Fin permaneció quieto en la parada de llegada, recostado contra ninguna pared. Sacó su paquete de cigarrillos y sacó un cigarrillo del paquete. Sacó el tabaco del cigarrillo y comprendió que no tenía herramientas como para seguir. Trató de juntar en la vereda todo el tabaco que había tirado, para volver a armar el cigarrillo, pero un viento hijo de puta no se lo permitió. Entonces fue al médico.
No había gente. Sólo el médico.
–Lo escucho –dijo ése.
–Hace días que ando mal –dijo José Fin.
–¿Y no sabe por qué? –preguntó el médico.
–No –contestó José Fin.
El médico lo examinó concienzudamente durante catorce minutos. Para eso utilizó su sentido de la vista, su sentido auditivo, su prudencia, su tacto, su experiencia, sus conocimientos de medicina, su natural inteligencia, su pericia y su renombre.
–Va a tener que cuidarse en las comidas –dijo.
–¿Un régimen? –preguntó José Fin.
–Sí. Tiene que empezar con arroz integral bien cocido, dulce de batata, galleta malteada, caldo de verduras, estofado, pan de leche o de centeno, y puede comer también merengue.
–¿Y vino puedo tomar?
–No. A lo sumo cerveza negra. Y luego tiene que comer berenjenas, alguna salchicha si quiere, y la ensalada puede ser de berro, apio y repollos escoceses. También sopa licuada, grisines, escalopes sin grasa, rosca sin chicharrones, abacaxi, pelones al horno (sin semillas), lechuga y un poquito de alcuzcuz.
–Eso me cae mal –dijo José Fin.
–Porque lo come solo –contestó el médico–. Tiene que acompañarlo con peras, choclo, alguna trufa liviana, miel de abejorros, morcillón dulce, queso magro, maní sin sal, mermelada de papa, azafrán, achicoria y lomo de cordero. El café puede tomarlo con azúcar de caña o con ciclamato de calcio.
–No tomo café –dijo José Fin.
–Va a tener que tomar –dijo el médico–. Y también arrope, jugo de pomelo con limón, leche (puede ser de coco), té de marcela y antibióticos.
–¿Cualquier antibiótico?
–Sí. Puede tomarlos con vino.
–¿Con vino? –preguntó José Fin–. Usté me dijo que no tomara vino.
–Ahora puede, si quiere –dijo el médico–. Y vermut e inclusive grapa. Y tiene que comer suflé de chaucha, muérdago, pan de maíz, hígado y frituras siempre que utilice para freírlas aceite de soja.
–¿De qué? –preguntó José Fin.
–De ricino –dijo el médico.
–¿Y puedo comer pollo? –preguntó José Fin.
–No –dijo el doctor–. Como mucho una discreta Maryland con escarola, morrón y buñuelos de moca amasados con levadura de cerveza.
–Cerveza negra puedo tomar, ¿no?
–Digamos que ya no le conviene hacerlo. Tiene que tomar malta o bebidas gaseosas, y use cazuela de barro. Puede ser con jamón, perejil, arvejas, tocino, espárragos, revuelto de puerro, churrasco y croquetas de arroz con mayonesa descremada.
–¿Puedo comer manteca? –preguntó José Fin.
–Unicamente manteca seca, para untar el pan. El pan puede ser de trigo, sorgo, masa, harina o terracota.
–¿Y puedo tomar ron?
–Sí que puede –dijo el médico–. No, espere un momento, no puede. Tiene que tomar vino clarete, para acompañar el matambre.
–¿Matambre a la leche?
–Al café con leche. Pero sin azúcar, y de postre puede comer nabijas, ville-roi, brótola en baño María con dulce de leche, o budín de otoño.
–¿Budín de otoño, doctor? –preguntó José Fin.
–Sí. O si prefiere puede seguir el régimen de invierno.
–¿Y cómo es?
–Coma cualquier cosa.
–Cualquier cosa como qué –dijo José Fin–. Deme un ejemplo.
–Chucrut –dijo el médico.
–Y qué más –preguntó José Fin.
–Pasta de anchoas.
–Qué más.
–Vermiguel.
–¿Vermiguel?
–Sí, o tallarines. O sopa de coliflor marinero y espinaca. Para preparar esto lave bien la espinaca y córtela en julianas finas.
–¿Y el coliflor marinero? –preguntó Fin.
–Al coliflor marinero ni lo tome en cuenta.
–¿Y cómo se lava la espinaca?
–Bueno, es un poco complicado. Puede usar acelga en lugar de espinaca, si quiere.
–¿Está seguro? ¿No varía notoriamente el porcentaje de hierro?
–Eso se creía antes, pero ya se descartó. De todos modos el nivel de cobre se mantiene incambiado y eso es lo importante.
–¿Para la circulación de la sangre también? –preguntó José Fin.
–Sí, pero para eso lo mejor es el gratín costanero.
–¿Y eso cómo se obtiene?
El médico prefirió abstenerse de contestar. José Fin esperó un tiempo prudencial y preguntó al médico si no iba a recetarle nada.
–Sí –fue la respuesta–. Vamos a darle benzarona.
–¿Sola?
–No. Con isoxasol.
–¿Por qué no me lo dijo antes? –preguntó José Fin–. Me asusta pensar que yo podía haberme ido de acá dispuesto a tomar benzarola sola.
–No, eso no iba a pasar–afirmó el médico–, yo iba a recetársela con sulfadiazina.
–¿Con sulfadiazina en lugar de isoxasol? ¿Por qué?
–Porque es lo mejor para combatir el mal que usté padece.
–¿Y si eso es lo mejor por qué va a recetarme isoxasol, y no sulfadiazina?
–Voy a recetarle hidroxifenil –dijo el médico.
–Cómo hidroxifenil –dijo José Fin.
–Hidroxifenil –dijo el médico.
–¿Sólo?
–No. Con buseca.
José Fin calló. Luego dijo que el mondongo le daba pesadillas. El médico le aconsejó que lo ahogara en salsa tártara. Entonces José Fin le preguntó si, al margen de todo lo que él le estaba diciendo, pensaba curarlo por medio de terapias o de algún sistema derivado de filosofías orientales.
–Por medio de muchas terapias. Mejor dicho, de una sola terapia.
–¿Será suficiente una sola? –preguntó José Fin.
–Sí, si la sigue al pie de la letra –dijo el médico–. Tiene que comer dos veces por día pasas de higo, frutas secas, bifes de pollo, cebolla hervida en agua de almejas, fetas de ajo campesino, piña colada, risotto, escabeche de pino Brasil, cáscara de queso y pulpa.
–¿Pulpa de qué? –preguntó José Fin.
–Puede ser de cazón, de vaca, de aceituna, de besugo, de camarón o de palmera.
José Fin dijo temer que su sueldo no alcanzara para cumplir con semejante dieta.
–Entonces puede optar por castañetas, obosuco, zanahoria rallada hervida, puré de salsa de tomate con jugo natural de naranja y zapallitos, fideos sin huevo y sin queso(en todo caso con pan rallado), algodón y banana pisada con crema de manzana.
–¿Y después de comer todo eso voy a poder considerarme curado? –preguntó José Fin.
El médico desensilló y se puso a mirar los lomos de una hilera de libros que tenía en una estantería.
–Sí –dijo.
–¿Qué pasa? –preguntó José Fin– ¿No está seguro?
El médico volvió a ensillar y miró de frente a José Fin con severidad.
–Estoy completamente seguro –dijo.
–¿Y no va a recetarme ningún medicamento?
–Podríamos darle potasio.
–¿Qué quiere decir “podríamos”? ¿Va a darme potasio o no? ¿Necesito tomar potasio o no?
–El potasio no se toma –dijo el médico.
–¿No?
–No. Se come.
El médico desensilló y ensilló otra vez. Luego se sentó y, viendo que José Fin lo miraba con desconfianza, le preguntó si no le alcanzaba todo lo que le había mandado tomar y comer.
–No es a mí a quien tiene que alcanzarle o no –sentenció José Fin.
–¿Ah no? ¿A quién es?
–A la ciencia médica.
–¿Quiere saber cuál es la opinión de la ciencia médica? –dijo el médico con cierto despecho–. La ciencia médica opina que usté todas las mañanas tiene que tomarse un té de tilo. Puede ser con azúcar impalpable y medialunas de margarina. Luego, a eso de las once, se prepara una cebada malteada con tufo de cereales. Al mediodía pastel madrileño con ensalada de vainilla, de tardecita se toma una medida de chantillí dietética y para cenar puede elegir entre una costillita de ceibo, omelette de huevo o salpicón de perro.
–¿Podría darme todo eso anotado? –pidió José Fin.
–No lo tengo escrito. Si quiere tome nota, yo se lo digo de vuelta. Té de tilo con azúcar, medialunas de margarina… ah, me olvidaba de decirle, el azúcar puede ser azúcar negra.
–Usté hoy dijo azúcar impalpable –dijo José.
–Si quiere puede tomarlo con azúcar impalpable –contestó el médico–. No hay inconveniente.
–Pero ¿con qué lo tomo? ¿Con azúcar negra o con azúcar impalpable?
–Con sacarina.
José Fin detuvo un momento el curso de su pensamiento.
–El pastel madrileño espolvoréelo con caca de cerdo –siguió el médico.
–No pienso hacer eso –dijo entonces José Fin tajantemente.
–¿No?
–No.
–Entonces puede optar por bañarlo con crema pastelera o en zumo de palta, es lo mismo.
–No es lo mismo–afirmó José Fin.
–Digamos que es equivalente –concilió el médico.
José Fin se sintió listo para irse, se despidió del facultativo y se retiró , pero una vez afuera sintió todo lo contrario y volvió a entrar.
–Quizá usté podría indicarme alguna precisión adicional para el tratamiento –dijo.
–Con mucho gusto –asintió el médico.
José Fin esperó que el tipo se expidiera.
–Puedo aconsejarle nabos, mandioca, lino, habas, remolacha, caña, hinojo, sandía, melaza, uva moscatel, cedro, dátiles, bondiola, cucuruchos, varilla de un cuarto, manteca contemporánea y frutos del país.
–Como cuáles –preguntó José.
El médico recitó una larga lista de la que, abreviando mucho, podría decirse que no se componía de ningún fruto.
–Oquey –dijo José Fin.
–Si no los come, tanto da –le zampó entonces el médico.
–Pienso comerlos de todas maneras.
–Buen provecho.
–Adiós, doctor.
–Adiós.
José Fin permaneció aún quince minutos más en el consultorio, y se fue cuando el médico estaba a punto de preguntarle si necesitaba alguna cosa más, un consejo profesional, un proverbio, o lo que fuera.
Leo Maslíah (1954) se presentó por primera vez en público en 1974, interpretando un concierto de Haendel para órgano y cuerdas, en el ciclo «Música en las Naves», del SODRE (Uruguay). En 1978 debutó como intérprete de canciones, en Cinemateca Uruguaya, dentro del ciclo «Musicantes». En 1982 participó en un recital de música uruguaya en el estadio Obras, de Buenos Aires, y desde entonces siguió realizando periódicas presentaciones en varias partes de Argentina y realizó giras en España, Brasil, Chile, Perú, Ecuador, México, Guatemala, Venezuela, Colombia, Cuba, Estados Unidos, Francia, Suiza y Suecia. En 1981 su composición electroacústica Llanto integró la programación del Festival anual de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea (SIMC) realizado en Bruselas, Bélgica. Editó cerca de 40 discos (o cassettes, o CDs) de música popular y algunos de música impopular, desde Cansiones barias (Ayuí, Montevideo, 1980) hasta Música y otras mentiras (registro de un concierto de 1984 a dúo con Andrés Bedó) (Perro Andaluz, Montevideo, 2017). Perro Andaluz editó también sus DVDs «Leo Maslíah en ‘Autores en vivo'» (con Jorge Risi y Lucía Gatti) y «Leo Maslíah con banda». El disco Árboles ganó en 2008 el premio Gardel (Argentina) como mejor álbum instrumental. Leo Maslíah escribió música para piano (inédita en gran parte), música de cámara para diferentes grupos de instrumentos, dos conciertos para piano y orquesta, uno para guitarra y cuerdas, uno para vibráfono, dos marimbas y cuerdas y, entre otras cosas, algunas obras sinfónicas como el ballet El Esplendor del 900. También compuso una ópera, Maldoror, basada en Los Cantos de Maldoror, de Isidore Ducasse, que fue representada bajo su régie en el Teatro Colón de Buenos Aires, en junio del 2003. Escribió también numerosas obras de teatro, algunas de las cuales dirigió y en algunas de las cuales actuó, desde Certificaciones médicas (representada en Montevideo en 1982) hasta El ratón, estrenada en Buenos Aires en 2013 y en Montevideo en 2014. En 1994 fue nominado por la Fundación Konex (Argentina) entre las cien mejores figuras de las letras argentinas de la década 1984-1994. En 1998 le fue adjudicado el premio Morosoli (Uruguay) por su trayectoria en la música popular; en 2000 y 2013 recibió el premio nacional de literatura en la categoría «comedia» respectivamente por sus obras Telecomedia y El ratón; y en 2012 el premio anual de música en la cetagoría «jazz/fusión/latina» por su obra Algo ritmo.
Fragmento de la novela El show de José Fin (Ediciones de la Flor, 1987), cedido especialmente por el autor para Delicatessen.uy
Foto: Facebook Leo Maslíah.
Ilustración: Roland Topor.