El marcapáginas es un objeto con el que estará familiarizado cualquier lector. Para saber qué página del libro estamos leyendo y volver a ella con facilidad casi cualquier cosa es válida, desde un pósit o el ticket de compra hasta un trozo de papel roto o uno de esos bonitos marcadores con publicidad que te dan en las librerías. Otros materiales, además del papel, se han utilizado como marcapáginas a lo largo de la historia: metales como la plata o el bronce, seda, madera o cuerda. Cualquier objeto es válido siempre y cuando no se estropee el libro.
El origen de los marcapáginas está íntimamente ligado con el del libro. Si bien es cierto que podemos encontrar marcadores en épocas antiguas ‒y es que no era fácil localizar un fragmento en rollos de papiro de unos cuarenta metros de longitud‒, es en la Edad Media cuando aparecen los marcapáginas con la forma que tienen hoy en día. Como los primeros libros impresos eran bastante raros y valiosos, se tenía la conciencia de que era necesario algo para marcar sus páginas sin el peligro de causarles daño. Desde el siglo XV se utilizan ya en muchos monasterios para salvaguarda los incunables. Fabricados con vitela, como en la actualidad se utilizan distintas formas, desde una simple hebra o una pinza a un sofisticado marcador circular que además de señalar la página indicaba la columna y la línea.
Una de las primeras referencias históricas al uso de macapáginas fue en 1584, cuando el impresor de la reina Isabel I, Christopher Barker, en gratitud por el privilegio de impresión que le había concedido, la regaló a la reina una Biblia con un marcapáginas de seda terminado en una borla de flecos dorada dentro.
Algunos Stevengraphs
De hecho, entre los siglos XVIII y XIX los marcapáginas más comunes eran estrechas cintas de seda bordada hechas a mano, atadas a la parte superior del lomo del libro y extendidas hacia abajo, sobresaliendo por el borde inferior de la página. Los primeros marcadores desmontables no comenzaron a aparecer hasta la década de 1850, en plena época victoriana, y en un primer momento estaban hechos de seda o de telas bordadas. El papel ‒y otros materiales‒ no se empezó a utilizar hasta la década de 1880.
En esa misma época empiezan a aparecer los primeros marcapáginas conmemorativos y publicitarios ‒anunciando jabón, corsés, medicinas o marcas de alimento‒, que, ya desvinculados del libro, se convierten en objetos de colección. Los marcapáginas más populares a partir de la década de 1860 fueron los de Steven Thomas, un tejedor de seda inglés, que los fabricaba personalizándolos para todo tipo de ocasiones y celebraciones y que los bautizó con el nombre de Stevengraphs. Teniendo en cuenta que la mayoría de esos marcapáginas estaban destinados a lucir en Biblias y libros de oraciones los Stevengraphs lucían a menudo frases tremendamente edulcoradas.
Antiguos marcapáginas con publicidad
Cuando la producción de marcapáginas de seda disminuye y empiezan a extenderse los de papel, las editoriales, compañías de seguros y otras empresas comenzaron a utilizarlos regalándolos a los lectores para hacer publicidad de sus servicios. A partir de ese momento, y a lo largo del siglo XX, los marcapáginas se han utilizado para todo tipo de cometidos: para promocionar empresas sin ánimo de lucro, para poner en marcha campañas de concienciación, para adoctrinar y promover determinados valores ‒por ejemplo, el patriotismo durante la Primera Guerra Mundial‒ o, simplemente, para difundir una información determinada. Y, sobre todo a partir de 1960, como medio de expresión para artistas e ilustradores. Incluso se ha llegado ya, a principios del siglo XXI, al marcapáginas digital, que sabe cuándo abandonas la lectura de un libro y te manda un tuit para aconsejarte que lo retomes.
Eso sí, independientemente de los materiales con que se fabriquen o de la forma que tengan, los marcapáginas siempre serán un elemento fundamental para cualquier lector. O, por lo menos, para aquellos que sabemos que no es sano marcar las páginas doblándoles las esquinas.
Alejandro Gamero (Sevilla, 1982) es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla. Desde 2006 ejerce como profesor de Lengua Castellana y Literatura. Ha participado en varios proyectos de innovación pedagógica. A partir de 2004 redacta La piedra de Sísifo,un blog de divulgación de contenidos literarios y culturales. Ha impartido varios cursos de escritura creativa online. Además ha ejercido de corrector de estilo en editoriales Este artículo fue cedido especialmente a www.delicatessen.uy por su autor, publicado originalmente en el blog La piedra de Sísifo