Antonio llevaba un rato esperando el pedido. Mientras picoteaba unos grisines, un mozo de espeso bigote se acercó a su mesa.
-¿Puedo ofrecerle una copa de nuestro mejor vino? Cortesía de la casa.
Antonio no reconoció la marca Locker de Satán, pero confió en la palabra del mozo y aprovechó la cortesía. Bebió todo lo que le habían servido. Tenía un gustito raro. No pediría una segunda copa.
Los panecillos lo ayudaron a quitarse el sinsabor de los labios. Otro mozo se acercó con la comida, que ya había tardado bastante.
-Su sopa de pollo, nuestra especialidad.
-Justamente, vine porque me la recomendaron. Muchas gracias.
Antonio extendió la servilleta sobre su regazo y comenzó a tomar la sopa. Era mucho más rica de lo que había imaginado. Un manjar de los dioses. Ya llevaba más de medio plato cuando algo llamó su atención. El extremo de un pelo se había enredado en la cuchara. Su estómago se revolvió un poquito. Levantó el cabello, para sacarlo del plato en su totalidad, pero parecía no tener fin. Tiró varias veces, hasta terminar con un pelo que medía algo más de metro y medio. Indignado, llamó al mozo.
-Esto es desagradable, mire el pelo que encontré en mi sopa. Una inmundicia.
-Le pido mil disculpas. Déjeme retirarle el plato, que enseguida le traigo otro.
-¿Para qué? ¿Para que pase el líquido de un plato a otro y me traiga la misma sopa contaminada? Además este pelo es demasiado largo. Acá hay algo raro.
Otros clientes prestaron atención a la voz alzada del cliente insatisfecho. Esto le dio ánimos para continuar su cruzada por los derechos del consumidor.
-¡Exijo hablar con el cocinero de inmediato! -dijo, hinchando el pecho de orgullo.
-Bueno, tranquilícese. No hay necesidad de hacer una escena. Acompáñeme a la cocina.
Antonio y el mozo atravesaron las puertas batientes. Allí encontraron al chef, troceando una pieza de carne sospechosamente grande.
-Che, Willy, te traigo un cliente que tiene una queja de la sopa de pollo.
-¿En serio? No me va a decir que estaba fea…
-La verdad es que es la sopa más rica que probé en muchos años -reconoció Antonio-. Pero no justifica el pelo gigante que flotaba en mi plato.
-Le ruego me perdone -el chef se agitó-. Se me debe haber caído mientras la preparaba. Para compensar el bochorno, hoy será nuestro invitado.
Los nervios del chef aumentaban el escepticismo de Antonio. Eso, y que el chef estaba rapado. Sacó el pelo de su bolsillo y lo dejó caer hasta el suelo. Era apenas más corto que la altura total del cocinero.
-¿Usted cree que yo soy estúpido? -No le gustó que le tomaran el pelo, sin importar su longitud-. Acá hay gato encerrado. Este pelo no puede ser suyo.
-No… por supuesto… Seguro es… de… del repartidor de Granja Moro. ¡Sí, sí! Ese tipo tiene el pelo larguísimo. Debe ser rockero, o hippie. Pero es muy higiénico.
El sudor en la frente de Willy no ayudaba a hacer creíble su historia.
-Usted esconde algo.
-¿Yo? Imposible.
El chef se corrió hacia un costado, colocándose delante de una gran sábana y extendiendo sus brazos en un gesto protector.
Antonio no pudo resistirlo. Empujó al tipo y tiró de la sábana. Al caer, reveló una extraña estructura electrónica. Parecida al marco de una puerta, pero repleta de cables y luces. Y con un panel al costado.
-¿Qué es esto?
-Bueno, me rindo. Se lo voy a contar todo. Esto es una máquina del tiempo. La encontramos después de comprar la casa en un remate judicial. Nadie sabe qué fue del dueño anterior. Nosotros la utilizamos para variados propósitos. Es lo único que nos permite mantener el negocio en estos tiempos de crisis.
-¡Esto va más allá de lo ridículo! ¿Qué tiene que ver todo eso con el pelo en mi sopa?
-Mi hermano Néstor y yo vivimos experimentando con nuevos sabores, aprovechando la máquina. Hace poco descubrió que la carne de mamut, bien cocida, recuerda a la del pollo pero con mucho más sabor. Al poco tiempo se convirtió en nuestro plato más pedido. Supongo que, en el apuro por servir tanto mamut, me quedó algún trozo mal despellejado.
-No sé qué clase de problema mental tiene, pero me resisto a seguir escuchándolo.
Antonio enfiló hacia la puerta, pero un sonido lo hizo detenerse. El monitor mostraba «70 millones de años» y el portal estaba largando mucho humo. Un hombre vestido de cazador apareció, cargando un velocirraptor en el hombro.
-¡Willy! Ya podés volver a poner el carré de cerdo en el menú. Con éste tenemos para un par de semanas -dijo antes de hacer mutis.
-¡Esto es una violación a todas las leyes de la física cuántica! Sin contar las innumerables faltas a los controles bromatológicos. Stephen Hawking se retorcería sin parar, si no estuviera haciéndolo desde hace años.
-Nosotros no construimos esta máquina. Solamente la utilizamos sin el menor escrúpulo y sin conciencia del posible daño al continuo del espacio-tiempo.
-Precisamente. Esa máquina debería estar en manos del gobierno. Y así será: voy a denunciarlos ante las autoridades.
-No sea idiota, no va a ir a ninguna parte -dijo el chef, amenazador.
-El idiota es usted. Soy campeón de kung-fu, así que no hay nada ni nadie que evite que me dirija hasta el Ministerio de Industria, Energía y Minería.
-Tal vez este poderosísimo veneno le haga cambiar de opinión.
Willy tomó de una repisa una botella, etiquetada con una calavera y dos huesos.
-¿Quiere obligarme a tomar veneno? Usted es más estúpido de lo que pensé.
-Qué mente estrecha la suya -dijo, sonriendo de manera maquiavélica-. No necesito obligarlo. Tengo una máquina del tiempo a mi disposición. ¡Carlitos!
Por las puertas batientes ingresó el mozo del bigote espeso.
-Servile al señor un trago. Cortesía de la casa.
El chef pegó cuidadosamente una etiqueta que decía «Locker de Satán» sobre la botella de veneno. Se la dio al mozo, que marcó «15 minutos» en el monitor y entró al portal del tiempo. Unos segundos después, el mozo regresó cargando la misma botella, con menos contenido. Le hizo la señal de ok con los dedos al chef y se fue.
Antonio se puso muy nervioso.
-Pero… pero… pero, yo…
-El veneno comenzará a hacer efecto en unos segundos, y usted estará más muerto que la madre de Ray Bradbury. Mi hermano usará su cadáver como carnada para atraer dinosaurios marinos. No luche, o la muerte será más dolorosa.
Antonio cayó al piso y de su boca empezó a salir espuma. En menos de un minuto había palmado.
-¡Néstor! Ya tenés carnada para la buseca -gritó Willy.
Néstor volvió a entrar a la cocina, todavía vestido de cazador y cargando un anzuelo gigante debajo del brazo.
Ignacio Alcuri (Montevideo, 1980) es autor de los libros de cuentos Sobredosis Pop (2003), Combo 2 (2004), Problema Mío (2006), Huraño Enriquecido (2008), Temporada de Pathos (2010), Basurita (2012) y Esto no es una Papa (2014). Participó en las antologías El Arca (2007), Esto no es una Antología (2008), El Futuro no es Nuestro (2009) y Los Supremos (2013). Fue guionista radial en Justicia Infinita y Vulgaria, y columnista de la revista Neo y el suplemento Domingo de El País. Formó parte del stand-up De Pie con textos de su autoría. Como parte de Los Informantes guionó el programa televisivo homónimo y condujo Reporte Descomunal, Córner y Gol es Gol y Los Informantes (radio). Junto a Gustavo Sala realizó el espectáculo Sonido Bragueta y el cómic Parto de Nalgas (2016). Actualmente integra el equipo de prensa de Montevideo Portal, participa de la sección de humor de la diaria y es columnista de las revistas Lento y Túnel, además de escribir acerca de cómics y otros vicios en www.multiverseros.com. El autor cedió este texto para publicar en Delicatessen.uy
Foto del autor: Facebook de Ignacio Alcuri.
Foto cocineros: valenciagastronomica.com