Las segundas oportunidades | El Gourmet enmascarado

Después de algún tiempo de estar alejado de los sitios que solía frecuentar, regreso por los caminos de la patria gastronómica. Motivos de salud me llevaron a hacer una pausa en el circuito. Pero ya estoy de nuevo por aquí, dispuesto a que esa patria gastronómica me sorprenda y, sobre todo, me agrade. Sin embargo, nada nuevo bajo el sol. Los directores de Delicatessen.uy o Ud. estimado lector, podrá decirme que a este corresponsal no le gusta nada. Y puede ser que tenga razón. Uruguay se sobrestima. O dicho de otro modo, la autoestima nacional es tan alta, que le impide ser autocrítico y ver muchos de los errores con los que convive. Casi se puede decir que duerme con el enemigo.

Quise empezar de cero y pensar qué me hace elegir tal o cual restaurante. Hay muchas variables a tener en cuenta: la comida, la atención, el ambiente y los precios. Lo ideal es que estos cuatro items estén en perfecto equilibrio. Sin embargo, no siempre es así. Entonces, el comensal debe ponderar antes de enfrentarse a una nueva experiencia gastronómica.

Salvo que un restaurante esté asociado al nombre de un chef y su propuesta sea casi que de autor, seguramente ese cocinero se preocupará especialmente que los platos tengan su sello, su control de calidad. O sea que no habría mayores inconveniente. Si la responsabilidad se diluye en «la cocina» y no hay responsables, a veces el paladar compatriota es poco exigente y pueden servir platos que dejen mucho que desear, y sin embargo, el comensal no se quejará. La mala comida es un elemento clave para no volver a un lugar.

Sobre los precios, aquí comienzan los entuertos. Hay un concepto muy repetido, pero no por eso menos claro y contundente: relación calidad precio. No está mal pagar, si lo que se paga es justo con lo que se ofrece. Hay un punto crítico, del que el co director de este portal se queja en sus programas radiales, todo el tiempo y es el precio de los vinos. Por mejor servicio y ambientación que haya, un restaurante no puede cobrar tres o cuatro veces más el precio de un vino, si se lo compara con lo que cuesta en un supermercado o almacén. Éste es un factor fundamental, en mi caso para no volver. Y no hay segundas oportunidades.

Fuimos con mi padre, a celebrar su día a un restaurante muy reputado en la zona de Pocitos y me tocó en mala suerte, un almibarado mozo que por ser amable, se pasó para el otro lado. Su artificial cortesía se transformó, por momentos, en acoso, con comentarios que excedían su tarea, con preguntas personales, fuera de lugar. El otro extremo es igualmente fastidioso. Me refiero a la indiferencia o directamente al maltrato. Pero la indiferencia del servicio de un restaurante, puede estar provocada porque tiene muchos comensales que atender o, como pasa muy seguido, no están atentos a las mesas y pasan más tiempo conversando o revisando celulares, que concentrados en su trabajo. En ambos extremos, y asumiendo que hoy, un mozo está o mañana no está, la mala atención, por empalagosa o por omisión, es motivo para no volver a un lugar.

¿Es posible que haya lugares donde una mesa no esté limpia, los vasos sucios y el baño no esté en condiciones? El ambiente en el que uno elige para comer, por el cual paga para estar, debe estar en condiciones. Es lo mínimo que le podemos pedir. Y no solo de pulcritud estoy hablando. Las mesas deben estar a una distancia prudencial, debe haber una disposición a hacer sentir cómodo al comensal, en el caso de haber música debe estar a un volumen razonable, entre otros aspectos. Un lugar en el que no nos sintamos cómodos, no es un lugar para estar, por ende, para no volver.

Insisto con el punto anotado al comienzo. No pretende ser ésta una mirada negativa, sino ser exigentes con un mínimo standar de calidad por el servicio que pagamos. Quien brinda un servicio debe ser consciente que si pierde un cliente, es más seguro que lo pierde definitivamente. Y lo que es peor, será la mayor publicidad negativa, al compartir su experiencia negativa. Si antes esto era grave, ahora con las rede sociales, se potencia y es mucho peor.

En la vida, en el trabajo, en el amor, puede haber espacio para una nueva oportunidad. ¿Por qué no? Sin embargo, la oferta gastronómica es colosal y la competencia es enorme, por lo que se puede elegir libremente. Por lo tanto, en mi caso, no hay lugar para segundas oportunidades. Puede sonar algo intolerante y lo es. Por lo menos, así lo veo yo. (Guillermo Nimo dixit).