El hombre, como todos los días, regresaba, pensando, ensimismado. Así, además, el viaje a su casa le parecía más corto. Era otro atardecer en la noria cotidiana, gris y repetida. Repetida. De la casa al trabajo y a la casa. El mismo ómnibus. Los mismos pasajeros. La misma mujer, Mabel- desde hace ya cuarenta años- los hijos…bueno, éstos sí que cambian todos los días…Pero no sé si para bien…La nena ya tiene novio, quién iba a decir, tan chiquita que era…Parece bien el muchacho, pobre…Va a tener que aguantarle el carácter, porque salió igual a la madre. A la madre, ahora; porque antes, Mabel era muy distinta… El menor me salió medio artista y anda con esos peludos anarcos de Bellas Artes. Del más grande, y del otro, el del medio, mejor ni pensar ahora… ya que no quiero que se me escape la imagen de la Mabel de ayer… Era tan linda antes de engordar- por fuera y por dentro-. Me sonreía y su carita parecía que se iluminaba… Casi siempre, como en la foto, un mechón negro y rebelde le caía sobre la frente. Cuando los gurises aún eran chicos, nos íbamos todos juntos- en excursión, decía ella- a pasar el día a la playa Ramírez. Una vez era carnaval y al cruzar por 18, recuerdo que aún colgaban las ornamentaciones con las bombitas de colores de la UTE. Los chiquilines se bañaban- comíamos pascualinas o milanesas hechas por Mabel- jugaban en la arena y volvían mil veces al agua…Era una fiesta…De regreso, cruzábamos al Parque Rodó y los llevaba a dar unas vueltas en la calesita. Cuando eran más grandecitos, a los autitos chocadores…- Donde debe haber aprendido a manejar este chofer. Acelera y frena. Frena y acelera…Nunca me olvidaré de las caritas de los gurises sonriéndome… Hoy creo que, por entonces, éramos felices sin saberlo. Pero ahora todo es distinto… Apenas los veo. Apenas me hablan. Hola viejo y chau. A Mabel le quedaba tan bien aquella blusita celeste, medio transparente… Hago fuerza mental para no perder esa imagen… Por eso deseo que la vieja de al lado no me interrumpa con sus amagues. Que se baja. Que no se baja…La foto se la saqué a Mabel con la Kodak de cajón, que le compré a Garmendia, el bagayero – o reducidor- de la oficina, para envidia del flaco López y de la Fernández, aquel putón mayúsculo, que era la amante del jefe y andaba siempre teñida de amarillo…Una vez, de noche, bajamos a la playita del gas y nos besamos bajo una luna llena, enorme y azul…Luego caminamos, de la mano por la Rambla… Ella, sonreía con su mechón al viento, mientras mi corbata de oficinista flameaba y yo me la agarraba como para no volar.. Pero, dele doña… ¿ Se baja o no se baja? Qué pesada esta vieja…Bueno, al fin, se baja…Creo que ya estamos estamos en el barrio… Es la esquina del puesto…¿Será? No veo bien. Está oscureciendo y ni luces hay. Se las roban… Le hago señas al guarda. -La que viene…Menos mal que ya no se le chista como antes. Nunca me salió un chistido como la gente…La vieja dejó flotando un perfume dulzón, como el que una vez le regalamos, con los hijos, a Mabel para su cumpleaños. Era un 19 de diciembre y Montevideo olía a jazmines…
Ahora todo es distinto. El barrio, gris y oscuro, hiede a una mezcla de humo con la basura del contenedor, desparramada por los flacos de los carritos. Y, en la esquina, a las meadas de los pichis- duros de pasta base- que duermen en la galería. Hoy el mundo aparece, ante mis ojos, como una difusa, desdibujada visión de miope… Serán los años, digo, que hasta la calle parece otra. Sus veredas, sus muros descascarados, sus árboles sombríos. Hasta la casa, comprada con tanta ilusión como sacrificio…Al fin llego. Abro la puerta que, como todos los días, traspaso lentamente, cansado, muy cansado. Me pongo el saco al hombro, me aflojo la corbata… Entonces los veo. Están allí, en el living y, como siempre, sentados frente al televisor, con el volumen a todo lo que dá. Me miran. Sus pálidas y azuladas caras son muy distintas a las que les recuerdo de niños… Hasta Mabel parece otra, más vieja que ayer. Lo que mantiene igual es su mirada. Fría, dura y brillosa, como la de los ojos de vidrio de los taxidermistas. Aquellos, mis muchachitos de ayer, hoy ya son hombres grandes y parecen otros…Tanto, que hasta me miran como a un extraño. Y, es precisamente así como me siento. Un extranjero en mi propia ciudad, en mi propia casa. De pronto, el mayor -¿ o es el del medio?- me pregunta, a los gritos, quién soy… Y yo, sorprendido, también a los gritos – como les debí haber hablado hace ya mucho tiempo atrás- por sobre el altísimo volumen de la televisión, le respondo que no sé… Y, además, les digo – también a los gritos- que yo tampoco sé quiénes son ellos…Lo que, a esta altura, lamentablemente ya no me importa…Entonces, el del medio- ¿o es el mayor?- justo cuando me dirijo al dormitorio, para tirarme en la cama, así, vestido, como todos los días, a fumar un cigarro, reacciona y, agresivamente avanza sobre mí y me toma violentamente de la camisa, de la corbata. Al verlo tan cerquita- ya frente a frente- y mirar su rostro, que, del verdoso pálido de la televisión se va enrojeciendo por la ira, dudo… Y pienso, en una sucesión vertiginosa de flashes: – Si el puesto no queda en esa esquina, entonces no es la parada…Y todo por la maldita costumbre de viajar, ensimismado, buscando paraísos perdidos… Pero también por culpa de esa vieja de mierda…Que me bajo…que no me bajo… Qué voy a decir, ahora, cuando el del medio- ¿o es el mayor? – me sacude hasta el alma con una potente trompada y la sangre me va inundando la nariz, la boca y la garganta con ese viejo y casi olvidado sabor tibio, de infancia de barrio…Cuando los cristales de los lentes se rompen en mi rostro como una astillada luna en el agua de la playita del gas… Justo ahora, cuando la sonrisa de Mabel- su madre- aquella hermosa muchachita de la blusita celeste, vuelve, volando como una mariposa, a posarse en la foto en blanco y negro de la cámara Kodak…