El tiempo obra de infinitas maneras sobre nosotros, los simples mortales. Nos engrandece (que no es sinónimo de “envejecer”, aunque también aplica), nos premia (a veces, hasta por nuestros pecados) o nos maldice. Serge Gainsbourg, el poeta maldito y provocador de la música francesa, no es la excepción.
¿Qué se es cuando se es un genio? ¿Qué se es cuando se es cantautor, escritor, pianista, guionista, cineasta y actor? Gainsbourg, artista predilecto de la élite intelectual francesa (y muy particularmente parisina) de las décadas de 1960 y 1970, había comprendido que no se era realmente nada. Quizás sea por eso que se ofreció de cuerpo y alma a las volutas del exceso: la nicotina y el alcohol lo arrastraron, no sin antes humillarlo, a un lugar desde el cual ya no podría escandalizar a sus contemporáneos.
Gainsbourg, hijo de inmigrantes judíos rusos, no tuvo una infancia típica. Durante el régimen de Vichy, se vio obligado a usar la identificativa estrella amarilla. Al respecto, bromearía más tarde “yo nací bajo una buena estrella… amarilla”. La familia logró escapar con documentos falsos a Limoges, zona “libre” al suroeste de París, y tanto Serge como su hermana gemela fueron internados en un colegio jesuita, a efectos de huir de sí mismos – como si tal cosa fuese posible. Una noche en la que la Gestapo verificaba que la institución no albergase estudiantes judíos, el personal le ordena esconderse en el bosque, donde pasaría solo toda la noche.
No obstante, su origen era la menor de las penas de Serge. Su pesar mayor, ese con el que cargaría toda su vida, era ser feo. Este complejo se arraigaría en su psique, y ninguna de sus parejas sería capaz de despojarlo de la imagen que tenía de sí mismo. Vale acotar aquí que “ninguna de sus mujeres” incluye a su amante y musa preferida Brigitte Bardot, por entonces la femme la plus belle du monde.
Como el objetivo de estas líneas no es relatar con minucioso detalle la vida de Gainsbourg, sino reivindicar su esencia de genio detrás del gros cochon (gran cerdo, apodo que le fuera dado por la recientemente desaparecida France Gall, en un episodio al que volveré más tarde) osaré no reparar en cada episodio de los 62 años en los que Gainsbourg sacudió Europa con una transgresión tras otra. La búsqueda de Gainsbourg no debe ser un repaso de sus escándalos, sino un homenaje al derrape de su poesía e intencionalidad.
¿Cómo nació Je t’aime… moi non plus, el en sana justicia llamado “himno de París”? Cuenta la leyenda que Gainsbourg atrapaba un cigarro entre sus labios, y, camisa abierta, recorría con sus dedos un piano que sostenía a una Bardot desnuda en su cola. Es probable que la anécdota esté al menos exagerada, pero lo cierto es que en el París de 1967 ninguna discográfica se atrevió a publicar una canción plagada de gemidos y obvias referencias sexuales.
La versión original, interpretada por Gainsbourg y Bardot, la sirena de Saint-Tropez, vería la luz recién en 1986. ¿El motivo? Bardot estaba casada y prohibió terminantemente la difusión de la que se convertiría en la canción en francés más famosa de la historia.
La Je t’aime… moi non plus que trascendió en 1969 contó con la participación de la actriz franco-británica Jane Birkin, con quien Serge tendría una hija, la también actriz y cantante Charlotte Gainsbourg.
Incluso dedicado a la música, Gainsbourg no siempre había querido cantar. Había compuesto canciones para muchas cantantes (sí, en su mayoría mujeres) y una de sus composiciones, Poupée de cire, poupée de son, interpretada por una France Gall de 17 años, había sido galardonada en Eurovisión. Se la considera, hasta el día de hoy, la mejor pieza musical del célebre concurso de canto europeo.
Gainsbourg hizo varias contribuciones en tanto autor en los comienzos de la trayectoria artística de Gall, todas ellas notables. Sin embargo, no necesariamente la ayudó. Les Sucettes (“Los chupa-chupas”) haría sonrojar a media Europa y la carrera de Gall se congelaría por casi una década. Fue después de un recital en Japón que unos fans le harían entender a una muy inocente France Gall que la canción hablaba abiertamente de sexo oral.
“Yo nunca supe de qué se trataba la canción” – afirmaría Gall. “No me enojé solamente con Serge; me enojé con todos los adultos que me rodeaban, con mi padre, que era mi representante, porque me dejó cantarla. ¡Oh, Serge, ese gran cerdo!” explicaría Gall décadas después entre risas.
Gall no era la primera persona en tratar a Gainsbourg de cerdo. Lemon Incest es una canción que Serge grabó en dúo con su hija Charlotte cuando ésta tenía 12 años. No se necesita ser un campeón del albur para ver la picardía (o indecencia, si se fuese más conservador) detrás de la misma.
Gainsbourg pasó a la historia como uno de los músicos más talentosos del siglo XX, pudores aparte. Y, como hoy Gainsbourg no podría existir (el poeta maldito es también el artista imposible), es necesario buscarlo, encontrarlo y reivindicar su música que, al final de cuentas, es lo único que importa de este fumador compulsivo devenido en obsesión francesa.
Para ello, tendré el tupé de recomendar sus 10 obras imprescindibles – más allá de Je t’aime… moi non plus:
L’eau à la bouche
La Javanaise
Initials BB
Comic Strip
Bonnie and Clyde
Je suis venu te dire que je m’en vais
La décadanse
Valse de Melody
Lemon Incest
Aux Armes Et Caetera
Bonus – de puro cariño y dado el vínculo: SS in Uruguay.
“La laideur est supérieure à la beauté en ceci qu’elle dure”.
(La fealdad es superior a la belleza porque dura)
Oh, Serge, tu es un tueur!
Priscila Guinovart (Rocha, 1982) Delicatessen.uy la puso en el aprieto de que escribiera alguna líneas sobre ella. «A los 8 años gané un concurso de literatura escolar por un poema. A los 14, uno liceal interdepartamental por un cuento corto. A los 19 empecé a escribir en Voces, discrepancias aparte, Alfredo García es uno de los tipos más grandes que he conocido y le debo muchísimo. Paralelamente, cursaba Periodismo y Locución aunque nunca culminé mis estudios (me incliné por la docencia del Inglés). Trabajé en radio en Punta del Este, donde viví de los 17 a los 22. En 2014 publiqué La cabeza de dios, escrito en Londres y en Santiago de Chile, ciudades en las que viví. Me radiqué luego en un pueblo a 50 kilómetros de Múnich y actualmente vivo en París. Desde 2014, soy columnista de Panam Post. Este año edité Memorias con olor a mar, de Luciana Núñez Borchi. No soy fanática de nada, con una sola excepción: Jorge Luis Borges. Creo firmemente que las pasas de uva son un invento del diablo. Hablo inglés, francés y alemán. ¡Qué se yo! Resumilo en docente, escritora y editora.»