Si nos ponemos a pensar en nuestros antepasados, si repasamos nuestros apellidos, inevitablemente nos enfrentamos a nuestra historia. Es una cuestión de identidad, por qué y cómo llegué aquí.
Como la historia de la mayoría de los uruguayos, yo soy el producto de mezclas. Hoy sólo voy a hablar de una de esas partes.
No puedo imaginarme a mí misma, sin imaginar lo que mis bisabuelos transitaron para llegar hasta Montevideo, Uruguay. Escapar del genocidio, dejar atrás el dolor, levantar cabeza y buscar algo que tal vez no pensemos muy seguido: vivir en paz.
Mi crónica es un recuerdo sencillo de ambos, pequeño homenaje a estos seres que no se rindieron ante el horror: se levantaron y lucharon silenciosamente para vivir.
Hoy te soñé. Hace mucho tiempo que tu figura no aparecía en la trama de mis sueños, de mi vida.
Recuerdo que eras de Peñarol porque de donde venías, te gustaba un cuadro de fútbol con los mismos colores. Supongo que tu pasión futbolera era una excusa para poder hilar tu vida, para que el corte con tu patria destruida por la masacre, no sea tan brutal.
Recuerdo verte en el sillón, cerca de la cocina escuchando la radio. Sé que la bisabuela te servía el almuerzo a las diez y media de la mañana porque, aún ya anciano, te levantabas muy temprano.
Recuerdo que si te preguntaba la hora y si eran las doce y cinco, tenías la costumbre de decir que ya eran la doce y media. Continúo suponiendo que, con todo lo que habías vivido, el tiempo era una cuestión relativa y te debería gustar jugar con las agujas del reloj.
Sé que cuando viniste, tuviste que esforzarte para aprender a hablar este idioma. Tomabas los diarios; aprendiste a leerlos solo, a comunicarte solo. Me contó mamá que cuando arribaste te preguntaron el nombre y respondiste “zapatero”, umbral tragicómico en donde se abre un nuevo telón y actuar en una vida en el hacer y no en ser. Brava cuestión filosófica.
Nada te detuvo para formar una familia, practicar tu oficio (lo del nombre ya no importaba, habría tiempo para ello), prosperar, vivir.
Hoy te soñé y pude armarte de nuevo; pude ver a tu esposa, con quien compartí mucho más tiempo de vida.
A ella no le preguntaron el nombre: asumieron que era un granjero y no se dieron cuenta que de su cabello nacía una trenza larga.
La bisabuela contaba con una ventaja: pudo aprender francés en ese periplo.
Hoy evoco sus manos hábiles en la cocina; desconozco si alguna vez la vi sin delantal. Sus manos mágicas hacían de todo, los platillos típicos, así la memoria permanecía encendida. Recuerdo que le gustaba un jugo de damascos, pero siempre se lo pedía y no te rezongaba si se lo tomabas todo.
Recuerdo que la cocina quedó impregnada de los perfumes de cada comida, incluso hasta el día en que ya nadie vivía allí y la casa pasó a otros dueños.
Siempre me ganaba en la conga y me leía la borra del café para saber mi futuro.
Hoy los traigo con estas palabras, porque gracias a sus fuerzas, yo estoy en este mundo.
Foto: www.oficiostradicionales.net