Milhojas | Pablo Silva Olazábal

Siempre lo mismo con esos zánganos, gurises del demonio que solo piensan en robarme tortas fritas, buñuelos o lo que sea. Son una lacra, pero cuando hago milhojas ni te cuento, tengo que andar con cuatro ojos, me hacen saltar cada vez que se oye un ruidito, igual que la otra vez, cuando entró el gato del Viejo Ramírez, qué desastre, no sé que es peor, cuando quise acordar las había pisado todas, aunque como estos gurises no hay, no señor, son la piel de judas la puta que los parió…

A veces cuando pasa una cara por la ventana me asusto, me sobresalto y me pongo a temblar. No será muy común pero es algo que me pasa desde siempre, no sé porqué, por suerte tampoco me dura mucho. Tengo mi solución: cierro los ojos y me pongo a llorar. El ruido de los mocos y la mojadura de las lágrimas me sacan de escena, es como si me sumergiera en otro lado, un lado mío donde solo estoy yo, con mi cara oculta entre las manos, la cabeza inclinada y unos breves, suaves espasmos, que producen esos sollozos que alivian tanto. El ruidito de la nariz tapada, a veces muy tapada, es ensordecedor, o al menos a mí me lo parece, porque a veces hasta sordo quedo. El problema es que esos gurises viven pasando por acá. Se ve que esperan a que la viej… digo a que doña Norma esté distraída, o simplemente no esté. Pasan agachados, pero igual les veo la cara, la mirada los vende. Está claro que lo único que piensan es robarle pastelitos, milhojas o cualquier otra delicia que haya estado cocinando.

Ya dije que es última vez, nunca más, no me voy a matar trabajando como una condenada para que después me roben estos muertos de hambre. Ese ñango chico, casi lo agarro, se me escapó por un pelo, igual lo tengo bien calado, como al hermano. No tendrá la malicia del grande, con ese diente negro y esos mocos colgando, repugnante, pero es un verdadero diablo qué digo, un demonio, se le ve en la cara, solo piensa en hacer el mal. El día que lo agarre se va a acordar, te lo juro por esta que me caiga muerta. Desgraciado… !

Cuando se me pasa un poco me limpio con la manga y listo, me he fijado que ese momento, nada más, mientras me limpio con el brazo el temblor de los pies casi no se nota, se va aquietando todo el cuerpo, se ve que me tranquilizo. Eso sí, al final siempre me quedan las manos frías, mojadas por el sudor, y las piernas temblando, como ahora, pero bueno, no importa, al menos esta vez no me hice pis. Se ve que estoy más fuerte, más envalentonado, casi no castañeteo los dientes, nada mal, para mí es un paso importante, podrá ser un paso chico pero es importante, muy importante. Es algo que la verdad no me esperaba. Dan ganas de llorar de la alegría. Será que ya les tengo menos miedo a esos dos zanguangos, el tema es que siempre viven pensando en romperle los quinotos a Doña Norma y claro, con esa idea en la cabeza no tienen más remedio que pasar por acá delante, por la ventana.

La otra vez alcancé a tirarle el palo de amasar al más grande. Creo que era el grande pero le erré, qué pena, se fue corriendo el hijo de su madre, me hizo romper el vidrio de la ventana chica, si serán bestias, son como bichos, no conocen las formas, no tienen maneras, se criaron a la buena de Dios. ¡Y que quéres con la madre que tienen! esa pelandrusca atorrante que nunca está, es lógico, ni ella los aguanta, quién los va a aguantar. Igual habría que denunciarla, se puede hacer, cómo no, para que se los saquen y lleven esos diablos a un asilo, o adonde quieran, siempre que sea lejos, a mí qué me importa. Lo que pasa es que no respetan nada, no tiene gollete, en cuanto una se distrae te roban lo que sea, sobre todo si tiene dulce. Y si tiene hojaldre, no te digo nada. Qué época Dios mío, ya ni pasteles puede hacer una. Con lo caro que está el membrillo y todo el trabajo que da y lo bien que me quedan. La próxima vez que la vea le voy a hablar a esa puta, me va a oír, tengo varias cosas para decirle de sus nenes. Le voy a cantar las cuarenta sí señor. Se va a enterar lo que me hacen estos carasucias cuando ella anda loqueando por ahí.

Será mala uva pero ellos son peores. No tienen códigos, no respetan nada. Cuando hacen las “excursiones” –así le dice el mayor, El Capi, «vamo’ a hacerle una excursión»– no quieras saber qué pasa. Mejor no saberlo. Pero igual se oye, en el fondo todo el mundo sabe lo que eso quiere decir, siempre son viajes para garronearle algo a la … digo, a Doña Norma.

Cuando se ve por la ventana la sombra del Abel, el más chico, no me pasa nada. No me hace casi nada, pero la del Capi bueno, es el mayor, es natural que sea otra cosa, no tengo más remedio que subirme al banquito. Lo importante es que de a poco lo voy superando. Ya ven, hoy no estuvo tan bravo el miedo. Incluso ahora no tengo que esperar a que se haga de noche para bajar del banquito, bajo cuando yo quiera. Ahora mismo, si quisiera, bajaría. Ya soy todo un hombre, sí señor, qué se creen, “nada menos que todo un hombre” decía mamá, me acuerdo. «Qué te parece Cholito», agregaba, qué bueno, esté donde esté ella siempre me acompaña con su presencia y su bondad y me rodea con su amor. Por suerte la luz quedó prendida y puedo ver bien el cuadro desde acá. Acá estamos, mamá. Sin novedad. No tengo ganas de bajarme. Qué lindo el retrato, no me canso de mirarlo, está radiante. Se ve que fue un día feliz. A ella siempre le gustó ir al fotógrafo. Pah, pero cómo… ¿tanto tiempo hace que no la miro? desde acá se ven las sombra de las telarañas que hay detrás, ché qué disparate. Qué cosa, Ramona no aprende más, dice que lo limpia siempre pero se ven a la legua las telarañas. Y el polvo, lo que debe ser verlo de cerca, no quiero ni pensar.

A quién quiero engañar, esa loca no está nunca, cuándo voy a encontrarla, se pasa el día haciendo la calle, seguro, no me vengan con el cuento de que es modista, esta es más trola que los ladrones. Seguro que trabaja a domicilio, no debe tener un lugar fijo. Así salieron esos gurises, qué también. Los pobres diablos ni padre deben tener. Bueno, ya está. Vamos a ver cómo me quedaron, mirá qué pinturita. Con las milhojas los pasteles son mi especialidad, no hay caso, están que se derriten, para la foto. Dos, cuatro, seis, ocho, diez… pero ¡la putísima madre que los parió!! ¡ya faltan dos! será posible, si terminé la docena hace cinco minutos, no puede ser. A ver, tranquila, pero no, estoy segura, no, sí, sí, es verdad, hijos de la gran siete ¡mirá ahí, quedó la marca perfecta! Otra vez esos muertos de hambre, la putísima madre, no aprenden más. No, no, la que no aprendo más soy yo, qué palo de amasar ni palo, el revólver tendría que haber cargado ¡no se puede ni dormir una siesta!

Desde acá se ve no solo telarañas, hay más, la cantidad de bichitos que debe haber, porque detrás de las arañitas vienen toda clase de insectos, esas alimañas chiquitas que ponen huevos y hacen la cunita en una especie de envoltorios para que salgan gusanitos. Brrr… no quiero ni pensar. El jueves sin falta se lo digo, Ramona oíme bien, lo primero que tenés que hacer antes de limpiar nada es pasarle el trapo y plumero a mamá. Se lo voy a decir porque no solo es su deber sino también su obligación, ella siempre la trató bien, le regalaba la ropa usada y hasta una radio. Incluso le dio trabajo al inútil de tu marido. Ex marido, bueno. Lo que quieras, sí, tenés razón, pero bueno, dejame decirte que a mí no me corresponde. Yo puedo mantenerlo, sí, podría hacerle una pasadita rápida pero la que limpia sos vos, qué te pensás, uno no tiene todo el tiempo del mundo, más cuando paso casi todo el día subido a este banquito, no es fácil, la vida aquí no es soplar y hacer botellas, no señor. Qué se piensa, qué bravas están las domésticas. No entiende lo que es estar en mi posición, tiene su lado incómodo, no es algo que yo haga de vago ni de mimoso, no señor. Lo que pasa es que soy muy sensible, ella sabe que los gurises se burlan de mí cada vez que pasan por la ventana. «No te hagás la que no sabés» le voy a decir, ¿qué me va a pasar? nada, vos está loca, es lo mismo de siempre, los mismos gurises que van a robarle cosas a la señora Norma y a mí no me tratan bien. Cómo que no la ubicás, la del fondo, todo el mundo sabe que son fatales. Y se burlan de mí, bueno, el más chico solo pasa y me saca la lengua, pero a veces escupe. También hace morisquetas pero bueno, eso es más normal, como todos los gurises chicos, a veces es hasta gracioso. No, ya sabés que no es por eso que estoy subido al banquito ¿te tengo que explicar todo?

Aprovechan el menor descuido para meter la mano. No sé cómo hacen para que no se los oiga. Y después se agrandan, claro, porque nadie les para el carro. Ese milico que vino a investigar… dicen que lo llamé yo, por favor, encima del susto, terminó pidiéndome –¡a mí!– que achicara. Que no les pegue, es increíble. Debe conocer a la madre de la calle, seguro, y ella le pidió ese favor, a cambio de qué, no es muy difícil de imaginar. «Vamos a achicar, señora», será posible, qué desvergonzado, cómo va hablarme así a mí, una jubilada que conoce sus derechos. La verdad que no sé cómo le aguanté tanto desubique. Pero no me conocen si piensan que me van a correr con la fusta. No está escrito que una tenga que pasar por esto. Y ahora qué voy a hacer si se enfrió la grasa. Ya sabés lo que tenés que hacer. Todo de nuevo, hay que hacer todo de nuevo, qué le vamos a hacer. Todo esto me pasa por haber dejado la tabla cerca de la ventana. Qué fácil se las puse esta vez. Si seré idiota, pero quería que se enfriaran rápido así no pierden la forma. Cómo no se me ocurrió… adentro tardan mucho más en enfriarse, y a veces la masa se apelotona un poco.

Cuando pasa el mayor ya ni me habla, ni saluda, quién te ha visto y quién te ve, no tiene ni doce, es cierto que si se asoma de pronto yo me asusto, pero enseguida se me pasa. Una vez me dijo que yo era un cagón, y me invitó, «a ver si te animás a acompañarnos». A mí con esos cuentos, vamos, si lo único que querían era que les hiciera de campana. Mirá vos qué Toto, si Doña Norma llega salir antes de la misa ¿a quién va a ser el primero que vea cuando abra la puerta? A mí, claro, cerca de su ventana, encima haciéndose el distraído… Se creen que soy bobo. A papá mono con bananas verdes.

El aire de afuera les da un toque parejo. Se enfrían parejito por eso las pongo cerca de la ventana. Sí, qué viva, precioso, así te roban también. Dos se llevaron esos ñangos del demonio. El mayor es terrible. El más chico es más bruto, tiene carita de inocente pero no le va a durar mucho tiempo. Pronto le va a ganar al hermano, vas a ver. Lo que me da rabia es que seguro que anduvieron eligiendo con esos dedos sucios, toqueteando todo, seguro. Con la mugre que tienen. Porque nunca se bañan, todo el día con los mocos colgando, qué asco. Para la próxima cuelgo la cuchilla grande contra la ventana, acá en el clavito de la puerta, van a ver. Me voy a quedar quieta en la oscuridad y en cuanto asomen la mano, van a ver, zás. A ver qué dicen, si son tan valientes con un dedo menos.

Ramona piensa que Doña Norma no es buena, pero ¿qué quiere decir con eso de que no es trigo limpio? No, Ramona, se lo tengo que dejar claro la próxima vez, no es bueno acusar a la gente por detrás. Tendrá sus cosas, sí, siempre fue un poco especial, algo histérica decía mamá, y bastante chusma agrego yo pero es una buena vecina, que está cuando se la precisa, que es lo que hace la gente de bien. Bueno, tá, no nos vamos a poner de acuerdo, no quiero discutir. ¿Pero con quién le hablo? Con el aire… Si seré… Pobre Ramona, la pobre es un poco corta, es graciosa, involuntariamente cómica, eso decía mamá de ella y es una buena observación, vaya que sí. Involuntariamente, qué gracioso, ser involuntariamente cómico.

Los quiero ver con un dedo mocho, ahí sí van a buscar a la madre, si es que la encuentra… Pero bueno, qué se le va a hacer, estos pasteles, si anduvieron toqueteándolos yo no los pruebo ni loca. Qué desgracia, ¡tirar al tacho algo tan rico por unos desgraciados sinvergüenzas! pero qué le voy a hacer, así son las cosas y así es la vida, no la he inventado yo. Para la próxima se van a llevar una sorpresa, voy a hacer una riquísimas mil hojas, de esas que me salen tan ricas. Debe ser lo mejor que me salen, buena mano se precisa, y mucha paciencia, sobre todo paciencia y estar atenta.

Hace tanto que estoy solo que a veces no me doy cuenta de que hablo con nadie, con la imagin… ¡ahí están! ¡ahí pasaron! Otra vez. Los dos, qué susto.

—¿Y vos? ¿qué querés? ¿eh? Contestame.

Se para y me mira con la boca llena el muy zanguango, llena de azúcar y bizcocho. Ya no hay intimidad, pero no puedo hacer como que no lo veo. Así que encaro.

—¿Qué mirás Abel? ¿estarás contento, no? la robaron de nuevo a la pobre vieja ¿Qué estás comiendo?

—Yo quería decirte una cosa.

Solo mira y come, se llena la cara de azúcar impalpable, tiene todo blanco, si será chancho.

—¿Qué querés? Dale, decí, que no tengo todo el día, soy un hombre ocupado.

—Que…mmhm esto está riquísimo. Mirá.

—¿Eso? Chocolate por la noticia, todo el mundo sabe que Norma tiene una mano increíble para los dulces. No es ninguna novedad. Lástima que algunos vecinos… Me refiero a ustedes ¿Qué más querés? Dale, soy un tipo ocupado.

—Nada. Nada más.

—¿Entonces? ¿Qué hacés comiendo adelante mío? ¿qué es eso? son pasteles, ¿no?

—No. Son milhojas. Pero tienen un gusto raro

—Dios mío, cuánta ignorancia qué sabrás vos… lo que es ser un gourmet. Te falta paladar. Y cultura. Por favor, ya está, basta, lo único que te pido es que no sigas comiendo adelante mío.

—¿Las querés? Te las dejo. Tomá.

Increíble ¡las dejó en la ventana! Qué anormal, si lo ve el hermano, liga seguro. ¿Cuántas son? Bueno, es un detalle, ¿no? Ahora no voy a tener más remedio que bajar, todo lo que hace Doña Norma es un manjar de chuparse los dedos. Qué bien este muchacho, no es como el otro, todavía se puede creer en los vecinos. Hay que hacer un esfuerzo. Ah, pero cuesta, cómo cuesta. Hace una semana dije que iba a juntar fuerzas y con lo que queda de la plata de la herencia iba a comprar otro banquito en la ferretería. De repente no uno, dos más. O tres quién te dice, no tengo ni idea de los precios. Así no tengo que bajar. Es que a veces ya me levanto cansado, y todo se hace cuesta arriba. Mmhmm qué aroma esas milhojas, me hace ruiditos el estómago. Bueno, ya está, ánimo. Hay que hacer de tripas corazón. No tengas miedo, estás solo, un dos tres, no tengas miedo, no hay nadie en la ventana, ya podés bajar. Ya se fueron. Y te dejaron las milhojas. Mmhm. Ánimo. Este es el primer paso.

Me tienen harta, pero ya lo tengo bien pensado, mil veces, hasta aquí llegó mi amor. Tanto va al cántaro a la fuente, por favor. Van a ver lo que es bueno. Les voy a hacer unas mil hojas suculentas, crujientes, deliciosas, con dulce de membrillo bien derretido, todo en su punto. Me voy a esmerar, sí señor ¡con ese aroma que tienen! mirá lo que te digo, las voy a hacer y las voy a dejar aquí mismo. Acá, bien cerquita, para que se enfríen y después me voy a ir, sí, señor, me voy a ir tranquilísima a lo de Julia, y si ella no está, no hay problema, voy a misa de seis. Sí, que me vean salir bien vestida y sonriente. Van a saber lo que es bueno, se van a quedar con las ganas porque antes de irme voy a espolvorearlas con gamexán, el veneno de las ratas, es igualito al azúcar impalpable. Se les van a ir las ganas de robarle a una pobre mujer. Esas sabandijas, cuando quieran acordar… No hay derecho, Señor, adónde vamos a parar. Cuando quieran acordar va a ser muuuy tarde.

 

Pablo Silva Olazábal (Fray Bentos, 1964).Escritor y periodista cultural, es licenciado en Ciencias de la Comunicación. Conduce el programa La Máquina de Pensar en Radio Uruguay (SODRE) y ha organizado distintas actividades culturales.Fue uno de los compiladores del libro colectivo Bienvenido, Juan. Textos críticos y testimoniales sobre Juan Carlos Onetti (2007). Asimismo coordinó El libro de Oro del T Cuento Q (2012), primer libro uruguayo hecho con SMS, que reúne 500 minicuentos del concurso T Cuento Q.En no-ficción publicó el reportaje Conversaciones con Mario Levrero (2008; edición ampliada en Chile, 2012; y Argentina, 2013).En narrativa publicó el libro de cuentos La Revolución Postergada (2005), los relatos de Entrar en el juego (2006) y la novela La huida inútil de Violeto Parson (2012; 2do. Premio Nacional de Literatura, 2014). Cuentos suyos integran los volúmenes colectivos Apurapalabra 1 (2012) y Fóbal (2013). Su última novela fue Pensión de Animales 2do Premio de Narrativa inédita en los Premios Anuales del MEC en 2012 y una Mención de Honor en el Premio Nacional “Narradores de la Banda Oriental” de EBO y la Fundación Lolita Rubial en 2013. Este texto es inédito y fue cedido por el autor para su publicación.