Barcelona, ¡jo t’estimo! | Malena Fabregat

Barcelona es mi casa. Llegué a esta ciudad hace casi 20 años. Tenía un amigo y dos números de teléfono.

Aquí tuve conciencia de mapa, lo que das por sabido allí donde naces.

Salir a la calle y no saber qué hay a la vuelta de la esquina y poco a poco ir pegando partes de ese plano, hasta reconocerlo. Hasta jugar a perderte…

Nunca viví a más de 5 o 6 calles de las Ramblas, que siempre fueron mi punto de referencia; a partir de ellas construí ese mapa, fui haciéndola mía. Primero desde el barrio del Raval, lado Oeste de las Ramblas, teniendo el Mediterráneo como punto de referencia, caminando por la calle de Hospital, pasando por el Bar Mendizábal, las carnicerías halal y la mezquita del barrio. Parando en el Bar Mediterráneo para tomarme un té a la menta con un panqueque de mantequilla y miel. Años más tarde, desde Cuitat Vella, al Este, llegando a reconocer cada piedra de la calle Boquería, para llegar al famosísimo mercado del mismo nombre, donde hoy compro en los puestos de amigos que fui forjando no sin dificultad en el correr del tiempo.

Al poco de llegar, unos 10 días después del 28 de noviembre de 2000, comencé a trabajar en una discoteca que se llamaba Woman Caballero. Era en los sótanos espectaculares de la Estación de Francia, una de las estaciones de tren más bellas que conozco. No tenía amigos excepto uno, mi querido G. D. que trabajaba todo el día. Pero ya había caído sin saberlo, sobre la mejor nube de Barcelona, mi nueva familia…

Aquellas navidades las pasé sola. El 24 de diciembre de 2000 cené en la Baguetina Catalana, una cadena de bocadillos, en su local de las Ramblas, teniendo por compañía, sentados los dos a la barra, al cowboy de cobre que trabajaba como estatua humana a la altura del mosaico de Miró; allí donde 17 años después, detendría su carrera mortal, Younes Abouyaaqoub. Podría haberme sentido horrible, triste, sola, desconcertada inclusive. Sin embargo no. Había en mi una mezcla de libertad y principio de realidad. Este es el lugar que elegí habitar, ahora esta es mi casa y comencé a llenarla de amor.

Desde los teléfonos públicos de las Ramblas llamaba a Montevideo y a Buenos Aires para hablar con mi familia. Compraba unas tarjetas, rascaba el plástico y aparecía un número larguísimo. Durante exactamente 33 días viví en pesetas. Ponía una moneda y comenzaba a marcar aquel número eterno, que llevaba a la equivocación y vuelta a marcar. Este ritual era especialmente emocionante en la época navideña, sintiendo frío, cosa rara para el mes de Diciembre en mi cuerpo, mirando la iluminación de fiestas.

Dos años más tarde, comencé a trabajar en la Luna de Júpiter, un bar ubicado en la Plaça dels Traginers, junto a los vestigios milenarios de la muralla romana. Tenía que cruzar las Ramblas para volver a casa y casi cada noche, en un kiosco abierto 24 horas, compraba un Bounty, dulce frío de coco bañado en chocolate negro y me encaminaba por la calle Hospital, hasta llegar a la calle de la Cera, pleno Raval, barrio histórico de los gitanos catalanes, que lo habitan desde hace más de 500 años y más recientemente, barrio de marroquíes, pakistaníes, dominicanos, latinos en general, “sudacas”.

Nunca tuve miedo, nunca tuve un sobresalto, siempre me sentí parte de una tribu. Y era cierto.

A pesar que ya vivíamos la pura inercia de la Barcelona libertaria, caótica, creativa, desbocada, combativa, la sensación de transgresión era real. Los de aquí y los que llegábamos, sentíamos que estábamos construyendo Nueva York, Berlín, Londres. Indocumentados, ilegales, límbicos, irresponsables, hacíamos de la ciudad un habitat cosmopolita.

Pero ya era una ilusión, en realidad estábamos en las fauces del monstruo dulce del “modelo Barcelona”. La inercia duró 10 años y fue maravillosa. Construimos familia, redes solidarias, cada uno era una agencia de empleo, un techo de acogida, un plato en la mesa, una fiesta constante.

Pero la fiesta terminó. No la liquidó Younes Abouyaaqoub cuando puso la furgoneta a 100 kms. por hora matando a 15 personas en estas mismas Ramblas donde comencé hace casi 20 años a construir el nuevo mapa de mi vida, no! La liquidaron sus fuerzas vivas. Se la tragó el mercado y la plata tan dulce como mal habida. Ya no hay underground, ya no hay música, yo no transgredimos. Todo dentro nada fuera. La aplanadora que todo empareja, la piqueta fatal de la codicia le quitó color y potencia. Esta ciudad divina y putona, se volvió falsamente virtuosa. Y por el camino va perdiendo identidad y gente. Mis amigos, mi familia elegida se disgregó. Mis interlocutores se fueron. Barcelona los echó. Y de eso tendrá que hacerse cargo. Porque yo hoy me siento un poco sola, melancólica.

No es cierto que un atentado terrorista recupera esa locura creativa, ni los ánimos de resistencia. Pero sí corta el aliento, nos pone en suspensión, y nos conecta con el amor que sentimos por la ciudad. Un amor profundo, un agradecimiento por habernos recibido y darnos la oportunidad de construir una nueva parte de nuestras vidas, un mapa nuevo. Volvemos a pensar sobre cuestiones que teníamos olvidadas. Volvemos a amar unas calles que nos tenían hartos de tanto turismo predador. Volvemos a pensar que esto no es lo que queremos y que tal vez, deberíamos volver a desbocarnos, salirnos de la idea de equilibrio y prudencia, para faltar a las normas y construir unas nuevas. Tal vez y sólo tal vez hemos comenzado a vivir un momento de inflexión en que sabemos lo que no queremos pero no vemos aun el nuevo mapa amoroso de la ciudad.

Estoy de acuerdo con eso de que sólo puedes odiar lo que amas o has amado.

Manuel Delgado, doctor en antropología, especialista en construcción de identidades colectivas en contextos urbanos, y sobre todo amante no correspondido de su ciudad, Barcelona, dedicó así un texto notable que se llama La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del “modelo Barcelona” que él considera una carta de amor, ridícula, como todas, al decir del poeta portugués Fernando Pessoa y que yo le “robo” sin permiso …

“A quienes intentan o intenten acabar con Barcelona. Con odio.”

 

Malena Fabregat es uruguaya, nacida en Montevideo. Desde hace casi dos décadas, tiene la nacionalidad española y la “vecindad catalana”. Cabra en el horóscopo chino, es cabrona, se da de guampas pero no cae. Socióloga, egresada de la Universidad de la República, desde hace demasiados años nunca perdió las mañas. Fue periodista, productora, amante de la radio por sobre todo lo demás. Desde hace diez años vive y escribe desde un buen plato de comida y una buena copa de vino. Viaja sin parar por los territorios del vino. El viaje por el paisaje humano es infinito… vive bajo un lema… si molesto, me quedo.

Fotos: Malena Fabregat