La niña que danza | Mariana Sosa Azapian
Era muy injusta su pasantía eterna, sirviendo como algo útil, cuando en realidad, ella era una artista enjaulada. Terminaba el helado de duraznos y la miraba, con felicidad y amargura a la vez. Ella representaba todo lo bueno y malo de ese, mi mundo de entonces: la vida en familia, las cenas compartidas, los aromas de la cocina de mi abuela, mezcla de especias y verano, aderezadas con el arte permanente del quehacer culinario de mis ancestros.