Aromas de otros tiempos… | Sylvana Cabrera

El Gato Negro, era sin dudas un referente de la ciudad porteña cuando se trataba de encontrar aquellas especias o sabores poco usuales por estos lares. Hace algunos días estando en Buenos Aires, quise hacer una nueva visita a uno de los que supo ser uno de los reductos que me enamoraron de esta profesión.

Hace más de cuatro décadas y en compañía de mi madre, caminábamos por la calle Corrientes -que no es sin dudas ni la sombra de lo que fue-, y el aroma a las especias que salía del Gato Negro eran una verdadera tentación. En esta amplia avenida a la altura del 1669, ya en esa época había un local que no solo me llamaba la atención por su nombre “El Gato Negro”, sino por la intensidad de los aromas que emergían de su interior.

La mezcla de especias de múltiples orígenes combinadas con el olor a granos de café recién molidos y de las medialunas de manteca calentitas, eran un imán para mi.

Desde hacía muchos años que no lo visitaba, pero en esa suerte de periplos gastronómicos que me propongo con mis hijos, me llevaron nuevamente al Gato Negro.

Su fachada sigue teniendo una estampa parisina, su vidriera tan tentadora como siempre y su interior, perdido en el tiempo al igual que sus mozos vestidos a la vieja usanza. Entrar fue como meternos en el túnel del tiempo, una sensación extraña de que el reloj se ha detenido.

Para mi sorpresa, desde el 2016 se llama Don Victoriano y fue declarado Café Notable y Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. Mantiene su decoración original y las actividades musicales en el primer piso (eventos de jazz y tango).

Su nuevo nombre es en homenaje al español Victoriano López Robredo, casado con una argentina y que en 1927 abrió un negocio de especias al que llamó La Martinica, en la entonces angosta calle Corrientes.

Hay que recordar que por aquellos tiempos las especias jugaban un papel muy importante en la cocina, incluso más que hoy, debido a la conservación de los alimentos, lo que le permitió al flamante matrimonio mudarse a unos pasos a un local más amplio.

Don Victoriano que había vivido a lo largo de cuarenta años en Filipinas, Ceylán y Singapur, como empleado de una empresa británica que por esas cosas de la vida se enamoró de una bella argentina, terminando así en Buenos Aires.

Actualmente su nieto Jorge Crespo, lleva adelante el negocio familiar, que por cierto no es fácil, debido a la permanente instalación de reductos gourmet que no solo ofrecen una amplia variedad de especias y otras delicatessen. Aún se mantienen las arañas holandesas de bronce, las sillas Thonet que han albergado las principales figuras del ámbito artístico y literario de la sociedad porteña.

La carta incluye una variedad de tapas, cinco platos principales (cada uno en homenaje a una de las cocinas del mundo), dos suculentas tablas, cuatro ensaladas y 14 sándwiches, del que recomiendo el de Bondiola Serrana con lascas de parmesano, un toque de aceite de oliva y tomates secos. En cuanto a la oferta de postres, se incluyen algunas versiones de bocados dulces porteños y otros de la cocina internacional.

La oferta de tés, infusiones, tisanas, cafés y especias, es muy variada y hay para todos los gustos. El Gato Negro incluye cócteles con y sin alcohol, de los cuales algunos tienen entre sus ingredientes toques mágicos de combinaciones que surgen de la mezcla de especias y hierbas.

Los precios son razonables, la atención muy orientada a satisfacer a los turistas y poco personalizada. Se aceptan todas las tarjetas y el horario es de 09:00 a 22:00 horas aproximadamente, menos el domingo que abre de 15:00 a 22:00 horas.

Más allá de algunos errores evidentes, es un lugar que recomiendo visitar para comprar especias, cafés, tés o infusiones de distintos orígenes o simplemente tomar un café en uno de los lugares que es testigo de la más entrañable historia porteña.

El Gato Negro
Av. Corrientes 1669 entre Montevideo y Rodríguez Peña
Buenos Aires Argentina