en una bandeja plástica descartable, no lo compre. Lleve siempre consigo una chismosa (o tote bag, si usted, como yo, es millennial y solo la conoce por ese nombre). Envuelva sus regalos en papeles en tonalidades mate o kaki, que no solo dan un toque vintage a sus obsequios sino que además son fácilmente reciclables.
- Recicle. Cartón con cartón (y papel) y vidrios al contenedor especial.
- Evite el uso de cubiertos, platos y vasos plásticos. Si no lo hace por el medio ambiente, hágalo en nombre del buen gusto.
- Considere la posibilidad de tener su propio capsule wardrobe. El concepto de capsule wardrobe nace en la década de 1970 en Londres y consiste en poseer únicamente prendas que combinen con el resto su guardarropas, prefiriendo calidad sobre cantidad. La idea, de profundas raíces minimalistas, nos invita a deshacernos de eso que nunca utilizaremos – y que quizás nunca hayamos utilizado – priorizando una gama de colores fija y prendas básicas.
- Done. La ropa que no use, los juguetes de sus hijos, alimentos no perecederos, libros, sangre: todo tiene un destinatario anhelante.
- Calcule el consumo de los comensales durante las fiestas – y que la costumbre quede. Entrada, plato principal y postre. No, esas picadas interminables que comienzan a las 16:00 son absolutamente innecesarias; sobre todo si se basan en harinas, grasas, aceite de palma y cantidades industriales de sal. Recuerde: si está en el hemisferio sur, coma consecuentemente. La herencia gastronómica de “navidad en invierno” es lo opuesto a lo que su sistema digestivo desea y necesita. Beneficie los frutos de mar, las frutas y verduras de estación y las tortas heladas. Si usted está ya satisfecho, no repita. El mundo no terminará el 26 de diciembre.
- Llame a su versión del tío Pedro. El orgullo no es buen consejero. Recuerde que la bondad y la maldad son cualidades exageradas. Las personas hacemos lo que podemos con las herramientas emocionales que tenemos. No olvide que, después de todo, perdonar a terceros es la forma más sincera y eficiente de perdonarse a sí mismo.
Diciembre es el mes de las evaluaciones, ajustes y aspiraciones. Resulta tentador caer en los brazos de la nostalgia, la ansiedad o el pesimismo. Muy a menudo, las fiestas no se celebran, apenas se sobreviven; y, en demasiadas ocasiones, de felices no tienen nada. Haga algo significativo por el otro. Sus hijos merecen buenos regalos, pero también buenos recuerdos y un planeta medianamente habitable. Enseñe y transmita amor y esperanza. Y muy por sobre todas las cosas, que la magia no se acabe el 2 de enero.
À la prochaine!