A partir de El amor en los tiempos de cólera | Jorge Bafico

Algunos amores no se olvidan, ese es el caso de Florentino Ariza, el protagonista de la novela El amor en los tiempos del cólera, escrita por el Premio Nobel Gabriel García Márquez y publicada en 1985.

Se trata de una historia relativamente simple, de un triangulo amoroso constituido por el doctor Juvenal Urbino, Fermina Daza y Florentino Ariza. La historia transcurre en el pueblo caribeño de La Manga, el cual vive sumido en continuas guerras civiles y con la amenaza constante del cólera. Florentino Ariza es el pívot de este drama. Enamorado de la bella Fermina, queda atrapado en un amor eterno, sin concesiones ni descansos.

“Cuando conoció a Fermina Daza, a los dieciocho años, era el joven más solicitado de su medio social…

[…] Era escuálido desde entonces, con un cabello indio sometido con pomada de olor, y los espejuelos de miope que aumentaban su aspecto de desamparo. […] A pesar de su aire desmirriado de su retraimiento y de su vestimenta sombría, las muchachas de su grupo hacían rifas secretas para jugar a quedarse con él, y él jugaba a quedarse con ellas, hasta el día en que conoció a Fermina Daza y se le acabó la inocencia”

Todas las historias de amor tienen en el comienzo, un instante, un flechazo. El semiólogo francés Roland Barthes dice que hay un rapto en el amor, un momento donde el individuo es raptado por el otro en el momento del encuentro. Los psicoanalistas lacanianos también lo conocen como agalma. El rapto, el agalma, el sentimiento amoroso, aparece como un parpadeo, en una escena que parece mínima.

En el caso de Florentino se produjo al verla por primera vez a través de una ventana:

“Cuando la niña levantó la vista, y lo miró se produjo el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado.”

El amor se dirige a aquel que, pensamos, conoce nuestra verdad y nos ayuda a encontrarla soportable, explica el psicoanalista francés Jacques-Alain Miller. El amor se produce en determinado tiempo en el que estamos en condiciones de enamorarnos, un tiempo donde hay una pregunta que se abre.

Florentino se enamora de Fermina pero no hay contacto personal. Sin embargo eso no es obstáculo para que comience a vivir por ella. Quiere contactarla pero no sabe cómo. Recordemos que era una época donde no era fácil abordar a una mujer. Así que armado de coraje comienza a escribirle cartas que finalmente nunca envía. Más de setenta folios escritos para un destinatario que nunca aparece.

Meses después de rondarla, Florentino se planta frente a Fermina y le habla con determinación:

“-Lo único que le pido es que me reciba una carta -le dijo.

No era la voz que Fermina Daza esperaba de él: era nítida, y con un dominio que no tenía nada que ver con sus maneras lánguidas.

[…] Luego dulcificó la orden con una súplica: ‘Es un asunto de vida o muerte“.

Florentino propone una de las formas del discurso amoroso, la de un amor básicamente a nivel de la palabra escrita. Un amor cortés, un amor sufriente donde hay una idealización de la amada. El amor cortés, de los siglos XI y XIII en Alemania y Francia, es una forma de amar desgraciada, donde el objeto femenino está marcado por la privación y la inaccesibilidad. Esta forma de amor va a estar presente en toda la novela.

Del lado de Fermina las cosas no son iguales, se sorprende por este hombre pero no en una forma apasionada. Lo único que le inspiraba era lástima.

Formas de amar bien diferentes entre este hombre y esta mujer. Lo que vemos por un lado es un hombre enamorado, enamorado del amor. Del lado de ella, sólo lástima.

Entre la primer carta y la respuesta de Fermina pasa más de un año y en esa espera Folrentino enferma de amor, por eso se habla del cólera porque tenía diarrea, vómitos, fiebre, no puede salir de su cama. Su cuerpo enferma, se trata de una depresión amorosa.

A parir de esa primera respuesta se produce una correspondencia epistolar intensa. Un amor que se convierte en escrito, durante tres años, sin palabras dichas al oído, sin caricias.

Pero mientras las cartas de Florentino están cargadas de pasión, las de su partenaire están marcadas por cosas triviales, palabras cotidianas, relatos de hechos de todos los días. A Fermina le suceden otras cosas, su enganche tiene más que ver con su tía Escolástica, la solterona que vive el amor a través de la historia de su sobrina. Ella es la que la guía y alimenta en esta relación.

Cuando el padre de Fermina descubre el amor clandestino, lo primero que hace es “matar” al mensajero, echando a la tía Escolástica de su casa y llevándose a su hija lejos. Considera que Florentino no es el hombre para ella, es un padre que pretende algo mejor. Un empleado de correo no era lo que hubiera imaginado. Huyen a otro pueblo, por varios años, igual logran seguir comunicados. Siguen manteniendo la correspondencia amorosa y eso es lo que de alguna forma, habilita y promueve el amor entre ellos, un amor que se sostiene en lo escrito y en la clandestinidad.

Cuando Fermina regresa él la sigue esperando, y luego de mucho tiempo se encuentran. Cuando él se acerca, ella se da cuenta de que en realidad no siente nada por él. El desencanto impregna la escena:

“Ella volvió la cabeza y vio a dos palmos de sus ojos los otros ojos glaciales, el rostro lívido, los labios petrificados de miedo, tal como los había visto en el tumulto de la misa del gallo la primera vez que él estuvo tan cerca de ella, pero a diferencia de entonces no sintió la conmoción del amor sino el abismo del desencanto. En un instante se le reveló completa la magnitud de su propio engaño, y se preguntó aterrada cómo había podido incubar durante tanto tiempo y con tanta sevicia semejante quimera en el corazón. Apenas alcanzó a pensar: “¡Dios mío, pobre hombre!”. Florentino Ariza sonrió, trató de decir algo, trató de seguirla, pero ella lo borró de su vida con un gesto de la mano.

-No, por favor -le dijo-. Olvídelo.”

Qué forma más terrible de terminar una relación: con un gesto de mano. Después de estar enamorada por tres años y escribirse diariamente, comprueba de buenas a primeras que no lo quiere. Todo se esfuma de repente. Fermina entra y sale del amor rápidamente.

Se casa al poco tiempo con el doctor Juvenal Urbino. En cambio, Florentino queda toda su vida atrapado a esta mujer sin poder hacer otra cosa que amarla y lo único que puede hacer es seguir escribiendo cartas de amor. Comienza a escribir para otros y termina convirtiendo en un corresponsal amoroso de la cuidad.

Tiene varias mujeres, se convierte en un coleccionista de mujeres. Incluso lleva la contabilidad, un cuaderno donde apunta todas sus conquistas que son más de seiscientas, pero nunca puede encontrar a la mujer de sus sueños. Fermina representa a esa mujer que está más allá de todas las mujeres. El objeto amoroso es envestido por el lado de lo imposible. Forentino ama intensamente a Fermina aunque necesite demostrar su potencia viril a través de sus conquistas amorosas o en hacer dinero.

“[…] no había dejado de pensar en ella un solo instante después de que Fermina Daza lo rechazó sin apelación después de unos amores largos y contrariados, y habían transcurrido desde entonces cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días. No había tenido que llevar la cuenta del olvido haciendo una raya diaria en los muros de un calabozo, porque no había pasado un día sin que ocurriera algo que lo hiciera acordarse de ella.

Un amor complejo el de Florentino, donde queda congelado y construye su vida entera en relación a ese objeto imposible. Se vuelve rico para demostrarle que está a la altura de los acontecimientos. Atrapado en un laberinto de un tiempo muerto donde lo verdaderamente importante para él queda siempre para más adelante. No tiene vida, aunque esté lleno de mujeres y dinero. Vive sometido a un mundo cerrado donde no hay lugar para él. Fermina le viene como anillo al dedo, ya que puede postergar el encuentro por más de cincuenta años. Encuentra a una mujer inaccesible que no está a su alcance y de este modo, sufre por no poder concretar o encontrar lo que busca. Esta búsqueda de la mujer ideal, muchas veces está sostenida en lo que Freud llamó «la degradación de la vida amorosa», esto quiere decir que se ama a una mujer pero se goza con otra, se divide la mujer en la amada y la deseada. Esto es exactamente lo que le pasa a este hombre que estuvo con más de seiscientas mujeres pero ninguna era “ella”. Florentino como buen obsesivo, sostiene su deseo como imposible.