Perú: un paseo entre montañas, vampiros, iglesias y goles | Pedro Peña

En mi tercer viaje al Perú (y no me voy a cansar nunca de volver) el destino fue la Primera Feria Internacional del Libro de Ayacucho. Llegamos allí luego de trescientos kilómetros por la Panamericana hacia el sur, con el desierto a la izquierda y el Pacífico a la derecha. En el camino hay construcciones extrañas. Como armazones de casas hechas con tirantes a las que revisten con juncos entrelazados o con lona sombra. Tal vez sean casas, pero distan tanto del concepto de casa que nosotros manejamos, que es imposible pensar que se pueda realmente vivir allí. Y sin embargo vive gente.

Luego, en Pisco, la ciudad donde están enterrados los restos mortales de Sarah Ellen, giramos hacia la cordillera y nos metimos en la sierra. Otros trescientos kilómetros. Los caminos son sinuosos y el bus los toma a una velocidad increíble. Vamos a 4500 metros de altura y el cuerpo lo siente. El chofer quiere llegar antes de que termine el primer tiempo de Perú contra Nueva Zelanda. Llegamos a destino justo cuando meten el primer gol y la gente en la terminal explota. Traemos buena suerte.

Imagino que habrá quedado una pregunta latente en el amable lector: ¿quién fue Sarah Ellen? La respuesta es larga, pero la reduciremos: una vampiresa.

Convendría aclarar un poco las cosas: Sarah Ellen Morgan nació el 6 de marzo de 1872 en la ciudad de Blackburn, condado de Lancashire, Inglaterra. Según el escritor peruano José Donayre, vivió en el número 25 de la calle Isherwood, dedicada al tejido. En 1893 fue acusada de brujería y vampirismo. La historia oficial cuenta que sus mismos vecinos la mataron, no sin que antes ella les arrojara una muy pertinente maldición: “Cuando pasen cien años, me levantaré de la tumba para vengarme de ustedes, alimentándome de sus descendientes”.

Parece más que lógico que los mismos vecinos que la habían matado sumariamente quisieran alejar el cadáver de su ciudad. ¿Y adónde fue a parar? Por arte de alguna extrañísima magia, desde 1917 descansa en el nicho C del Pabellón San Alberto del cementerio de la Beneficencia Pública, en Pisco, Perú. Del otro lado del mundo. Los de Balckburn podían dormir tranquilos.

Y los de Pisco también hubieran podido hacerlo de no haber sido por al famoso Show de Cristina, que en 1993, centenario de la muerte de Sarah, no tuvo mejor idea que reflotar la leyenda (hasta ese momento estrictamente local) y convertirla en una especie de mito transnacional. Hoy por hoy su historia es fuente de ficción gótica para diversos escritores y cineastas andinos, y su imagen es a veces la de una santa y a veces la de una novia de Drácula.

En las siguientes jornadas no se habla de otra cosa más que de fútbol. Perú ganó dos a cero y la ciudad se transformó en una fiesta. Hubo feriado nacional. Como hubiera ocurrido en Uruguay. Ni más ni menos.

Pero luego del fútbol la vida sigue. Huamanga, la capital de Ayacucho, tiene alrededor de 150.000 habitantes. Es una ciudad con muchísima historia. A poco más de veinte kilómetros se libró la famosa batalla de Ayacucho, en la que Antonio José de Sucre venció a las tropas realistas del virrey José de la Serna. Una instancia señera en la independencia latinoamericana: la última batalla en tierra contra los españoles. En el centro de la Plaza de Armas, a caballo y dirigiendo sus tropas, inmovilizado en un espectacular monumento ecuestre, Sucre es el símbolo de la libertad.

El centro de Huamanga está poblado de edificios muy antiguos, incluyendo la catedral, cuya construcción duró cuarenta años a partir de 1632. Las arcadas construidas hace cientos de años, con piedras talladas en la época de la colonia, aun cumplen inconmovibles su función de sostener estructuras hermosísimas. Es una típica ciudad colonial con la particularidad de que tiene treinta y tres Iglesias. Según los pobladores, todas ellas cuentan con un alto grado de participación de los feligreses. Uno termina preguntándose qué suerte de formidable espiritualidad hace que alguien construya una iglesia, con todo lo que ello implica, justo al lado de otra que ya estaba construida desde hace décadas.

Pero entre tanta joya arquitectónica y tanto hermoso documento histórico, existe también un aspecto negativo. Este lugar fue expoliado por los españoles de la conquista y la colonia, quienes se llevaron toda la riqueza, que luego tuvieron la imprudencia de perder. Quedaron unos pocos criollos con muchísimo poderío económico, y una gran mayoría de descendientes de etnias nativas sumidos en la pobreza y obligados a vivir casi en la indigencia. Ayacucho, que además fue cuna del movimiento terrorista Sendero Luminoso, y centro de los primeros atentados de la banda y de las igualmente crueles represalias militares sobre los poblados de montaña, hace visible la compleja estructura que permitió el expolio.

Tendría muchísimas razones para recomendar que, de camino a Cusco, visitaran Ayacucho. La primera: el paisaje; la segunda la historia; la tercera: la amabilidad con la que la gente trata el visitante; y la cuarta, aunque no por ello menos importante, es que uno entiende en este lugar mucho de la lógica de los procesos históricos de los que somos fruto.

 

Pedro Peña (San José de Mayo, 1975) es Escritor y Profesor de Literatura y cofundador de la revista La letra breve. En 2006 obtuvo el Premio Nacional de Narrativa por el libro de ciencia ficción Eldor. Ha publicado artículos y ficción en El País Cultural y La Diaria, así como también en la revista peruana Campo Letrado. Ediciones Altazor (Perú) publicó en 2010 su novela La noche que no se repite. Estuario editora ha publicado otras tres novelas policiales suyas, Ya nadie vive en ciertos lugares (2010), No siempre las carga el diablo (2011) y Tampoco es el fin del mundo (2012).